Tres víctimas, tres maneras de sobrevivir al 11M: "Tuve que reconstruirme física y personalmente"

  • El 11 de marzo de 2004 empezó "como cualquier otro día" para Beatriz Sánchez, hasta que a las 7:38 horas su realidad se fue a negro

  • Dori Majali despertó en la UCI del Ramón y Cajal tras amputarle una de sus piernas: "Pensé que todavía tenía posibilidad de ponerme tacones"

  • Después de perder a su hija, Ángeles Pedraza no ha vuelto a tener un día "completamente feliz" porque "siempre te falta la persona que te falta"

7:38 horas del 11M: la realidad se fue a negro

El 11 de marzo de 2004, Beatriz se levantó "como cualquier otro día". Era jueves, y como todos los jueves, tocaba madrugar. Este era su concepto de rutina. De aquella trabajaba como psicóloga en la Unidad de Tabaquismo del Hospital Carlos III. Tenía turno de mañana. Y su propósito del día era fichar a su hora para llegar a tiempo a una comida con una amiga a la que llevaba demasiado tiempo sin ver. La estación le pillaba a unos quince minutos andando de su piso de Coslada. Su chico, aprovechando que salían a la misma hora, le ahorró el paseo acercándola en coche. Y según entró en el andén, un tren, el 21713, parecía estar esperándola. 

Nunca le gustó ir sentada a contramarcha. Pero esa mañana no le quedó otra que ceder a sus manías y ocupar un asiento abatible que se encontraba justo al lado de la puerta. Todavía no era consciente, pero esta casualidad le salvó la vida. Sacó un libro, lo abrió por donde lo dejó el día anterior. Pasaron Vicálvaro, el aforo del vagón se triplicó. La rutina seguía su curso. Y fue a las 7:38 horas, justo después de escuchar por megafonía que estaban a punto de hacer parada en Santa Eugenia, cuando su realidad se fue a negro.

"De repente todo iba muy lento. Era como estar en otra dimensión, algo muy extraño. 'No sé qué pasa, pero es algo malo', pensé". Lo siguiente que recuerda es verse tirada en el suelo del tren. Los gritos y el desgarro le sacaron de su aturdimiento. "Es una bomba, es una bomba", escuchó a lo lejos. La chica que iba a su lado ya no estaba. Y fue la adrenalina la que le dijo: "Beatriz, tienes que salir de aquí". Ya en el andén, a donde llegó a rastras, se topó con un hombre que le ofreció su ayuda. "Lo primero que pensé fue en llamar a mi por entonces pareja y a mi trabajo. Aunque no sabía qué lesiones tenía, estaba entera, y necesitaba decirles que estaba viva, porque los que estaban a mi alrededor no lo estaban".

De repente todo iba muy lento. Era como estar en otra dimensión, algo muy extraño. 'No sé qué pasa, pero es algo malo', pensé

Después del estallido llegó el caos

A las 7:39 horas, un minuto después de que Beatriz saltase por los aires, el tren de Dori atravesaba la calle Téllez. 7,3 kilómetros las separaban. Eran dos desconocidas. Y ese día, ambas pasaron a formar parte de las 1.857 víctimas que sobrevivieron al mayor atentado de la historia de Europa. En su caso, lo primero en lo que pensó al ver sus piernas destrozadas, al comprobar que le era imposible salir corriendo, fue en Alejandro, su hijo de tres años. A ella también se le quedó grabado el olor a carne quemada, los muertos amontonados, los trozos de personas. Y ya en el suelo, mientras esperaba a que los servicios de emergencias la rescataran, Dori fue consciente de que era una privilegiada.

Cuando la trasladaron al Ramón y Cajal, Beatriz llevaba un rato siendo atendida en el Gregorio Marañón. Le es imposible calcular cuánto, "porque el tiempo era muy relativo en esas circunstancias". "Cuando llegué al hospital había gente muchísimo peor que yo. No oía, la chapa del tren me había hecho un corte importante en la oreja izquierda, era incapaz de respirar bien, tenía mucho dolor en la espalda y en el pecho", recuerda haber explicado al personal de Urgencias. Dori, sin embargo, entró directamente a quirófano. Al despertar en la UCI, le comunicaron que le habían amputando una de sus piernas. Su reacción inmediata fue soltar una carcajada. "Ah bueno, ¿solo una? Creía que eran las dos. Todavía tenemos posibilidad de ponernos zapatos de tacón", apostilló. Ahí confirmó que su hijo no se había quedado sin madre.

Para esa hora, Ángeles ya se había recorrido "todos los hospitales de Madrid". No como ingresada, sino como madre. Su objetivo era localizar en alguna de esas camillas a Myriam, su hija, de la que no tenía noticias desde que salió de casa a primera hora de la mañana. En su caso no fue hasta las 11:00 horas cuando, desde El Corte Inglés en el que trabajaba, cayó en que "había ocurrido algo muy grave" y que era muy probable que su hija de 25 años estuviese en esa lista de fallecidos a los que los medios todavía no se atrevían a poner nombre.

