Nací gay en Pontevedra (1989) y sobreviví gracias a Telecinco

Ramón Azcárate 27/06/2017 16:48

Alguien comentó en una cena navideña que Telecinco se había convertido en un nido de maricones, que los había a todas horas, y que echaba muchísimo de menos los buenos tiempos de 'Mama Chicho', 'Pressing Catch' o 'Humor Amarillo'. Empecé a pensar la respuesta, pero mi madre me clavó la mirada para que no insultase a nadie en Nochebuena. Yo querría haberle dicho lo siguiente: que, como maricón, vibré en mi infancia viendo a los luchadores apenas vestidos que tenían más contacto físico que cualquier pareja de hombres que hubiese visto yo desde que habían puesto en La 2 'La ley del deseo'; que la primera vez que vi la bandera del Arco Iris no fue en la retransmisión de ningún Orgullo Gay por televisión sino porque el ambiguo Dúo Pirata de 'Humor Amarillo' la llevaba de uniforme; y que las 'Mama Chicho', con aquella representación casi paródica de la feminidad y unas coreografías fácilmente imitables con frutas en la cabeza que uno podía realizar en el baño con un gorro, fueron en cierto modo las primeras travestis que vi en mi vida.

Boris, la Veneno, Jorge Javier y todos los demás vendrían mucho más tarde. Pero por aquel entonces ya había algo fascinante en los programas de Telecinco para un chico que crecía en una ciudad muy pequeña y que veía en todo aquello que la diferencia no solo era posible y no solo era aceptada, sino que se podía convertir en un gran espectáculo. La tele pública estaba bien, claro. A mí me encantaba '¿Pero esto qué es?' y el 'Un, dos, tres' era la biblia, incluso alguna vez oí decir en casa que en 'Segunda Enseñanza' había una alumna enamorada de su profesora. Pero cuando llegaron las privadas y pude ver por fin Telecinco en casa de mi padre –en la de mi madre no se podía sintonizar a saber por qué minucia técnica y aquello casi acaba en un pleito para replantear mi guarda y custodia– y se abrieron las compuertas de los colores ultrasaturados y los personajes pasados de rosca. Recuerdo que al principio Telecinco solo se podía ver en Madrid y tardó en llegar a mi ciudad. Aquella nueva cadena era casi una criatura mitológica. Pues bien, cuando Telecinco llegó, yo me mudé de alguna manera a la gran ciudad.

Hace casi nada, muy pocos años, la vida era bastante gris. No hay que ponerse historicistas para hablar de cómo eran las cosas antes de Internet, pero sí es importante recordar a los adolescentes de hoy que la población LGTBQI, al contrario que otras minorías religiosas o étnicas, no son organizaciones formen una piña de forma orgánica y natural. Yo, como muchos otros, estaba solo y callado respecto a lo mío en una ciudad pequeña. Sabía que había algunos más por ahí. Terenci Moix –hagámosle justicia, juraría que él fue el primero que vi– ya dejaba caer lo suyo en TVE. Pero Moix era un exotismo urbanita, un señor muy listo y elevado que hablaba de cine clásico y la cultura egipcia. No había ahí un lugar por el que meter la patita para poder sentirse identificado. Porque, creedme, cuando uno está solo en lo suyo –en su sexualidad o en lo que sea,–que se abra una grieta para poder ver a través de ella que hay otros como tú puede salvarte la vida. Así que con la tele ocurrió así, de repente. BOOM.

Un día yo me tenía que ir ya a la cama, pero en 'Esta noche cruzamos el Mississipi' apareció La Veneno. Posaba en un parque con las tetas fuera mientras el Navarro hacía eso tan suyo de explicarnos lo que veíamos mientras sonaba rock sureño por detrás. ¿Qué decir de ella a estas alturas? Cuando se convirtió en una heroína de Internet tuve un sentimiento del que no me enorgullecezco: el de posesión. La Veneno era mía y me la estaban robando, como cuando tu escritor favorito se pone de moda y sientes que un montón de extraños han entrado en tu biblioteca.

La Veneno era una criatura con un espectacular cuerpo de mujer, la voz de hombre y los modales de un pocero. Decía sin reparos: "Yo soy puta". Y se movía de un modo que yo no había visto antes, como un elefante educado en una escuela de señoritas. Vestía a veces como una cyborg, otras como una flamenca, cambiaba todos los días de peluca y siempre se le salían las tetas fuera en un momento dado. ¡Diosa pagana! Si hubiese vivido en tiempos del imperio Otomano hoy estaría representada en cientos de mosaicos. Como le tocó vivir en el auge de los late nights y morir en el de las redes sociales, hoy está representada en millones de memes. Todo el mundo tiene su frase favorita de La Veneno, pero la mía es una que soltó cuando un presentador la intentó poner a prueba frente a una señora muy elegante que era mujer de un importante cargo. Le dijo el presentador a la Veneno:

– Ella es mujer de diplomático.

