Una breve historia del polígrafo: cómo la tele nos hizo adictos a la verdad

Ramón Azcárate 13/10/2017 13:05

Algunas autoridades creen que, de la misma manera en que lloramos cuando estamos tristes, nuestro cuerpo tiene otro tipo de respuestas fisiológicas cuando mentimos. Y algunos países (y algunos estados dentro de algunos países, como en EE.UU.) admiten como prueba judicial los resultados de un polígrafo. Otros no se creen nada. Al parecer, uno puede mentir al polígrafo. En 'Instinto básico', probablemente uno de los primeros que vimos los españoles en el cine, Sharon Stone mentía. Tan ricamente.

Entonces, en 1993, justo un año después de esa película, llegó el polígrafo a la televisión. El programa se llamaba 'La máquina de la verdad'. ¡Qué concepto, "la verdad!". Qué gigantesco, qué intangible y qué peligroso. Pero qué adictivo. A la gente le encantó aquel programa. Visto ahora, tenía un maravilloso valor retro: había láminas de madera en el plató (¿por qué desapareció la madera de los platós? ¡Que vuelva, por favor!), un montón de periodistas sentados como los imponentes miembros de un jurado (por ahí pasaron, ojo, Jiménez Losantos y Ramón Mendoza), un señor que era el único que sabía manejar la máquina recién llegado de Estados Unidos, que hablaba en inglés y al que había que doblar (lo que hacía que el conjunto fuese más digno de 007 todavía) y el famoso en cuestión estaba rodeado de cables, posando frente a un decorado en el que había dibujados un monton de gráficos de ritmo cardíaco.

Todo tenía un encanto trash, cálido y obvio. 'La máquina de la verdad' era exactamente como esperaba el público de aquel Telecinco que casi todavía gateaba se la había imaginado: un trasto incomprensible y misterioso lleno de posibilidades.

Se ve que al público español le encantó el cacharro, porque el programa tenía unas audiencias enormes y dejó eso que dejan todos los programas que triunfan: una coletilla. Era del fallecido Julián Lago, uno de los presentadores más herméticos y magnéticos de la historia de la televisión en España y al que echamos mucho de menos, y decía así: "No responda ahora. Hágalo... después de la publicidad".

Creo recordar que nos pasamos mucho tiempo sin polígrafo cuando se terminó el programa en 1994, pero había una compuerta que se había abierto y ya no se podía cerrar. De repente todo el mundo quería saber la verdad. De repente todo el mundo quería saber quién tenía razón y quién no. De repente, en resumen, los espectadores exigíamos términos absolutos. ¡Los muy bastardos! La tele nos había dado los ballets de Valerio Lazarov, las intrigas de Pedro Costa, los concurso de Chicho Ibáéz Serrador y la excelencia narrativa de 'Twin Peaks'. Pero no era suficiente. De repente, todos nos sentimos con el derecho de saber la verdad.

Como espectadores, jamás nos hemos recuperado de esa indignidad.

Hijos bastardos de aquella máquina de la verdad, aunque no tuviesen polígrafo, fueron programas como 'Confesiones' en RTVE (presentado por la única persona más hermética y magnética que Julián Lago: Carlos Carnicero) y 'Veredicto', que trajo a nuestras vidas a Ana Rosa Quintana, que jamás se volvió a ir y no tiene pinta de que vaya a hacerlo pronto. La gente quería confrontación, análisis y, finalmente, arrepentimiento y justicia. Ahí es nada.

Y entonces, ya en el nuevo siglo, llegó Emma García y el saloncito de 'A tu lado' y lo recuperó para el horario de tarde. Con un par. Lo llamaban, en vez de "el polígrafo" o "la máquina de la verdad", "el detector". Para aquel entonces el tamarismo había arrasado con la realidad y de repente ya no interesaban las figuras gigantescas que iban a 'La máquina de la verdad' (Jesús Gil, Antonia Dell'atte en plena explosión del 'LecquioGate', exnarcotraficantes, hermanos de vicepresidentes del gobierno, John Wayne Bobbit, Ruiz Mateos o Amparo Muñoz), sino la nueva línea de famosos que inauguraron el bello arte de ser famosos solo por serlo.

Aquí ya no había un señor hablando en inglés con tono mesiánico, sino un simpático señor calvo llamado Amável Sánches. Digamos que Emma García bajó el polígrafo a la calle: si antes estaba reservado a millonarios y hermanos de ministros, ahora podía hacerlo cualquiera que hubiese salido de 'Gran Hermano'. Insistimos en saber la verdad incluso de gente de la que ya lo sabíamos todo: los habíamos visto levantarse, desayunar, comer, merendar y acostarse. A veces, acostarse con otros. Nuestra hambre no conocía límites.

En 2007 el polígrafo desapareció de nuevo. La verdad es así, va y viene. Pero esta vez no tardó en volver: solo un año. Ocurrió en 2008. Y cómo lo hizo.

Lo hizo con 'El juego de tu vida'.

¿Qué decir de 'El juego de tu vida'? Es posiblemente el programa más extremo, indescriptible y maravilloso que hemos visto nunca. El año que viene cumple diez años y deberían declarar un día festivo en España para celebrar su memoria. Sobre él deberíamos extendernos otro día. 'El juego de tu vida' trajo definitivamente el polígrafo a la calle: cualquiera podía ir a la televisión, responder a preguntas como "¿Has utilizado alguna vez una rueda de camión como jueguete sexual?" o "¿Crees que tu novio huele mal porque no se ducha?" y esperar a que nunca sonase una voz femenina que decía una frase que es ya parte del folclore español y que usamos en nuestra vida diaria casi tanto como "hola" y "adiós": "Eso es... ¡mentira!".

Lo único malo que podemos decir de 'El juego de tu vida' es que nos privó de ver el polígrafo en sí (las pruebas se hacían antes de la grabación), que era un espectáculo bonito y divertido con sus cables y sus gráficos ininteligibles. Una herencia, esa, que se mantendría en 'Sálvame Deluxe' gracias al espacio que no solo recuperó el polígrafo sino que lo convirtió en un hashtag, verdadero termómetro actual para saber si algo es importante o no. El #polideluxe se ha convertido en una especie de terapia de grupo para la familia disfuncional favorita de España, que es la que forman los colaboradores de 'Sálvame'. Han ido muchos famosos, muchos novios de famosos y muchos hijos de famosos, pero los #polideluxe que más nos han hecho vibrar son aquellos en los que un colaborador se enfrentaba con el resto del grupo y tenía que responder a la pregunta: "¿Te caen mal tus compañeros?".

Lectores, rezad para que nunca os hagan esa pregunta frente a vuestros compañeros de trabajo mientras tenéis unos cables pegados a la cabeza. Correrá la sangre.