En plena fama Mickey Rourke decidió dedicarse al boxeo profesional. Los varoniles puñetazos le dibujaron nuevos pómulos, cicatrices y maltrataron su rostro.
El actor quiso corregir con el bisturí su paso por el ring y el resultado empeoró poco a poco y de forma gradual. Lifting facial, bótox, operaciones de párpados, injerto de pelo y así una suma de decisiones lo han transformado en un ente irreconocible.
Ahora parece que ha vuelto a su obsesión por los quirófanos, y esta de la derecha es una foto reciente realizada en las afueras de su casa en Beverly Hills, en California.