Gran Hermano cainita

telecinco.es 08/12/2016 09:21

Quiero aprovechar que hoy es festivo para hacer algunas reflexiones que no me gustaría callarme y será complicado encontrar hueco para ellas en lo que queda de edición. Además, voy a compensar lo extenso de mi escrito de ayer con algo mucho más reducido, o al menos eso pretendo. Comienzo con algo que he leído estos días. ¿Es GH 17 la peor edición de la historia? Cuestión de opiniones, claro está. La mía es que no, pero creo que no es casual que mi nivel de seguimiento del programa es el mayor posible. Este es un programa que se adapta perfectamente a distintos niveles de seguimiento. Hay un público al que llamamos galero, porque solamente ve las galas. Otros ven galas y debates, a los que se añaden quienes también ven la tira diaria resumen en Divinity. Otros no ven este programa, pero les llega lo que se cuenta en programas satélites, o comparten opiniones en blogs, foros o redes sociales. Son muchas las combinaciones posibles, todas ellas válidas.

Quienes hacemos un seguimiento total a veces tenemos la tentación de considerar espectadores de segunda a los que dedican un tiempo mínimo, semejante al que exige cualquier otro producto televisivo. Craso error porque la escalabilidad de este formato permite distintos grados de seguimiento, como digo. Tan válida es la visión de unos como de otros. Es cierto que a veces parece fácil intuir el seguimiento de alguien atendiendo a su opinión. Aplicado a los cinco prefinalistas, está claro que tiene mejor opinión de Bea el espectador que solo ve las galas porque se pierde la doble cara de esta concursante, su permanente deslealtad a casi todos. Es algo difícil de apreciar si no se ve el directo, una actitud transversal, que no forma parte de ninguna trama y la propia concursante sabe enmascarar con una apariencia bien distinta a lo que la realidad esconde.

Siendo totalmente válida la opinión de quien solamente ve las galas, está claro que le falta información suficiente para valorar con acierto determinadas actitudes y situaciones. Pero no es su culpa, y el programa tiene mecanismos suficientes para poder corregir esa imagen nebulosa e imprecisa, ya sea cambiando el enfoque de su relato o mediante los programas basados en la opinión plural. Otra cosa es que esa opinión a menudo tenga una visión tan velada e imprecisa como aquellos espectadores a los que vendría bien un poco de nitidez para poder analizar con mayor precisión la realidad. A veces entre el ser y el deber ser hay un trecho. En cualquier caso, parece inevitable que las visiones difieran dependiendo del seguimiento que se hace del programa, y volviendo al principio de esta reflexión, mucho me temo que quien piensa en esta edición como la peor de la historia tiene una gran nebulosa delante, un cartel de “paisaje pintoresco” que le impide ver el paisaje, una visión necesariamente parcial y desenfocada.

De todas formas, se trata de una discusión baldía, que no conduce a nada. Son opiniones, y hay tantas como cabezas. Otra cosa es que la opinión no se sustente en argumentos realmente convincentes. Como dice el escritor Michael Crichton: “¿Sabe cómo llamamos a una opinión en ausencia de pruebas? Lo llamamos prejuicio”. Respetando todas las opiniones, esta que ando valorando me parece prejuiciosa y poco fundamentada. Es como aquello que llevo soportando desde antes de empezar la edición sobre la ‘salvamización’ del formato. ¿Alguien me explica por qué? No es suficiente que en el historial de su presentador esté ese programa para considerar tal cosa. Es más, creo que no ha influido lo más mínimo en lo visto. Solo que se dijera antes de poder comprobar si sería así parece bastante significativo.

Me dejaré de rodeos, no recuerdo una edición en la que haya disfrutado tanto de la visión del directo durante muchas horas al día. La ventanita de mis amores me ha dado más entretenimiento y diversión que nunca. En otras ediciones eso sucedió durante un tiempo limitado. Las primeras semanas de GH 16 fueron una auténtica joya que no valoraremos nunca suficientemente. Pero esta vez la cosa ha durado casi hasta el final. Y esto último es una clave importante de la cuestión. A modo de resumen podríamos decir que ha sido una edición fantástica con un pésimo final. Ya dije que desde GH 11 no habíamos sufrido un final tan malo. Aunque he de decir que este es mucho mejor que aquel. De aquí a Lima.

Sería conveniente detenerse a pensar en algunas de las cosas que han contribuido a traernos un final que no merecía esta edición. No olvidemos que hace unas semanas se produjeron dos bajas en un mismo fin de semana. Una de ellas irreparable, porque superar el abandono de Bárbara es una tarea complicada a todas luces. Ella fue el sostén de esta edición, enorme acierto de casting, responsable de que muchos recuperasen la ilusión perdida por el programa. El obligado abandono de quien había sido motor de esta edición fue una fatalidad que no podemos obviar en ningún caso. No estaríamos ahora hablando de todo esto si Bárbara siguiera ahí dentro.

