¡Hemos llegado! Tras 1.200 kilómetros y casi dos meses, pisamos 'hielo firme' y la emoción es máxima

eltiempohoy.es 04/07/2017 18:39

Una tarde de poco viento logramos levantar la mayor de nuestras cometas, de ochenta metros cuadrados, y se elevó en el cielo con su silueta blanca y negra recortada sobre la nieve. Nos quedaban solo cuarenta kilómetros para concluir nuestra expedición y llegar a la base internacional de 'East Grip' donde entregaríamos las muestras obtenidas y desde donde volaríamos en un avión tipo Hércules de vuelta a la civilización.

El viento creció y al no tardar en alcanzar tal velocidad nos dimos cuenta de que en pocas horas terminaríamos nuestro viaje. El final estaba muy cerca. Todos los tripulantes del trineo nos dirigimos a la 'locomotora', el primero de los trineos que tira del resto de vagones y donde se sienta el piloto. Ahí, expectantes, aguardábamos los cinco mirando el horizonte a ver quién era el primero en avistar, sobre la inmensa llanura helada, las formas de la base científica.

Apareció en un principio como un pequeño punto negro. Todos nos alegramos al verlo. Avanzábamos a una velocidad de casi veinte kilómetros por hora en un día luminoso y azul, sin apenas una nube, un día precioso para terminar semejante viaje. El punto negro poco a poco fue creciendo y acompañándose de otras estructuras en diferentes colores, que acabaron siendo distinguibles como el resto de los edificios de 'East Grip'.

Debido a su utilización para el estudio científico, una parte de la nieve de alrededor de la base no se puede pisar y 'contaminar', por lo que teníamos que entrar siguiendo unas coordenadas que nos habían facilitado. Esas coordenadas nos conducían, como si de un gran pasillo se tratase, a la pista de aterrizaje sobre el hielo flanqueada por banderas que sirven al avión para indicar su posición.

Entramos a gran velocidad y sorteamos como pudimos las banderas y otros obstáculos. En ese momento el personal de la estación científica ya nos había visto y corría, de diferentes maneras, a nuestro encuentro. Aparecieron algunas motos de nieve y también algunos esquiadores, todos ellos nos seguían y acompañaban el paso del trineo como si de un séquito se tratase en una extraña cabalgata sobre la nieve. Fue un momento emocionante.

A través de señas nos indicaron dónde aparcar nuestro vehículo, ya prácticamente dentro de la base, y así lo hicimos, con una precisión difícil de creer para un vehículo de dos toneladas de peso impulsado por una cometa que se encuentra a casi medio kilómetros de quien la pilota. Paramos el trineo y nos abrazamos ante la mirada de científicos y otros integrantes de la base.

Caímos al suelo abrazados todos juntos felices por haber conseguido el reto, por haber recorrido de una manera eficaz cerca de mil doscientos kilómetros. Felices por haber demostrado la eficiencia de un vehículo pionero que no contamina y que puede servir para estudiar las zonas heladas y descubrir cómo está afectando nuestro impacto en ellas.

Tras rebozarnos en la nieve y darnos mutuamente la enhorabuena, una maquina quitanieves nos remolcó hasta el interior de la base, donde dejamos nuestro trineo definitivamente 'aparcado'.

Al calor de las instalaciones pudimos, por fin, sentarnos a una mesa. Nos dieron de cenar, brindamos con cerveza y contamos nuestra aventura al jefe de la base y a todos los curiosos que acudieron con nuestra llegada. Habíamos concluido nuestra aventura: habíamos demostrado que se puede viajar por el interior de Groenlandia sin contaminar, haciendo ciencia por el camino y arrastrando cómodamente una gran cantidad de peso. Habíamos cumplido nuestro objetivo.