Hoy, para poder comer decentemente, tuvimos que salir de la ciudad y buscar uno de esos restaurantes campiranos que hay en las carreteras mexicanas. Hasta el momento, lo del cierre de cualquier sitio posible de reunión aplica sólo en la capital. Y aunque en la mañana esa medida parecía una exageración que sólo golpearía la economía, para la tarde, cuando la OMS subió la alerta a nivel 5 (de 6 posibles) comenzó a tener sentido.
Ante la escasez de cubrebocas, las nuevas tendencias de la moda porcina marcan los pañuelos y las bufandas. En un semáforo, un niño, de los que suelen limpiar el parabrisas y pedir unas monedas, me solicitó una mascarilla. Por suerte tenía una nueva, de las que el gobierno capitalino repartió gratuitamente.
Sobre las millones de dudas que tenemos, prevalece una: ¿por qué Estados Unidos tiene más casos detectados (109, por 49 de México) y ninguno ha resultado mortal? ¿por qué en el resto de los países donde se han presentado casos se han podido controlar? Las posibles respuestas rondan la deficiencia de nuestro sistema de salud, la costumbre de automedicación y la pobreza. Si llegamos a dimensionar que se trata de una enfermedad curable y aún así estamos en un estado de "inminente pandemia", como la llamó Margaret Chan, directora de la OMS, seguramente el fastidio, y hasta la paranoia, mutarán en enojo. Mucho enojo.