El vestido de torear: puntadas de oro

SUSANA VILLALBA 10/04/2009 00:00

Las taleguillas, y las chaquetillas siguen estando bordadas en esa seda especial con un recubrimiento impermeable que las protege de la sangre. También el chaleco, bordado sólo por su parte delantera. Se bordan a mano o a máquina con lentejuelas, mostacilla, canutillo de oro y plata o azabache si se ha elegido el negro como color del bordado.

Trajes de torero hay para todos los gustos y para casi todos los bolsillos. Se enriquecen hasta con pedrería especial, morillos o bellotas con hilo de alambrillos de oro. Uno de los más caros lo lució Espartaco en una corrida de la Expo 92 de Sevilla. Era negro y oro -realizado por Justo Algaba, uno de los más importantes sastres taurinos del mundo- y lo hizo bordar con hilo de oro de 18 quilates. Es un modelo único en el mundo.

El precio medio de un traje, que pesa entre 3,5 y 5 kilos -dependiendo de los bordados- es de 3.000 euros, aunque hay que tener en cuenta que en su confección pueden intervenir hasta cuarenta personas y se tarda un mes y medio en realizarlo completamente. Si no hay percances, se puede utilizar en cuatro o cinco ocasiones.

El bordado es todo un arte en el que las manos danzan con puntadas de oro y plata -en el caso de los banderilleros- de auténtica artesanía. El proceso comienza con el dibujo o plantilla que se cose a la seda. Allí se bordan todos los adornos cuyos dibujos son infinitos: geométricos, de flores, cruces, de cachemires... más de quince metros de tela y cientos de hilos conforman el vestido de torear. La chaquetilla lleva hasta diez capas de entretela, lo que le confiere su rigidez característica, a modo de una 'coraza' que intenta proteger en alguna medida el cuerpo del espada de las cornadas.

La taleguilla de nuestros días, muy pegada al cuerpo para evitar enganchones, se sujeta con tirantes unidos a ella con cierres de cuero. Debajo, el torero lleva otro calzón interior, al igual que unas medias blancas van debajo de las rosas. Las zapatillas, manoletinas de piel flexible que, en ocasiones, y para un mejor agarre al suelo, llevan tacos similares a los de las botas de fútbol.

El sólo nombre de los colores del vestido evoca todo un mundo de sensaciones: gualda y oro, azul pavo y oro, tabaco y oro, azul purísima, verde oliva, nazareno... y hasta catafalco y oro, que lució en varias ocasiones uno de los espadas más seguidores e ilustrados de la Historia del traje de luces: Luis Francisco Esplá, quien ha diseñado algunos de sus propios vestidos, rescatando elementos del siglo XIX, al igual que Morante de la Puebla.

Cada torero tiene sus rituales y, a veces, sus supersticiones. Si la tarde ha ido mal o se ha visto de cerca una cornada mortal, muchos no vuelven a lucir ese color. Otros, en cambio, se atreven. Por ejemplo Ponce, que sufrió una gravísima cogida en Alicante con un traje rioja y oro y lo volvió a lucir en Málaga en una tarde redonda.

La superstición en el ruedo

El amarillo no es color que guste en la tauromaquia. Sin embargo, Jesulín de Ubrique no le tenía ningún miedo y tras triunfar en una 'corrida de mujeres' en Valencia con ese color, un rabioso amarillo canario, encargó varios trajes iguales. El rosa era uno de los colores preferidos de Manolete y El Lagartijo utilizaba muy a menudo los verdes. Antoñete, de lila en multitud de ocasiones, y se considera un clásico el blanco y oro, muy utilizado en las alternativas. El grana simboliza a menudo el valor de los que saltan a la arena.

Luis Miguel Dominguín fue uno de los que se atrevió a dar aires nuevos a la ortodoxia de la vestimenta taurina. Nada menos que Picasso le diseño un traje de luces más ligero que los habituales y más sobrio y con aires goyescos que no tuvo ningún éxito, ya que no le faltaron las críticas al diestro ni al genio de la pintura.

La estética y la belleza de los trajes de luces han tentado a varios diseñadores de renombre desde hace ya algún tiempo. Francis Montesinos diseñó uno para César Jiménez en la corrida goyesca celebrada en 2007 en la Plaza de Toros de las Ventas. Christian Lacroix tuvo su oportunidad de cambiar el albero por la pasarela en Nimes, donde Antonio Borrero Chamaco, el 6 de junio de 1992, lució su creación.

Y el más reciente y conocido, el diseño que Giorgio Armani realizó para Cayetano Rivera Ordóñez en la malograda corrida goyesca de Ronda de 2008. Este traje, de inspiración también goyesca estaba realizado en color 'greige' (combinación de gris y beige exclusiva del modista italiano) y bordado con cristales y plata, aunque su realización corrió a cargo del sastre madrileño de siempre de Cayetano, Santos García.

Y no hay que olvidar, para completar el terno, el capote de paseo. Más corto que el de brega y lujosamente bordado, refleja buena parte de la idiosincrasia, las devociones religiosas o el concepto de estética del torero. Hay gran número de ellos con imágenes religiosas o motivos que recuerdan los infinitos matices de los mantones de Manila, por ejemplo. Se combinan con los colores del traje y suelen ir forrados en otro tono distinto y constituyen piezas de auténtico museo.

El traje de luces, esa auténtica segunda piel del matador, luce en la arena con todo su esplendor y va más allá de una simple indumentaria. Es uno de los símbolos fundamentales de aquellos que hacen que cada tarde, cuando suenan los clarines, la tauromaquia se convierta, siglo tras siglo, en puro arte.