Resistencia Ibérica en Ciudad Juárez

PILAR BERNAL 11/02/2010 18:13

El empresario español Javier Tuñón ha cambiado de vida. Él, su esposa y su hijo pequeño hace meses que no salen de casa por la noche. Tampoco van a comer a un restaurante, ni a pasear por la ciudad, la vida está acotada por los muros de la urbanización de lujo en la que aguantan. Su única salida tranquila son las excursiones a “El Paso”, la ciudad norteamericana al otro lado de la frontera: “En las calles hay una guerra. No tenemos fusiles pero estamos en guerra, sufriendo a los narcos y también a los federales y al Ejército”.

En Juárez impera un toque de queda no declarado que todos los juarenses cumplen a rajatabla: “hace meses que no salimos en cuanto anochece. Ya no te fías de nadie y eso afecta directamente a la actividad empresarial”. No se plantea irse, de momento, porque es la ciudad en la que este empresario de Puertollano lleva media vida viviendo, donde ha creado su familia y donde funciona su empresa de embalajes. La puso en marcha cuando Juárez era la ciudad de las oportunidades, de la mano de obra barata y de la cercanía a Estados Unidos. Pero ahora todo ha cambiado.

Extorsiones y secuestros

Los cárteles del narcotráfico que se disputan Juárez, la puerta de entrada de la droga a Estados Unidos, buscan parte de su financiación en la extorsión a los empresarios por eso los emprendedores españoles son objetivo prioritario. “Llegan a pedirte hasta cien mil dólares para que no te molesten en seis meses. Si no lo entregas amenazan con matarte a ti y a tu familia”.

La envergadura de la empresa determina la magnitud de la “cuota” que impone el cartel. Otra española, propietaria de un pequeño negocio, relata que piden cinco o seis mil pesos a la semana (entre doscientos y trescientos euros): “estamos aterrados, casi no salimos a la calle. Hemos cambiado coches nuevos por viejos para no llamar la atención. Ya ni te arreglas para que no te asalten”.

La comunidad española de Juárez va mermando por meses. De los setenta españoles que había hace apenas dos años a los poco menos de treinta que hay ahora. Agustín dice que se encomienda a Dios antes de poner un pie en las peligrosas aceras de Ciudad Juárez. Llegó de Canarias hace dieciocho años, el Cabildo de Lanzarote le mandó para colaborar en los preparativos del V Centenario. Nunca ha regresado.

“Ciudad Juárez era maravillosa y la gente muy especial. Abiertos, amables, a mí me acogieron increíble pero ahora hay otro espíritu. Todo el mundo tiene miedo y no sabes donde te puede brincar una bala”. Sueña con jubilarse en España y cuenta los días para que llegue ese momento. Supera nostalgia y miedo con la misma fuerza por eso se emociona al escuchar la música canaria en el viejo tocadiscos que trajo de casa.

Esta ciudad en plena disputa con la vida se debate entre un pasado de esplendor que les ha pasado factura y un futuro incierto. Todos, españoles y juarenses, reconocen que, de algún modo, los que prosperaron en Juárez se beneficiaron, directa o indirectamente, de la bonanza económica que trajo el narcotráfico. Es la realidad de esta extraordinaria ciudad fronteriza donde un pequeño batallón ibérico resiste.

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