La Tate Modern presenta una gran retrospectiva de Per Kirkeby

AGENCIA EFE 17/06/2009 11:56

Kirkeby, que logró renombre internacional en los años noventa junto a otros representantes del neoexpresionismo europeo como los alemanes George Baselitz y A.R. Penck, ha seguido, sin embargo, su propio camino.

El polifacético artista ha trabajado en todo tipo de medios y soportes -pintura, dibujo, grabado, escultura, performance- y es además autor de libros de poesía y de monografías sobre otros artistas por él admirados: desde Miguel Ángel hasta Gauguin, Manet, Rodin, Kurt Schwitters o Picasso.

Geólogo de formación y viajero impenitente, sobre todo a los lugares más inhóspitos del planeta, Kirkeby ha encontrado siempre una gran fuente de inspiración en el paisaje, tema que aborda muchas veces con un interés casi científico.

Kirkeby formó parte en los años sesenta de movimientos artísticos de carácter experimental como Fluxus, junto al alemán Joseph Beuys y al coreano Nam June Paik, entre otros.

Interesado lo mismo por la naturaleza salvaje que por la historia del arte, llevó a cabo varias expediciones a las regiones árticas, pero viajó en los años setenta a México, Honduras y Guatemala para estudiar el arte maya, que iba dejar una huella profunda sobre todo en su obra arquitectónica y escultórica.

La retrospectiva de la Tate, que reúne ceca de 150 obras de distintos formatos, muchas de ellas de enormes dimensiones, incluye pinturas sobre lienzo y un tipo de tabla conocida como masonita, dibujos y pequeñas esculturas de bronce, y aporta una selección de sus obras literarias y ensayos.

Organizada cronológicamente, comienza explorando un motivo recurrente en toda su obra: la cabaña, forma más básica de la arquitectura doméstica, situada en cierto modo en el umbral entre la naturaleza y la cultura.

Es notorio el interés del artista por el filósofo norteamericano de la naturaleza Henry David Thoreau, cuyo libro "Walden: la Vida en los Bosques" ilustró, y que sirvió además como título de una de sus series pictóricas.

Una de las sorpresas de la exposición para quienes conocen sobre todo su obra de madurez, mucho más abstracta y expresionista, son sus pinturas sobre masonita, de los años sesenta, con sus referencias al mundo del cómic y del espectáculo, por un lado, y a los artistas simbolistas como Segantini o Gustave Moreau, por otro.

A partir de los años ochenta, Kirkeby, profundo conocedor y admirador del arte europeo, desde el Renacimiento hasta los románticos alemanes como Caspar David Friedrich o Philippe Otto Runge, comenzó a crear un tipo de pintura heroica tanto por su temática como por sus dimensiones.

Lo figurativo aparece ya sólo como alusión en unos lienzos dominados por enormes manchas de vibrantes colores -rojos, azules, verdes, dorados-, exuberancia cromática cuya extraordinaria luminosidad contrasta muchas veces con un fondo más apagado y ambiguo.

El paisaje sigue siendo en todas estas obras un punto de referencia constante aunque no en un sentido realista o lírico, sino muchas veces geológico.

En algunos de esos lienzos, que Kirkeby pintó sobre el suelo, pisando incluso el lienzo, se produce una clara tensión entre las manchas de colores sólidos y la superposición de líneas casi caligráficas que parecen evocar los diagramas científicos de la formación de rocas.

El espacio pictórico parece seguir su propia lógica, la perspectiva resulta desorientadora y el espectador tiene la impresión de que la composición continúa más allá de los límites que establece el marco.

Completa la retrospectiva una serie de interesantes esculturas en bronce, muchas de las cuales recuerdan, aunque en pequeña escala, las monumentales estructuras de ladrillo creadas por Kirkeby en su país natal.

Joaquín Rábago