El fin de la búsqueda en Nepal y el principio de la ayuda: los guardias civiles arriman el hombro

Pilar Bernal 21/05/2015 17:39

No hay helicópteros para tanta necesidad. Nepal dibuja en su mapa siete de los diez ocho miles que hay en el mundo. Es el país cuyas montañas sólo pueden surcarse por el aire o a pie, a través de escarpados valles como el de Langtang, tan tristemente famoso estos días de temblores y réplicas.

Acceder a la mayoría de los pueblos, aldeas o puñados de casas, en las montañas para llevar a cabo salvamentos es una tarea que sólo puede hacerse desde el aire. El Ejército de Nepal y también las compañías privadas, que habitualmente hacen traslados de escaladores y avituallamiento a los pueblos, han tenido que poner sus aparatos al servicio de la catástrofe.

Por eso emplear los escasos medios aéreos tan necesarios para traer y llevar vida, en buscar a un pequeño grupo de turistas extranjeros resulta chocante para algunos. El piloto del Ejército del Aire de Nepal, Lila Nath, obedece órdenes cuando le piden que traslade a varios españoles al valle de Langtan: buscan extranjeros.

Entendía la desesperación de las familias a miles de kilómetros pero no se le olvidaba el rostro de la mujer tibetana que en Langtang, tres días después del terremoto, le amenazó con un cuchillo, si no se llevaba a su hija de cinco años herida. Habían recibido órdenes de evacuar primero a los turistas extranjeros, menos acostumbrados a las condiciones de la montaña, pero los locales, más sufridos pero no menos víctimas de la tragedia, esta vez no lo aceptaban de tan buen grado.

Samuel, estudiante en Tel-Aviv, hacía un treking por el valle, tenía el miedo metido en el cuerpo y algunos rasguños que se hizo mientras corría huyendo de las piedras-metralla. A la pequeña Dechen le había golpeado un pedrusco en la cabeza. Samuel subió al helicóptero, Dechen murió sin ser atendida. Así que el piloto piensa en el brillo mate y sucio del cuchillo, en la desesperación negra de los ojos de la madre, en cómo levanto el vuelo. Hoy tiene que llevar de nuevo a un grupo de extranjeros.

Al comandante Garijo le hace feliz "volver al combate", desde que ascendió no pisa tanto el hielo de la montaña, así que viajar a Nepal a arrimar el hombro le ha vuelto a poner en contacto con su vocación más elemental: la montaña pura. Después de varias horas esperando en un hangar del aeropuerto militar de Katmandú parece que van a embarcar. Toman un helicóptero con gran capacidad, esos autobuses voladores adecuados para transportar provisiones, heridos y muertos. Comparten el aparato con sacos de comida y un grupo de militares chinos, que desde el principio están trabajando con los nepalíes. El piloto mira de reojo al heterogéneo grupo que transporta: chinos, españoles, nepalíes y se encoge de hombros, mete la la marcha y despega. Sobrevuelan un grupo de casas que necesitan ayuda y enseguida ve al grupo arremangarse, los españoles (el comandante Garijo, un teniente de la Guardia Civil y un capitán de la UME) hacen cadena con chinos y nepalíes, lo primero es lo primero.

Pueblo tras pueblo la cadena multinacional funciona de manera eficaz, Lila Nath les vigila desde los mandos. Al cabo de tres repartos el grupo trabaja como una pequeña unidad bien engrasada.

Al llegar a destino los españoles desembarcan y siguen con su tarea: revisan restos, buscan indicios de que los españoles estuvieron allí. Hacen su intensa jornada una vez más, un poco desanimados ante una búsqueda que se presenta infinita. Preguntan a los supervivientes en cada casucha medio derruida que encuentran pero casi nadie recuerda haber visto a unos españoles. Todos tienen demasiado presentes sus propias tragedias: hijos, esposas, hermanos o padres muertos.

Cuando ven a los bien pertrechados expertos españoles en montaña, no dudan en pedirles que les ayuden a mover piedras, restos de lo que eran sus vidas de sherpas en la montaña. Antonio, Jose, Pedro o Fernando hacen todo lo que pueden.

Lila Nath pasa a recoger a los españoles al final de la jornada, parece que hay una familia que también debe ser evacuada, varios niños y muchos días de padecimientos. El guardia José Diego ayuda a que suban al aparato, Lila Nath sonríe mientras le ve acomodar a los más pequeños, este grupo de extranjeros le gusta.