La última leprosería

PILAR BERNAL 22/01/2009 17:51

Ginés, Felisa, Antonio o Manuel son los rostros que llenan las historias del sanatorio que nació hace cien años para atender a unos enfermos que eran estigmatizados por una sociedad que les repudiaba. La enfermedad de Hansen era innombrable. Manuel Maguilla lleva aquí desde los años 80 cuando la lepra ya tenía cura: "Entre nosotros hablamos de esta enfermedad, del nombre tan feo que tiene pero hay otras peores como el Sida. Yo no tengo complejos voy por la calle como uno más. No es para tanto, es más el nombre".

Pero hace años este hospital, inaugurado en 1909, era una reducto de sufrimiento en el que se vivía excluido. Las religiosas, franciscanas, llevan tantos años como los enfermos más antiguos; algunas cincuenta o sesenta años. Sor Rebeca llegó de Tarragona con treinta años y tiene noventa: "Aquí hemos vivido de todo. Lo hemos visto cambiar. Una vez trajeron a uno, lo dejaron en la puerta de un pabellón y se marcharon. Antes era muy triste, los pobres sufrían mucho. Ahora no tiene nada que ver".

A esta monja todoterreno la llamaban la dama de hierro; derrochaba carácter para meter en vereda a los enfermos más rebeldes: "me tenía que encarar con ellos, pero me respetaban". Pero además era todo entrega junto a este batallón de monjas guerreras venciendo prejuicios. Lo mismo que Sor Joaquina: "Aquí han hecho niños la primera comunión; se han casado. De hecho tenemos un trabajador que nació de su madre enferma con 40 de fiebre y tiene casi cincuenta años y aún no ha tenido la enfermedad. El contagio es mínimo".

Una enfermedad difícil de contagiar

Pese a lo que se cree la lepra no es fácil de contagiar, hay que tener predisposición, muchísimo contacto y además sólo se trasmitiría por la mucosidad. Sólo entre los 0 y 4 años de edad el riesgo de contagio es alto. Entre adultos, sin embargo, es muy difícil. Nieves lleva media vida con Manuel viviendo en sanatorio, rodeada de enfermos, y está sana y salva: "Yo me quedé muerta cuando me dijo mi marido que tenía la lepra pero quise quedarme con él. Te asusta mucho al principio pero te ha tocado y punto. Yo no podía dejarle solo".

Eso sí, reconoce lo duro que es estar sana y vivir a parte: "Para venir de visita está muy bien pero para vivir de continuo es muy pesado. Aquí estoy haciendo un sacrificio muy fuerte por mi marido. Me da sentimiento; cuarenta y pico años llevamos ya".Él también ha sufrido lo suyo, este antiguo minero, diagnosticado a los 33 años, lleva décadas llorando: "Yo he sufrido mucho, he llorado y lloro de cómo estoy. A mí me lo dijo el médico en toda mi jeta. Usted sabe lo que tiene y yo le digo no. Usted tiene lepra. Me pasó en la flor de mi vida, con 33 años. Y lo peor es que es una enfermedad que te ataca al rostro, no puedes ocultarla, te cambia la vida aunque estés curado".

Excluidos por su aspecto

Y por eso mismo muchos aún se cubren los tatuajes que les dejó la enfermedad más antigua del mundo. El Padre Director, Antonio Guillén, lleva treinta y cinco años en Fontilles: "Desde los setenta la medicina encontró la manera de evitar las deformaciones en el rostro y con eso se solucionó parte del problema. La exclusión estaba relacionada con las deformaciones en el rostro".

Una muralla de tres kilómetros separó este lugar del mundo durante años, algunos se fugaban para comprar comida y sentían el rechazo; no podían entrar en los bares o les acercaban la comida con un palo. Antonio es enfermo pero comprende lo que ocurría antes: "La gente tenía miedo y el miedo es libre. Ahora no lo tienen. A lo mejor yo en el pellejo de ellos hubiese hecho igual".

Sin rencor aguantan en Fontilles, apenas 50 pacientes, curados la mayoría, pero con las secuelas en la piel y en la alma de años de dolor. Felisa tenía 14 años cuando llegó, experimentó infinidad de dolorosos tratamientos y al final se curó: "Me pusieron el tratamiento y me curé pero esto era una prisión, hace muchos años que es muy diferente, te censuraban, se pasaba hambre y fíjate yo he vuelto". Paquita es la más antigua lleva 61 años viviendo aquí desde que era casi una niña y ya no recuerda lo que ha sufrido.

Hoy la lepra es, afortunadamente en España, una enfermedad en extinción pero este fue durante años el único lugar en el que, según ellos, podían ser feos.