La pirámide, saludar a un mono y el coche de los Transformers

telecinco.es 20/07/2010 10:07

Igual que los concursantes, el equipo que hacemos Supervivientes vivimos ahora mismo en una constante cuenta atrás. Apenas nos quedan cinco días para que termine la aventura así que hay que apurar las horas. Parece mentira, pero después de tres meses en 12 kilómetros cuadrados, aún quedan cosas por ver. A mí, por ejemplo, me faltaban tres.

La primera, una pirámide. No como las de Egipto, sino una escultura que representa la esquina de un cubo imaginario alojado en el interior del globo terráqueo. El artista que desarrolló la obra, llamada ‘El alma del mundo’, ha representado los ocho vértices de dicho cubo imaginario en ocho puntos del planeta y uno de ellos, qué cosas, está en Big Corn Island (curiosamente, hay otro en Galicia). Realmente es una idea muy molona y es algo del todo excepcional en una isla como ésta, pero no he notado yo especial clamor popular de los cornisleños hacia la obra de arte que alojan. Y entre quienes la hemos visitado del equipo también hay división de opiniones. Yo he escuchado desde “pues vaya chorrada, qué poco espectacular”, hasta “sentí cómo me regeneraban las ondas energéticas de ese lugar tan especial”. A mí, la verdad, me gusta más la teoría que hay detrás de la escultura que la propia obra de arte, pero me sentí muy bien cuando pude tachar la palabra ‘pirámide’ de la lista de cosas por hacer. Ésta es:

Otra visita que tenía pendiente era la de ir a saludar al mono. Que suena a planazo se mire por donde se mire. “¿Dónde vas?” te pregunta tu compañero, “a lo mejor te necesito para que me eches una mano visionando unas cintas”. Y tú, con total seriedad, respondes: “a saludar al mono”. Suena estupendamente. De hecho, creo que podría convertirse en un dicho popular para dar largas a alguien. Con tu pareja: “¿Me ayudas a colocar la compra?”. “Ay, me encantaría, pero tengo que ir a saludar al mono”. En la oficina: “¿le echaste un ojo a esos informes?”. “No, no pude, tuve que ir a saludar al mono”. ¡Qué frase tan útil! Pero a lo que iba: que en la isla hay un mono. Uno seguro, luego no sé yo si en la selva habrá alguno más. Éste que digo vive en el jardín de una casa que hay cerca de la carretera y está atado a un poste. El pobre se pasa el día de acá para allá dando vueltas, así que yo creo que agradece que la gente le salude y le sonría. A mí me habló de su existencia un taxista. Y eso que yo había pasado muchas veces por delante de la casa, pero no había reparado en el simio. Simio que no se debe llevar muy bien con el montón de perros callejeros de la isla porque el otro día cuando fui a saludarle, estaba peleándose con uno de ellos. En la siguiente ilustración le vemos mostrando el puño y consiguiendo que el can se acobarde:

Creo que el mono no estaba para mucha fanfarria, pero yo aún así le saludé agitando la mano. Y me fui a visionar esas cintas.

Aunque, sin duda, la cuenta pendiente que más me alegra haber saldado es la de montar en el coche de los Transformers. Durante estos tres meses, hemos estado viendo una estela blanca y plateada aparecer de repente por la única carretera de la isla. Estás tú tranquilamente por la acera, andando rápido porque el hombre del carrito de los helados ha metido el turbo y no estás dispuesto a quedarte sin tu crocanti y, de repente, un bólido pasa a tu lado y desaparece antes de que te dé tiempo a resolver la duda de si lo crocanti del crocanti son almendras o avellanas. A base de apariciones estelares y casi fantasmales, poco a poco se ha ido forjando entre el equipo la leyenda del coche tuneado. Algunos ni siquiera se creen que exista. “¿Un coche tuneado? ¿Aquí en Corn Island?”, me dijo un compañero incrédulo cuando le hablé del Bólido Transformer, “por favor, mira a tu alrededor”. Y claro, como cuando miras a tu alrededor sólo se ven taxis que hubieran hecho saltar las alarmas de la ITV en 1941, lo único que puedes hacer es abrir la boca para intentar reforzar tu historia, pero después suspirar y concederle la victoria al otro sin decir una palabra. Por eso llevaba tiempo queriendo conseguir la foto que demostrara la existencia de nuestro particular monstruo del Lago Ness. Mis primeros intentos quedaron en esto:

Pero por fin, el otro día, al doblar una esquina, me di de bruces con el mito. Con la espada de Excalibur. Con el vellocino de oro. Frente a mí, creo que envuelto en un resplandor blanco, estaba el coche legendario. Si hubiera visto al Yeti no me habría hecho más ilusión. Me acerqué cauteloso sin hacer ruido, no fuera ser que el coche despareciera como en un espejismo. Como el coche tiene los cristales tintados, me dediqué a hacer fotos tranquilamente: “dios, qué tapacubos”, “oh, la cabeza de una serpiente”.

Pero entonces el coche arrancó, se ve que había alguien dentro, y desapareció. Creí que nunca lo volvería a ver. Y me daba por satisfecho sólo con haber obtenido documento gráfico de su existencia. Pero qué cosas que el otro día salía yo de trabajar, de noche, y me coloqué como siempre en la acera a esperar que pasara un taxi. Con la oscuridad que reina en la isla a partir de las 18.30h, los taxis no son más que dos faros de luz que te ciegan hasta que paran a tu lado como una discoteca móvil de reggae o country.

Esa noche, cuando el coche paró y conseguí recuperar la visión, reconocí enseguida la silueta del robot. Creo que hasta me temblaron las piernas. Me lo pensé dos veces antes de abrir la puerta. Evidentemente el coche no era un taxi, pero no es raro que un coche particular de la isla suba a alguien para ganarse 15 córdobas. ¡15 córdobas! ¡Hubiera pagado todo mi sueldo por montar en ese coche! (bueno, ahí me he pasado. Pero 30 córdobas sí que hubiera pagado, sí). El caso es que entré en el coche como si lo hiciera en la estación MIR, fantaseando con el despliegue de luces, ruidos y voces robóticas que imaginé que encontraría. Pero nada de eso. Por dentro el coche era bastante convencional. Cómodo y lujoso, pero normal. Y como además tenía los cristales tintados, nadie pudo verme desde fuera. Nadie me creerá cuando lo cuente. Pero bueno, no me importa. Me basta con saber que sólo yo he recorrido Corn Island convertido en una estela blanca y plateada.