Si hay algo que no perdono a los terroristas, además de que hayan matado a mi hija, es lo que tuve que ver esa mañana

"Si hay algo que no perdono a los terroristas, además de que hayan matado a mi hija, es lo que tuve que ver esa mañana. Todavía tengo pesadillas recordando las caras y los cuerpos que me encontré en las UCIs. Eso no se te olvida en la vida". A las 18:00 horas de ese 11 de marzo, a Ángeles ya no le quedaban más lugares que visitar más que IFEMA. Y eso significaba asumir que Myriam estaba entre las 63 personas que murieron por las cuatro explosiones de la calle Téllez. Entre los 192 fallecidos de este atentado. Allí, en ese recinto ferial reconvertido en morgue, un bombero le entregó el DNI de su hija. "Ese día, la vida que tenías se muere. Toca empezar una nueva".

Reconstruirse tras el atentado: una herida que nunca se cierra

Las tres se reconstruyeron. Dori lo hizo "física y personalmente". "Los dos primeros años fueron terribles. Tuve que aprender a andar, a convivir con una discapacidad que no tenía justo antes de las explosiones. Yo cada mañana me tengo que poner una pierna ortopédica. Además no oigo por el oído izquierdo. ¿Cómo me voy a olvidar de lo que viví ese día si me levanto a diario con las secuelas?" En veinte años ha pasado por veinte operaciones, muchas de ellas para retirarle la metralla en movimiento que quedó dentro de su cuerpo. Pero si de algo se siente orgullosa es de su hincapié por reinventarse.

"Yo antes de aquello tenía una profesión. Después, una incapacidad física que me impedía volver a desarrollarla", entendió. De ahí que en septiembre de ese mismo año se matriculase en Derecho ("siempre había querido ser abogada"), montase su propio despacho y, en 2006, tuviese a su segundo hijo, Fernando. También se sumó a la Asociación de Víctimas del 11M, de la que ha sido presidenta durante cuatro años. "Cuando me sentí fuerte, apoyarles públicamente me pareció una forma de devolver lo que en un momento dado hicieron por mí. Con el tiempo veía que este atentado estaba quedando en la memoria colectiva como algo anecdótico, y las víctimas seguimos estando ahí. Mi empeño era y es que esto no se olvidase para que no vuelva a suceder".

Beatriz lo tuvo más fácil que ella. "Las secuelas que sufrí eran mínimas, enseguida pude tener una vida cien por cien normal". Por su profesión de psicóloga, tras el accidente se cuidó muy mucho en dónde poner la vista para ahorrarse traumas. Era "muy consciente de que ciertas imágenes se quedan grabadas de por vida". Y a los trece días se reincorporó a su antigua vida. "Una de las cosas por las que sabía que tenía que pasar era volverme a montar en un tren. No podía permitirme el lujo de buscarme otro medio de transporte. Y el primer día que volví al trabajo lo cogí. Me acuerdo de la sensación de alerta, del olor. Pero este trago me ayudó a avanzar. Desde el inicio tuve muy claro que no quería mirar atrás".

La que nunca podrá olvidar es Ángeles. Ni "perdonar". Desde el 11 de marzo de 2004 no ha vuelto a tener un día "completamente feliz" porque "siempre te falta la persona que te falta". Pero ante esa sensación de desamparo en la que se sumió, se preguntó cómo lo habría hecho Myriam. Qué le diría si estuviese a su lado. Y pensó que le diría algo así como que "luchase, que tratara de sobrevivir". Por eso entró en política, entró en otra asociación, en su caso la de Víctimas del Terrorismo. Y aunque dar voz a otras tantos padres que siguen sin ser capaces de levantarse le ha servido, da por sentado que se morirá "sin respuestas".

Los dos primeros años fueron terribles. Tuve que aprender a andar, a convivir con una discapacidad que no tenía justo antes de las explosiones

"Las víctimas hemos tenido que aprender a tragarnos los llantos para que la familia que te queda no te vea siempre hundida. A fingir". ¿Por qué mataron a su hija? ¿Para qué? Una incertidumbre que provoca que el duelo, la herida, nunca se cierre. "No sabemos exactamente lo que ocurrió. Se ha corrido un tupido velo para que no se vuelva a hablar del 11M. Pero el 11M existió. Yo puedo estar viviendo cerca de uno de los asesinos de mi hija y no saberlo. Que no se haya hecho justicia, que se desconozca quién fue el autor intelectual, no hace más que acrecentar el rencor, más aún ahora que se cumplen veinte años", denuncia. Ángeles, como Dori, se niega a que se olvide su sufrimiento. Porque pueden seguir contándolo. Y ellas, las víctimas, son "las que verdaderamente perdieron con esto".

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