Y respondió la Veneno con displicencia:

Yo soy mujer de todo el mundo.

Y luego está Boris. Cuando a Pedro Zerolo le dieron una plaza en Chueca me alegré mucho. Se la merecía. Pero no pude evitar pensar: ¿qué estará pensando en su casa Boris Izaguirre? Pedro Zerolo fue la cara visible que llevó la lucha por los derechos LGTB hasta las instancias más altas, pero Boris fue el que llevó la figura del maricón hasta las más bajas: nuestros salones.

Era 1997, juraría, y había una criatura que no podía permanecer sentada ni un minuto en 'Moros y cristianos', el debate de Xavier Sardá que se emitía los sábados y en el que dos grupos enfrentados discutían las mismas cosas que mi famila en Nochebuena. Era un chico alto y nervioso que chillaba con una musicalidad inédita en mi salón. Mi abuelo dijo:

–Ese es un mariquita.

Sabíamos identificar a un mariquita, claro. Arévalo imitaba en Antena 3 a uno con un caniche en una mano y con un bolso en la otra. Lo sigue haciendo en 2017. Pero aquello era un chiste y esto no. Mi abuelo, justo después de identificar a aquel maricón, no se rió ni siguió haciendo zapping: lo escuchó con atención pese a que no estaba de acuerdo con él en nada y, seguramente, no lo hubiera querido sentado a su mesa. Pero este maricón no era ya una parodia, este decía cosas muy interesantes y era adictivo e hipnótico.

Cuando Boris llegó a 'Crónicas Marcianas' ya era casi lo más famoso del programa y allí empezó a desmayarse y a desnudarse. Muchos lo criticaron por eso, sobre todo desde dentro del propio colectivo. Los homosexuales no tenían que ser histriónicos, decían, no tenían que decirlo a cada segundo, ¡tenían que comportarse como "la gente normal"! Hoy hemos evolucionado y algunos siguen diciendo desde autobuses de color naranja que debemos comportarnos como gente normal. El resto entendió la lección que dejó Boris: que todos podíamos ser nosotros mismos, tan aburridos o excesivos como quisiéramos. Y pavimentó un camino para un montón de criaturas de circo que desde entonces han pasado con mayor o menor fortuna por la televisión y que vemos por las mañanas, por las tardes y por las noches.

Esto debería terminar aquí porque me habían pedido que me ciñese a los noventa en este repaso por el lado más reivindicativo de Telecinco. ¿Pero sabéis quienes tardaron en llegar? Las mismas de siempre, las olvidadas dentro del propio colectivo. Siguen olvidándolas hoy, buscad si hay alguna en el grupo que va a dar el pregón del Orgullo Gay 2017: las lesbianas. En ese sentido, 'Gran Hermano' volvió a ser original en algo: dio alojamiento a un buen número de lesbianas años antes que a su primer gay, que –que me corrija algún seguidor si me equivoco– fue Arturo en 2005.

En 'Gran Hermano' 3, emitido en 2002, no había una lesbiana. Ni siquiera había dos. Había tres. La historia de Raquel y Noemí alimentó los programas de corazón de la cadena durante casi un lustro. Y aquello acabó mal, claro. Un accidente de coche, el desamor y el enfrentamiento público.

Para terminar me gustaría retomar precisamente ese relato y recuperar una historia que me encanta contar a cualquier extranjero que viene a España y al que debo explicarle qué es Telecinco. Tras llegar a nuestro país la Iglesia de la Cienciología allá por 2005, a alguien en 'Aquí hay tomate' se le ocurrió enviar a Noemí a la organización con una cámara oculta para intentar desentrañar sus misterios. Noemí se sentó con una trabajadora del centro y ésta le pidió que le contase un poco su vida.

–Entré en un programa del televisión –explicó Noemí–. Allí descubrí que era lesbiana al enamorarme de una compañera. Al salir nos casamos, pero tuvimos un accidente de coche y ella sufrió heridas graves en la cara. Poco después rompimos y me fui con otra mujer llamada Judd. Después Judd se operó y ahora se llama David.

La trabajadora de la Iglesia de la Cienciología puso su mano sobre la de Noemí y solo dijo:

–Nos necesitas.