Por otro lado, la repesca es un mecanismo que con frecuencia sirve para dinamizar la convivencia y renovar las tramas. Entre otras cosas, se basa en que el concursante repescado lleva toneladas de información que los de dentro desconocen. A pesar de ello, no puede compartir esa información, que solo le ha de servir a él, lo cual no es poca cosa. Desaprovechar esa ventaja es de tontos. Aunque lo parezca, no es un planteamiento hipócrita. El concursante repescado está ante un dilema del que se beneficia el programa. Dilema que tiene un valioso complemento: la necesidad que genera en la casa de obtener parte de esa información.

Recordemos que la repesca fracasa en esta edición porque es elegido por la audiencia un exconcursante prepotente, para quien no existía el dilema señalado. Fer entró haciendo de su capa un sayo, dispuesto a retar al programa filtrando toda la información que quiso. Y eso provocó la segunda baja en dos días. El motor de la edición y el complemento dinamizador de la repesca se perdieron en un suspiro. Piense el lector que hoy habría siete prefinalistas en lugar de cinco. Nos enfrentaríamos a dobles expulsiones, como pasó en GH 16, o incluso una doble final. A todo esto puedo añadirle mi convicción personal sobre que de haber seguido Bárbara no habría sido expulsada Adara. El panorama podría haber sido otro bien distinto.

Con un poquito más de suerte, no estaríamos discutiendo sobre si esta ha sido una buena edición o todo lo contrario. También he de decir que frente a un casting fantástico, las concursantes reserva no han estado a la altura. Tanto Rebeca como Simona fueron errores claros. Totalmente prescindibles, los recambios a la expulsión disciplinaria de Álvaro y el abandono de Bárbara no ayudaron nada. Por terminar ya este argumento, a los errores comentados de casting se suma la idea de El Club, que casi siempre puso de mal humor a buena parte de la audiencia. Quitando estos factores y el inevitable de la mala fortuna ya comentada, creo que ha sido una edición de categoría. Firmaría porque la siguiente fuera la mitad de divertida y emocionante.

Lo otro de lo que quisiera hablar es ese cainismo que aqueja a buena parte de exconcursantes de este programa. Grandes hermanos amantes del buen fratricidio, incapaces de empatizar con quienes están pasando por la misma experiencia vivida por ellos años atrás. Siempre me ha sorprendido esto y hasta hace poco lo había interpretado como algo forzado para poder seguir opinando del programa desde dentro. La grada de exconcursantes que vimos en alguna edición pasada, tanto en el debate como en la propia gala, respondía a una petición que se había hecho muchas veces por parte de la audiencia. No obstante, se terminó convirtiendo en una especie de foso de cocodrilos hambrientos de cámara capaces de cualquier cosa por no perder su silla.

Mi sorpresa fue ver que la falta de empatía seguía una vez olvidadas las gradas de exconcursantes opinadores. Desde sus propias tribunas en redes sociales, con opiniones escritas o la reciente moda del vídeo en vivo (Periscope y Facebook Live ocupan hoy el lugar que dejó la extinta Twitcam) van a la caza del hermano. Me pueden llamar tonto o inocente, según lo vea cada cual, pero no termino de entender esa tendencia cainita de quienes saben mejor que nadie lo que supone la experiencia de ese encierro donde la prioridad es resistir para quedarse ahí dentro más tiempo que los demás. Opinar con dureza desde fuera es fácil, al mismo tiempo que una opción lícita. Hacerlo conociendo desde dentro la experiencia me parece inexplicable.

El colmo es cuando vemos a un exconcursante criticar aquello que él mismo hizo. “Llorar cuando llevan dos semanas es un postureo absurdo”, decía un concursante de otra edición que lloró a los diez días. Es solo un ejemplo, por lo que no pongo ni nombres, pero como este he observado un buen puñado de casos. ¿Acaso no se acuerdan de lo que ellos pasaron? Me recuerda ese familiar que en una comida navideña criticaba a una mujer de su entorno por haberse casado de penalti. Adivinen cómo se había casado ella: de penalti, efectivamente. De los que estábamos en torno a esa mesa habló quien debía callar. ¿Tan difícil es mantenerse en silencio? ¿Cuesta tanto ser amable y comprensivo? ¿Dónde está la empatía de los grandes hermanos?

He de decir que me aburren las guerras fratricidas entre exconcursantes. Ya no se trata de criticar duramente a los que están encerrados sino que se aprovecha el tirón de popularidad durante una nueva edición para lanzarse garrotazos unos a otros, como en ese duelo del cuadro de Goya, símbolo de las dos Españas. España a garrotazos, como grandes hermanos. El garrote ha sido hoy sustituido por una tablet, siendo dialécticos los mandobles (y retransmitidos en directo, eso sí). Algo hemos ganado con el cambio. Aun así, se me hace cuesta arriba, no termino de verle el interés.

Moleskine del gato

Esta noche tenemos una fiesta, con Jorge Javier Vázquez como maestro de ceremonias. El menos votado saldrá de la casa, y para mí tengo que será un chico. Nuestra encuesta, a juego con otras muchas, dice que hay dos niveles de concursantes ahora mismo: las chicas, que concentran buena parte del voto positivo; y los chicos, con voto residual. Es un buen indicador de lo que ha sido esta edición. Ellas han estado a años luz de ellos. La duda es si saldrá ‘tumbaíto’, ‘peluquín’ o ‘monsieur tibieza’. Veremos.