Especial sequía: la estrecha relación entre la meteorología y el precio que pagas por la luz

Jorge Morales de Labra 25/10/2017 13:56

El problema es que, como bien conocen los meteorólogos, no siempre hace el mismo sol ni sopla el mismo viento. De ahí que su previsión resulte fundamental para determinar el precio de la luz del día siguiente.

En España, por ejemplo, aproximadamente dos de cada cinco kWh producidos por centrales eléctricas son, en media anual, renovables, si bien son numerosas las horas en las que la aportación supera ampliamente la mitad de la producción, al igual que lo son aquéllas en las que ésta cae por debajo del 20%.

El viento y, sobre todo, el sol son, en términos anuales, bastantes estables. Puede ser que sople más o menos el viento en marzo o en octubre, pero al final del año las variaciones en la producción total de los parques eólicos del país no son muy significativas.

¿Qué pasa si hay sequía?

Lo del agua, sin embargo, es otro cantar. Goza de una característica única, puede almacenarse, lo que la otorga de una capacidad gestión desconocida para sus hermanas renovables. Las variaciones anuales, además, son aquí muy significativas y es fácil que en un año de sequía, como el actual, la producción hidroeléctrica se desplome a la mitad de los niveles de un año normal, como el anterior.

En todo caso, pensará, la influencia de una sequía en el precio de la luz no puede ser tan alta. Al fin y al cabo, estamos hablando de en torno al 20% de la producción de electricidad en un año medio, por lo que, por mucho que ésta caiga a la mitad, sólo habría que sustituir el 10% de la producción anual por otras fuentes. Cuando vamos al supermercado y cambiamos uno de cada diez productos nuestra factura no se dispara.

El problema es que el precio del mercado eléctrico sí lo hace. De hecho, acumula subidas del orden del 30% en lo que va de año y el mercado de futuros, que anticipa el precio de la electricidad en los próximos meses, lleva dos semanas cotizando el mes de noviembre por encima de los 60 €/MWh, mucho más de los 45 € habituales y peligrosamente cerca de los 70 € que en enero llevaron a una histórica subida del precio de la luz que forzó al propio presidente del Gobierno a manifestar públicamente su confianza en que la lluvia o el viento llegarían en su auxilio para contener los precios.

La razón de tal sensibilidad del precio a la aportación de las renovables son unas reglas de juego que no se pensaron para éstas, sino para centrales que queman carbón, petróleo o gas, cuyos propietarios dependen de terceros países para calcular el precio al que les sale rentable vender su electricidad. Nada que ver con el agua, el sol o el viento, que son gratis.

En efecto, en el mercado eléctrico el precio de la última central, la más cara de todas, necesaria para satisfacer la demanda en cada hora es el que cobran todas las demás. El 'juego', por tanto, de determinar quién es esa última central resulta determinante.

Pongamos, por ejemplo, que tenemos los embalses rebosantes de agua y la previsión es que siga lloviendo en las próximas semanas. Al mismo tiempo sopla mucho viento y hace un día bastante soleado. En estas condiciones, la gran mayoría de la energía producida será renovable y estará dispuesta a cobrar lo que sea por vender su electricidad (parar aerogeneradores, parques solares o turbinas hidroeléctricas una vez construidas no tiene sentido).

Si a esto le unimos la oferta nuclear, que igualmente está dispuesta a cobrar lo que sea –en este caso por razón bien distinta: porque le cuesta más dinero parar la central que regalar su energía– es muy posible que la práctica totalidad de la demanda pueda cubrirse con centrales con bajos costes variables. Las pocas centrales de carbón que sean llamadas a completar la tarta pelearán por ella y ofertarán a precio muy bajo. Nuestro recibo lo agradecerá.

¿Y si es el caso contrario?

Si el contexto, por el contrario, es de sequía, el propietario de cada central hidroeléctrica con capacidad de almacenamiento ofertará su energía a un precio muy alto, tanto como el coste de oportunidad que tenga su agua. Calculará el precio que necesitarían, ya no mañana, sino a largo plazo, las carísimas centrales de gas para tener beneficios y lo tendrá de referencia para decidir si suelta el agua o la mantiene en el embalse.

Como consecuencia, esas centrales, que ayudaban a bajar el precio cuando estaban repletas de agua, ahora son las que determinan el precio de todas las demás. El resto de renovables y las nucleares lo agradecerán, porque cobrarán mucho más que antes. Nuestro recibo, no.

La pregunta del millón es: ¿qué sentido tiene que una central que se abastece de un recurso público como es el agua especule con la electricidad de todos los españoles? Es más, ¿cómo es posible que la situación se extienda a otras centrales eólicas, solares o nucleares, cuando los costes de todas ellas nada tienen que ver con el precio al que compramos gas a Argelia?

Alguien dirá: dejemos funcionar al mercado. Lo único que ocurrirá es que alguien verá una oportunidad de negocio y construirá una nueva central hidroeléctrica que vendrá a disputar el beneficio a las actuales, lo que reducirá los precios.

Idílico argumento. Olvida que los mejores ríos ya están cogidos y que, además, nadie puede ya anegar pueblos enteros para producir electricidad como se hizo en tiempos de la dictadura durante la construcción de la mayor parte de los embalses existentes en la actualidad.

Es razonable, por tanto, que la electricidad nos cueste menos cuando la naturaleza nos la facilita a raudales, pero también lo es que cambiemos las reglas de juego de nuestro mercado eléctrico para que la carencia de recursos renovables no se amplifique innecesariamente. De no hacerlo nos enfrentaremos a precios cada vez más extremos que, a buen seguro, harán, ya no de un meteorólogo sino de un chamán, presidente del Gobierno.

*Jorge Morales