V: Los Visitantes

telecinco.es 25/06/2010 10:27

Menuda gala vivimos anoche. Uno de los grandes protagonistas de esta edición, expulsado. Uno de los claros favoritos, obligado a abandonar. Y Sonia y Malena ganándose ambas de rebote un puesto como concursantes de todo derecho. De infarto. Pero sin duda el momento de la noche ha sido todo lo relativo a la despedida de Román.

El lugar desde el que se hizo la conexión en directo con Jesús Vázquez estaba tan cerca de donde el equipo vemos la gala, que podíamos escuchar sus palabras en la pantalla, darnos la vuelta, y verle a él, en poca carne y mucho hueso, prosiguiendo su discurso. Finalizada su conexión, y habiéndose convertido esa silla desde la que se ha despedido en un claro símbolo de este Supervivientes 2010, no he podido resistirme a hacerme esta foto, tan serio como el propio Román:

Román y Rafa han cumplido 50 y 49 días en el concurso respectivamente. Nosotros llevamos un poco más en la isla. De hecho rozamos prácticamente los dos meses. Que ya es tiempo. Durante este segundo más, han sido muchas las visitas que el equipo ha recibido desde España. Algunas de estas visitas han sido incluso documentadas por los paparazzis en prensa del corazón. La mayoría, por suerte, han pasado más desaparecibidas.

El novio de una realizadora, o la novia de un archivador, han podido llegar hasta Corn Island sin mayores preocupaciones que las de haberse abastecido bien de repelente. Novias y novios están siendo las visitas más habituales, aunque también sé de algún hermano que se ha hecho el interminable viaje hasta aquí, y alguien me comentaba el otro día que su madre estaba planteando venirse. Eso sí que sería del todo inédito.

Por supuesto, además de mucho amor, mucho cariño, y todas esas cosas que los novios y novias traen de serie, casi todo el que ha venido desde el otro lado del Atlántico ha traído una maleta anexa de pedidos y recados. Y no sólo de pedidos de su media naranja, su otro yo, su cuchifritín, su cari o su partenaire, sino de pedidos de todo aquel miembro del equipo que se hubiera enterado de que venía hacía acá otro mensajero improvisado.

"Mi novio llega el próximo jueves", decía una editora con un sonrisa en la cara. Enseguida se hacía el silencio. Varias cabezas se giraban en su dirección. Una calma tensa se apoderaba del espacio. Y varios ojos parpadeaban desde la ranura abierta de una puerta, desde detrás de una cortina, o desde los desagües laterales de la calle. Las figuras procedían después al ataque. "¿Me puede traer jamón?". "Mira, es que se me ha acabado la colonia, y ya que pasa por el Duty Free de Costa Rica, me podía traer un frasco, ¿no?". "Te vendo mi cuerpo si le pides que me traiga una pulsera de repelente”. Éstas y otras frases, con mayor o menor literalidad, pueden escucharse cada vez que se descubre la inminente llegada de algún visitante.

De entre todas las peticiones, diría que el tabaco y las delicias culinarias españolas han sido las más repetidas. También medicamentos que aquí no hay manera de conseguir. Mi vecina la guionista, la del pedal roto y el calzconcillo desaparecido, tuvo que encargar el adaptador de corriente de su ordenador portátil, que se quemó y quedó inservible tras un cortocircuito en nuestros alojamientos. ¿No había contado eso todavía? Pues así fue.

El otro día vivimos un apagón más largo de lo normal, así que le pedimos a nuestro casero que encendiera el generador de emergencia. Así de impacientes somos. El caso es que cuando volvió la luz, fui yo el encargado de devolver una palanca a su posición de apagado. Algo salió mal. Un chispazo acompañó mi acción y, después, la tragedia. La guionista gritaba desde su casa "¡está todo ardiendo!". Yo, aún cegado por el chispazo, y lógicamente preocupado ante sus gritos, me creí Román y corrí a su rescate. Pero como ella tenía la mosquitera cerrada por dentro, mis aspiraciones a bombero quedaron reducidas a ceniza mientras luchaba impotente contra un marco de tela agujereada.

Ella insistía en que estaba rodeada de humo y yo me la imaginaba poco menos que mojando sábanas en la ducha para envolverse en ellas y salir de la habitación saltando por la ventana entre millones de cristales rotos. Pero no. Al final me abrió la mosquitera. Nada estaba ardiendo. Pero sí es verdad que estaba rodeada de humo. Como en una pista de baile de Ibiza. La tele echaba humo. La nevera echaba humo. Y, oh, desgracia, el adaptador de su portátil echaba humo. Resulta que al accionar la palanca ésa, los circuitos recibieron la electricidad normal sumada a la del generador. O sea, el doble de energía.

Y como ella tenía un transformador conectado al ordenador que doblaba la intensidad que le llegaba, pues volvió a multiplicar por dos. Eso viene muy bien cuando estás jugando al Scrabble y pones una letra X, pero en este caso, resultó fatal. La guionista se quedó sin el único medio de cargar la batería de su ordenador. Ha debido ser la semana más larga de su vida. Por suerte, recibíamos visita de España en poco tiempo, y la historia ha tenido un final feliz.

Igual de feliz que ella con su nuevo adaptador recién traído desde Madrid, estamos por aquí con cosas como ésta:

¡Lentejas! ¡Castellanas! ¡Del Día! ¡Qué nuestro! ¡Qué locura! ¡Qué felicidad! Como bien ha contado Eva González en su blog, una sencillas lentejas pueden dar para muchas alegrías. Hoy en día, lo más cool en Corn Island es asistir a una fiesta donde sirvan lentejas. Si en España haces un cóctel de postín y sirves de comer lentejas, los invitados te mirarán raro. Aquí podríamos hasta servir la ibérica legumbre sobre tartaletas de hojaldre con mousse de mango (¡deconstrucción, a nosotros!), y comerlas con el meñique levantado. Ése es el nivel de delicatessen que están alcanzando por aquí las lentejas. Y el chorizo creo que próximamente aparecerá en la lista de sustancias de contrabando que maneja la policía local de la isla.

Y lo curioso es que ya ni necesitamos que los productos vengan de España. Sencillos caprichos provinientes de la, a nuestros ojos, lejanísima Managua pueden recibirse con igual algarabía entre el equipo. Ejemplo: los chicles de sabores. Resulta que en Big Corn Island lo máximo que puedes encontrar en la mayoría de tiendas son unos chicles que vienen en pequeñas cajas, amarillas, de dos en dos, y con un supuesto sabor a menta. Para mí, que no saben a menta. Pero aunque supieran, daría igual, porque a los dos segundos, sea cual sea el saborizante que llevan, desaparece. Y pasas a masticar algo tan apetecible como la tapa del boli bic con el que hoy nos hemos visto obligados a tachar, con bastante pesar, el rostro de Román.

Ante la desolación clicheteril que vivimos por aquí, es fácil imaginar lo que supone para nosotros que alguien traiga esto desde Managua (¡sí, otro de mis bodegones! Los más observadores podrán darse cuenta de que la tela de fondo de esta foto pertenece al mismo bañador que llevo en la silla):

Un absoluto delirio para nuestros ojos y papilas gustativas. Sobre todo para las Violet Beauregarde de la producción. Pues bien, todos esos chicles de la foto están ahora mismo en mi poder. Llamadlo influencias. Y creo que, si gestiono bien estas grageas, puedo conseguir en el mercado negro del equipo una auténtica fortuna. A lo mejor hasta reúno lo suficiente para comprar un kilo de lentejas del Dia.