Un glaciar, la oficina más bonita del mundo

Hilo Moreno 08/03/2016 09:48

Como ya he dicho alguna vez, mi trabajo en la base de la Antártida consiste en llevar a los científicos con seguridad a los lugares aledaños que desean. El principal de estos lugares es un glaciar situado a veinte minutos de nuestra estación. En realidad son dos glaciares: el Johnson y el Hurd. En ellos los científicos han instalado una red de estacas cuya posición medimos cada temporada para determinar su movimiento.

El glaciar es un lugar de enorme belleza rodeado por pequeñas bahías en las que el hielo cae a plomo sobre el agua, a veces provocando un ruido ensordecedor que te hiela el alma. También hay una cadena montañosa, los montes Friesland, que se extiende al norte de la base y está cubierta por grandes merengues de nieve modelados por el viento. En el glaciar, cuando luce el sol, el espectáculo es maravilloso y uno se siente afortunado de tener la oficina más bonita del mundo.

Pero no todo es belleza en el Johnson y en el Hurd. Normalmente una densa capa de niebla se aposenta sobre la nieve y hace muy difícil la orientación. Nosotros pasamos muchas horas al día recorriendo el hielo y resulta muy complicado encontrar el camino correcto. Y luego están las grietas. Hay zonas en las que grandes y profundas grietas se abren en nuestro camino. En algunas de ellas no cabría una persona pero en otras podría caer un autobús de dos pisos y perderse en el abismo. Muchas de estas grietas se interponen en nuestro camino cuando nos dirigimos a una estaca que hay que medir. Por ello la seguridad es muy importante y hemos de ir siempre encordados en estos campos de grietas.

Por lo general, progresamos por el glaciar en motos de nieve, pero en las zonas delicadas es más seguro moverse con esquís de travesía. La rutina de trabajo en el glaciar es larga y uno debe sentirse cómodo durante tantas horas expuesto al frío y a la humedad de esta parte de la Antártida.

Menos mal que por la tarde, al terminar la jornada, emprendemos el camino de regreso a la base. Enseguida el calor del hogar te sonroja la cara y el cansancio de todo el día al aire libre se diluye en la cena y en la conversación con los compañeros. Y así, un día tras otro día.