Rafael Medina a 'Vanity Fair': "La ruptura de mis padres me marcó para toda la vida"

TELECINCO.ES 19/05/2009 10:58

El salón de té Embassy de Madrid alberga el mayor número de marquesas-viudas del Reino. Muchas se dan la vuelta cuando ven aparecer en escena a un joven efebo de mandíbula cuadrada, nariz romana e impecable vestir, puro estilo british: blazer azul marino, pantalones de franela gris, camisa celeste y zapatos negros de John Lobb. El contrapunto neo-dandy, a lo Lapo Elkann, lo esconde en las muñecas. Unas ranas naranjas asoman inquietas al puño de la chaqueta. Este hombre con aire encantador es descendiente directo de Alfonso X El Sabio. Hoy, a falta de batallas que ganar y un rey al que servir, el joven duque vende sofisticados zapatos de terciopelo y se fotografía junto a marcas que le pagan sus honorarios. “Lo tengo claro: cuando heredé con 23 años el título no obtuve bienes ni castillos... Mi labor, por tanto, es engrandecerlo y enriquecerlo”.

Se llama Rafael Medina Abascal, tiene 30 años y es, desde 2002, duque de Feria y marqués de Villalba, un Grande de España. Pertenece a una de las grandes casas ducales españolas, los Medinaceli, que en 1931 eran los mayores propietarios de España con 79.146 hectáreas, seguidos del duque de Peñaranda, el de Vistahermosa y el de Alba. Su abuela, la XVIII duquesa de Medinaceli, Victoria Eugenia Fernández de Córdoba y Fernández de Henestrosa, Mimi, ostenta un ducado que, junto al de Alba, Medina-Sidonia y Osuna forma parte de las grandes familias aristocráticas españolas y, por tanto, con uno de los mayores patrimonios privados. Los Medinaceli poseen la Casa de Pilatos en Sevilla, el Hospital San Juan Bautista de Toledo, la Sacra Capilla del Salvador de Úbeda y el palacio de Oca en Santiago de Compostela. De sus cuentas corrientes no se tiene noticia. Eso pertenece al ámbito de su tío Ignacio, duque de Segorbe.

“, me llama la gente. Lo que no saben es que mi vida no ha sido un camino de rosas. Todos tenemos un pasado”. Y su pasado, junto al de su hermano, Luis Medina (igual de alto, igual de guapo y al parecer mucho más ligón, pero sin títulos, al menos de momento), está marcado por ser hijo del anterior y polémico duque de Feria y marqués de Villalba, el ya fallecido Rafael Medina, y la modelo Naty Abascal. “El matrimonio de mis padres salió mal, como les ocurre a otras muchas parejas”, asegura. El duquesito

Naty Abascal . Dama de armas tomar. Combativa. Hija de un abogado y de la primera mujer que abrió una boutique en Sevilla, inició su carrera con 18 años gracias al diseñador Elio Berhanyer que la llevó junto a su hermana gemela, Ana María, a presentar su colección a Nueva York. Belleza singular dio el salto. Richard Avedon la fotografió para la portada de Harper’s Bazaar. Se convirtió en la musa de Oscar de la Renta y Valentino, trabajó con Woody Allen en la película Bananas, se codeó con Warhol —quien decía de ella que era el “Empire State español”— y Salvador Dalí. Amiga de Nureyev, Yul Brynner, Audrey Hepburn o Ali MacGraw. “Mi madre siempre ha estado rodeada de la gente de la moda, la cultura... Mi padre, trabajador, con su círculo de amigos... Ya veías por entonces que las cosas que le gustaban a ella no eran las que le gustaban a él, tal vez por su profesión o su manera de ser”.

A Rafael, su padre, siempre le gustó Naty. Eran amigos de toda la vida. Niños bien de Sevilla. Él, tercer hijo de Rafael Medina Villalonga —rico, falangista de primera hora y ex alcalde franquista de Sevilla—, y de la duquesa de Medinaceli, educado en la London School of Economics, era un tipo bromista, simpático, juerguista, vividor, aunque tímido y depresivo. Rafael dirigía con éxito uno de los negocios familiares más prosaicos, la empresa de cuero artificial Cuerotex. Creó puestos de trabajo en Andalucía y una amplia red de distribución. Empezó a exportar a Alemania, Francia, Cuba y Canadá. En 1977 se casó con la modelo, separada de un piloto escocés de carreras que, para escándalo de los duques de Medinaceli, había posado en julio de 1971, con un mantón de Manila a la cintura por toda vestimenta, en la revista Playboy.

En 1978 nacía Rafael, el primero de sus hijos. Dos años más tarde, Luis. Una época feliz. Los niños acudían al exclusivo colegio Alminar de Sevilla, el mismo en el que estaban matriculados los primogénitos de la hermana gemela de la modelo y los hijos de la poderosa familia Ybarra, amigos de toda la vida. “Yo ejercía de prima mayor y los cuidaba”, relata Patricia Medina Abascal. Naty y el duque de Feria viajaban a Cuba. Ella fascinó a Fidel Castro con su porte. Tomaban copas en casa de Gabo García Márquez. Tiempo de galas benéficas donde los Medinaceli tenían como invitados a Grace Kelly, Eva Perón y Jackie Kennedy. A finales de 1988 llegó la separación. “Fue todo muy caótico, acabaron muy mal. Una ruptura que por su boom mediático fue muy traumática para todos. A mí me dejó marcado para toda la vida”, dice Rafael. “Yo creo que fue en el autobús, de vuelta al colegio —recuerda Luis, su hermano— cuando un niño me dijo: ‘Tus padres se han separado’. Y yo, no sé por qué, no sé si porque mi padre siempre estaba de broma conmigo, respondí: ‘No, no, pero se han separado cinco minutos’. Era graciosísimo. Mi padre me tomaba el pelo todo el día. Yo le preguntaba por cosas y él me daba una explicación absurda que yo reproducía en el colegio tal cual y todo el mundo: ¡Ja, ja, ja! Se reían de mí, claro. Era la pera”.