La monogamia de los pingüinos y mi fidelidad en la Península Byers

Hilo Moreno 14/03/2016 13:45

Una de las cosas que más me apetece de trabajar en el campamento de la Península Byers es regresar a mi pingüinera preferida. Soy fiel a ella como un pingüino a una pingüina y viceversa porque, sin duda, es la más bonita en la que he estado.

Hace muchos años, en mi primera campaña, pasé una semana apoyando a un investigador que estudia esa colonia de pingüinos. Durante siete días nos internábamos entre los nidos y buscábamos ejemplares a los que muestrear. Los mediamos, pesábamos y sacábamos muestras de sangre para comprobar su salud.

Lo primero que te llama la atención cuando te aproximas a uno de estos lugares es el olor. Ya desde varios kilómetros se puede oler el desagradable aroma mezcla de residuos, cadáveres y toda clase de materia orgánica. Esta colonia de pingüinos papúa y barbijo se encuentra en la ladera de una preciosa colina que baja suavemente hasta el mar. A lo largo de todo el desnivel hay miles de nidos hechos con piedrecitas. Los padres tienen que bajar y subir toda la ladera para zambullirse en el agua y volver al nido de nuevo con la comida para sus pequeños. Eso lo hace tanto el macho como la hembra: se van turnando. Mientras uno va a por la comida el otro incuba el huevo o, más tarde, cuida a su polluelo.

(Ejemplar de pingüino papúa en los alrededores de la base.)

Un nido de pingüino no sólo es un círculo hecho con guijarros sino que también es el lugar de la cita anual que la hembra tendrá con el macho tras el invierno; porque, pese a que los pingüinos son monógamos, durante la estación fría se separan. Con la retirada de la nieve y la llegada del verano austral ambos se reúnen exactamente en el mismo nido de los miles que se encuentran. Sigue siendo un misterio saber cómo lo identifican.

Seguiremos informando.

(Esta es la pingüinera de la peninsula Byers.)