Llega a Washington la obra de Luis Meléndez, un extraordinario pintor de lo ordinario

AGENCIA EFE 16/05/2009 16:02

Meléndez (1715-1780) sigue siendo un autor desconocido para el gran público, probablemente por tener la mala fortuna de vivir tras la estela dejada por Diego Velázquez y en el albor de Francisco de Goya.

Su talento no fueron los retratos del primero, en los que el alma se escapa por los ojos, ni las visiones cargadas de expresividad del segundo, sino que Meléndez pintó, principalmente, naturalezas muertas.

"Fue el mejor pintor de bodegones de España del siglo XVIII y uno de los mejores del mundo de todos los tiempos", dijo a EFE Gretchen Hirschauer, la comisaria de pintura española e italiana de la Galería Nacional de Arte de Washington.

Meléndez fue un miniaturista de lienzo grande, un pintor obsesivo, concentrado y detallista hasta el extremo, capaz de capturar unas gotas de sangre que escurren de las agallas de un besugo y un reflejo de luz en un hilo.

Huyó de las brumas, la poesía y el movimiento de la pintura romántica que nació en la segunda mitad de su siglo y buscó un realismo absoluto, con el ojo en sus predecesores Velázquez y Francisco de Zurbarán.

"Sus cuadros no son románticos en absoluto, tienen una inmediatez telúrica, te dan hambre", explicó a Efe Catherine Metzger, encargada de la conservación de pinturas de la Galería.

La exposición que se abrirá el domingo en una de las catedrales del arte de Estados Unidos es la primera sobre Meléndez en este país en 25 años y desde Washington viajará a Los Ángeles y Boston.

Consta de 31 cuadros, incluyendo 14 de los 15 lienzos de Meléndez que están en manos estadounidenses y 4 pinturas que no habían sido exhibidas nunca.

Las obras suponen un registro casi científico de las comidas y utensilios de cocina típicos de la España del siglo XVIII.

"En la época había mucho interés en las nuevas ciencias, como la botánica", dijo Metzger. "Plasmar las frutas y verduras del país habría sido visto como algo muy moderno", añadió.

Meléndez también es un cronista de las nuevas modas, como el chocolate recio que enloqueció a las damas de la alta sociedad española en la época y que pintó con su parafernalia: la jícara importada de China, los bizcochos y la chocolatera de cobre.

En su juventud, Meléndez prometía ser un excelente pintor de retratos y motivos religiosos, temas que ennoblecían al artista, pero su carrera se truncó cuando él y su padre, el miniaturista Francisco Meléndez, fueron expulsados de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Para Meléndez este acontecimiento acarreó una vida de zozobras para subsistir, pues aunque hizo algunos encargos para el rey, nunca consiguió un cargo en la corte, en parte por su arrogancia y malos modos, según Hirschauer, que cree que el pintor se decantó por las naturalezas muertas por necesidad.

"En el siglo XVIII había muy pocos pintores de bodegones en España y Meléndez decidió que ése era un nicho de mercado que podría capturar", explicó esta experta.

Era una elección lógica, dado la formación como miniaturista que había recibido de su padre.

En sus cuadros obliga a fijar la vista en la belleza fresca de una sandía, la complejidad de una coliflor o los ojos vidriosos de un pescado.

En un cuadro pintó una pera fresca y en otro la misma fruta con signos de estar ajada, pero sus lienzos carecen del mensaje simbólico sobre la brevedad de la vida de los pintores holandeses.

A Meléndez lo que le interesaba simplemente era mostrar la naturaleza, con toda su hermosura y todas sus fallas.

Su arma era la luz, con la que daba volumen y textura, y gracias a la cual contrastaba la aspereza de una vasija de barro con la suavidad de una uva, o la superficie irregular del cobre con la lisura de la cerámica.

Meléndez vio, en definitiva, lo sublime en lo cotidiano, lo extraordinario en lo ordinario y lo pintó con la mayor fidelidad que pudo para que otros también lo contemplaran.