De repente, ciegos

EVA LUNA 03/12/2009 21:00

El 80 por ciento de la información que recibimos para desenvolvernos en este mundo nos llega a través de nuestros ojos. Sin ellos como guía nos sentimos perdidos, desorientados, aislados... Para evitarlo basta con aprender a recibir esa misma información, a través de los otros sentidos.

"Acuérdate de llevar bien el bastón, al contrario de los pies", le dice a Cristina Feli, su rehabilitadora. Cristina tiene 23 años, y hace sólo 8 meses que se ha quedado ciega a raíz de una enfermedad, la neuromielitis óptica. Ahora la joven comienza a salir a la calle sin compañía, con la ayuda del bastón que está aprendiendo a usar: "Salir solo a la calle es un peligro y da miedo. Cuando vas con el bastón es como una prolongación de ti, es más sencillo". "Lo que no puedes ver, lo tocas", puntualiza Feli: "Si alguien se tiene que chocar es el bastón, si alguien se tiene que caer, es el bastón".

En el taller de movilidad que imparte la ONCE Cristina aprende a orientarse y a esquivar los peligros de una gran ciudad como Madrid, que son infinitos para un ciego. Lo principal es saber esvitar los pibotes, las cabinas, las farolas, los toldos, los salientes... Pero sobre todo hay que protegerse del tráfico y para ello es fundamental el oído: "En las calles grandes se oye muy bien, hay semáforos sonoros, pero en las pequeñas es más complicado, tienes que estar muy pendiente de por dónde vienen los coches".

En el recorrido que hacemos con Feli y Cristina nos encontramos infinidad de obstáculos: aceras en mal estado, motos atravesadas en el acceso al paso cebra, pibotes torcidos en medio de la calzada, escaleras con barandillas demasiado cortas... Pero nada frena a Cristina. Ella está a punto de casarse y su objetivo ahora es ser independiente. Antes del brote de la enfermedad que la dejó ciega Cristina tenía dos trabajos como administrativa. De formación era técnico de laboratorio y había hecho un curso de quiromasaje. Trabajaba, estudiaba, conducía... Ahora sus tareas han cambiado pero no su energía y su vitalidad. Aparte de aprender a manejar el bastón va a clases de Braille para poder leer con sus dedos. También a un curso de natación. Ya ha hecho planes para cuando consiga moverse sin necesidad de ayuda por la ciudad, quiere ejercer de quiromasajista: "Se puede hacer todo, lo importante es que tú sepas que puedes hacerlo, y tener ganas de poder". Los ojos ciegos de Cristina son un reflejo de su actitud vital: brillan y se iluminan cuando ella habla del futuro. La mirada destaca aún más producto del maquillaje: "Cristina, ¿te has maquillado tú sola?. Sí... (sonríe), ¡Los cursos de automaquillaje son maravillosos!, es una de las primeras cosas a las que me apunté, dije, no puede ser, porque yo me pintaba muchísimo antes, y eso de llevar seis meses sin pintarme en cuanto llegaron los cursos, dije, esta es la mía, ahí fui, de cabeza... tardas, ¡pero te maquillas!."

"Yo hago todas las cosas de la casa, tengo el mismo nivel de ama de casa que tenía antes. ¿No hay nada que ahora no puedas hacer?. No." La que habla, con una seguridad aplastante, es Belén. Otra mujer ciega. Aunque lleva gafas su campo visual es muy reducido. Nota los cambios de luz y los contrastes pero ni siquiera distingue colores. Su perra guía Mady la acompaña las 24 horas del día.

Belén es fisioterapeuta, y ejerce como tal. Además se encarga sola de su hogar: "A mi no me pidas que te haga un pollo al chilindrón (se ríe a carcajadas), bueno, si me dices como lo hago, yo lo hago" Sólo tienes que tener las cosas organizadas para encontrarlas rápidamente. Al principio no tienes la misma seguridad en ti misma, tu autoestima está un poco baja, pero luego automatizas los movimientos y aprendes trucos para saber si las cosas están mal o bien hechas". Ahora Belén está recibiendo un curso de cocina de la ONCE. Es sorprendente verla manejar los cuchillos, corta el queso en lonchas finas y paralelas, mirando cómo trabajan sus manos cualquiera podría pensar que es vidente. En este taller hacen especial hincapié en las medidas de seguridad: le enseñan a comprobar si los fuegos están apagados (lo ideal es que los electrodomésticos tengan marcas para que los ciegos sepan al tacto si están apagados o encendidos...); a escurrir el agua hirviendo con las cacerolas siempre hacia fuera, para evitar que pueda salpicar el cuerpo; a diferenciar el olor del aceite frío del caliente; a utilizar las tijeras sin que se produzcan cortes ni se derrame el contenido de los envases; a abrir las latas alejando los dedos de los bordes; es decir, a prestar especial atención a su seguridad para poder desenvolverse en la cocina sin peligros.

Con el mismo optimismo y tesón Belén ha aprendido a planchar sin riesgo de quemarse. "No se hace ningún movimiento de retroceso como hacemos los videntes para no arrugar lo ya planchado" le explica Conchi, su técnico en rehabilitación. También es muy importante al recoger la plancha dejarla en un rincón en el suelo hasta que se enfríe. Para hacerlo Belén palpa con sus manos el extremo del cable pegado al cuerpo de la plancha y lo sigue hasta llegar al enchufe. Después de desenchufarlo lo enrolla y coloca la plancha donde no la estorbe ni a ella ni a Mady.

La ONCE tiene en sus instalaciones una cocina al completo y una sala de plancha. Es allí a donde acude Belén a realizar sus prácticas. Además de los talleres de cocina y movilidad hay decenas de cursos destinados a que la vida de estos "ciegos repentinos" se normalice.

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