Reconstrucción para la reinserción

MAY GAÑÁN 21/03/2010 18:24

Andrés está ahora jubilado. Pasó toda la vida trabajando como agricultor en Soria. Estar bajo el sol toda la vida le provocó un cáncer de nariz hace cuatro años. Para atajarlo, tuvieron que extirpársela. Cuando se vio por primera vez en el espejo no podía creer lo que le habían hecho. Vivió los meses posteriores con un esparadrapo en mitad de la cara, que se convirtió en blanco de todas las miradas.

Nos cuentan que los niños al verle se asustaban. En cuanto pudo, acudió al departamento de Anaplastología del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, el primero de su especie, que lleva ya 30 años funcionando. Allí le pidieron fotos, le estudiaron la cara y le moldearon una nariz nueva. A medida. Maquillada del mismo tono de su piel, con la misma envergadura que su cara. Para que le fuera más fácil ponérsela y quitársela se la pegaron a sus gafas. Así que, cuando Andrés se quita las lentes, se desprende también con ellas de su nariz. Algo que causa sorpresa porque, desde fuera, nadie sospecharía que es falsa.

Acudimos con él a su cita de mantenimiento y comprobamos que su perfil real, es plano. Allí Enrique Damborenea, el director técnico del departamento y el artista que esculpe y modela cada pieza, ve su ajuste, su color y su estado. La maquilla, la retoca y Andrés puede volver a casa de nuevo con ella. Andrés dice que pudo habérsela reconstruído con cirugía pero teniendo en cuenta su edad, prefirió optar por algo más sencillo.

Entrar en el laboratorio de Enrique es como adentrarse en una sala de caracterización de cine. Resulta irreal un espacio, por el que se acumulan narices, orejas, moldes de escayola, botes de maquillaje, y ollas a presión de las que, de repente, él extrae un ojo. Lo sorprendemos trabajando las órbitas de un paciente. Y la oreja de otro. Sabe que sus manos devuelven la autoestima a mucha gente. Y que de ellas a menudo depende su recuperación total arrasados como están por la enfermedad. Cuida con mimo cada pieza que hace de forma absolutamente hiperrealista, como nos dice el jefe del departamento Jose María Díaz Torres.

El trauma de Laura se ha desvanecido gracias a la cirugía. Una lipoescultura de su rostro hecha con grasa de su propio abdomen, le ha hecho vencer el complejo que arrastraba desde que, hace veinte años, un cáncer de boca le sometió a un tratamiento tan brutal que frenó el crecimiento de su mandíbula. El cirujano Antonio Porcuna nos enseña fotos de cómo llegó a su consulta, y qué intervención le hizo para devolver a su rostro el equilibrio que le robó la enfermedad. Ese injerto, al ser de grasa propia nos cuenta que se comporta como un injerto vivo, que revitaliza y regenera la zona afectada. Laura, que se sabe una de las pocas personas que logró superar el cáncer hace veinte años, siente que ahora, además de superviviente, es una superviviente sin complejos.