Historia de un amor ¿imposible?

ELENA VILLEGAS 10/10/2008 09:10

¿Cómo puede un amor puro corromperse? ¿Se puede odiar a la persona amada? Éstas son preguntas que muchos, en algún momento de su vida, se han planteado, pero que cuando todo empieza, cuando el amor se encuentra en su punto de ebullición, todos consideran imposible. ¿Cómo puede alguien imaginar en ese momento que le vaya a dañar la persona que todo se lo está dando?, ¿que le aporta una energía aparentemente invencible?, ¿que le hace sentirse único?, ¿que le da ganas de exprimir la vida al máximo? En ocasiones, sin embargo, todo cambia después. Eso les ha ocurrido a Cata y a Duque, un amor que nace en la infancia y que, pese a los avatares de la vida adulta, nunca se romperá.

Rafael Duque era el mejor amigo de Jesús, el hermano mayor de Catalina, quien lo ansiaba como a alguien inalcanzable, como un amor platónico que nunca llegaría a ser real. Él, por su parte, tan solo la veía como a la hermana pequeña de su amigo, pero le producía tal ternura que ya la quería como algo propio. La última vez que se vieron en la edad de la inocencia, ella le aseguró que se casarían cuando fueran mayores. De momento, la promesa no se ha cumplido, pero el reencuentro, al cabo de los años, fue mágico. Duque recordó a Cata sus últimas palabras, no sin antes aparecer cual caballero medieval al rescate de su cenicienta explotada por su malvada madrastra, encarnada en la encargada de una tienda que la humillaba constantemente. En aquel primer encuentro, él compró el caro anillo que a ella se le había caído al colocarlo y por lo que estaba recibiendo una gran reprimenda por parte de su jefa. El príncipe azul llegó, pidió ese anillo y se lo regaló a su amada. El flechado ya se había producido.1

Después, se sucedieron los encuentros a hurtadillas, las fiestas en casa de Duque (bacanales de las que él intentaba alejar a Catalina), las caricias, los besos... y el amor. Cata, entonces una niña que aún no había cumplido la mayoría de edad, conoció la intensidad del primer amor y él, la pureza de la inocencia y del único amor auténtico de toda su vida (ni siquiera se había sentido querido por su madre).

Ella, con el temor propio de la primera vez, no quería que la viera desnuda; le daba miedo que pudiera no gustarle. A él, sin embargo, siempre le pareció perfecta, con el pecho operado y sin operar, maquillada o no, porque lo que veía iba mucho más allá. Con el amor, el temido Duque encontró su punto débil y arriesgó sus negocios -hasta entonces intocables- por Catalina; aún así, el mundo de él nunca ha sido terreno fácil.

Droga, dinero, muertes en extrañas circunstancias... eran el día a día y ella siempre lo pasó por alto -incluso sirvió de coartada a su amado ante la policía- hasta que le tocó de cerca. Dispararon por la espalda a su hermano, que siempre había visto los peligros del mundo de Duque, de quien pretendió alejarla; se involucró tanto para salvar a Cata, que lo mataron. Y ella pensó que había sido Rafa.

2 Entonces, la inocencia de la niña murió con Jesús y su vida dio un giro de 180º. Ya nada era como antes. El amor había dado paso a la venganza como principal motivo para vivir y era lo que daba sentido a su existencia.

Decidió casarse con Miguel Cortés, el hombre que, enamorado únicamente de su apariencia, había querido comprarla como a una prostituta; pero él era, además, quien podía hundir a Duque.

Después de la boda (a la que Rafa acudió con un ápice de esperanza en que ella huyera en el último momento), Catalina inició su plan. Volvió a acercarse a él y le aseguró que lo único que los separaba era su matrimonio y que, para romperlo, él debía traicionar a su marido (que le iba a proporcionar un negocio de varios millones de euros) y demostrarle que ella estaba antes que todo lo demás. El auténtico objetivo de la joven era que Cortés dejara de confiar en Duque, le despojara de la protección que le estabra proporcionando y rompierta sus tratos con él. Rafa accedió a la propuesta de Cata, aún sabiendo que se enfrentaba a una situación que podría suponerle el final. Estaba dispuesto a demostrar que ella lo era todo.

Cuando la venganza estaba a punto de llevarse a cabo, Catalina se dio cuenta de que seguía enamorada de Duque. Los remordimientos la confundían y le impidian pensar con claridad; ¿cómo podía amar al asesino de su hermano? Y sin embargo lo hacía. En contra de toda lógica, había algo en su interior que le susurraba que él no era el culpable. Fuera cual fuera la verdad, su plan había llegado demasiado lejos; ella sólo pretendía apartar a Duque de lo que consideraba que era lo más importante para él: los negocios. A lo que se enfrentaba, sin embargo, el hombre a quien tanto había querido era a la muerte. ¿Cómo enmendar el error? Ya no estaba en sus manos.3

¿Qué ocurrirá ahora? ¿Podrá Duque dar el último gran golpe y acabar con Cortés o será con él con quien acaben? ¿Cómo reaccionará cuando descubra que Cata le ha traicionado? ¿Será él entonces quien la odie a ella o es el amor de ambos invencible?

El drama de los dos enamorados podría recordar a Romeo y Julieta, aunque el parecido es mucho mayor con Calisto y Melibea (la Celestina, desde luego, sería Jessi, la tercera en discordia e imprescindible de nombrar en esta historia). Sólo queda esperar que aquí no acontezca el mismo trágico final.