Opinión

PortAmérica, donde la música y la cocina se abrazan

Showrocking de PortAmérica
Showrocking de PortAmérica. PortAmérica
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PortAmérica no es un festival. Es un estado de ánimo. Una república emocional que cada año levanta sus fronteras en la Galicia más verde y atlántica, para unir lo que nadie se atrevió a mezclar sin miedo: la alta cocina con la música que agita cuerpos y almas. Aquí no se viene solo a escuchar, ni solo a comer. Se viene a vivir. A empaparse. A dejarse llevar por una sinfonía que huele a hierba recién segada, a ceviche con cítrico gallego, a brioches recién hechos y a riffs de guitarra.

Previamente todo es camino. El viaje arranca mucho antes de cruzar la entrada por carreteras que huelen a salitre, a viñedo, a niebla de atardecer. A veces es un peregrinaje, otras una escapada. Siempre es una promesa: no solo la de disfrutar de la música, sino también la de viajar, la de subirse a la carretera entre curvas de eucalipto y bruma salina, la de seguir un rastro de grupos y artistas, food trucks y gente colectivizada por un sentimiento. Aquí se propicia el buscar un sitio donde el reloj no tiene cabida.

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“Galicia es mi reino mítico”, escribió Nélida Piñón. Cada verano, ese reino se expande en la Azucreira de Portas, donde antes el azúcar lo dictaba la caña, ahora lo señala el tempo del corazón. En PortAmérica, la cuchara marca el compás. Entre acordes se cuece otra revolución, el showrocking: chefs de aquí, de allá y de más allá: David García, Paco Pérez, Martín Vázquez, Vasco Coelho, Iago Pazos, Jordi Roca, Albert Adriá, Iván Cerdeño, Vicky Sevilla, María Adelaida Moreno, José Carlos García, Nagore y Rodrigo, Janaína Torres, Alberto Molinero, Begoña Rodrigo, Dani Carnero y muchos más.

Jordi Roca, entre los chefs de PortAmérica
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Productos que viajan de la lonja a las cocinas y de ahí a tus manos. Y el compás lo llevan estos cocineros y cocineras con soles y estrellas, pero sin almidón. Gente de fuego, de mercado, de tierra y océano. Aquí uno se cruza con Pepe Solla (el comisario gastronómico) o Kin Martínez (el CEO de Esmerarte, la empresa organizadora) como quien se cruza con un acorde perdido de Iván Ferreiro: sin saber bien de dónde viene, pero sabiendo que te va a emocionar.

Pepe Solla, guitarra en mano

Imaginaros una tarde cualquiera de julio. El sol gallego —ese que no abrasa pero acaricia— filtrando sus rayos entre los árboles. Suena una música desde el escenario, pero en tu mano no hay una caña. Hay una merluza en ceviche. La muerdes, cierras los ojos y, por un segundo, todo el planeta sabe a Rías Baixas.

PortAmérica es eso: una verbena de sensaciones. Un banquete de mestizajes. Una oda a la creatividad en todas sus formas: desde los sonidos que se expanden por la pradera hasta las interpretaciones gastronómicas que humean en la tarde/noche. Entre escenario y escenario, la verdadera revolución hierve a fuego lento para recordarnos que, como reclama el pintor y poeta marínense, Antón Sobral, “El arte es el lugar donde el alma respira”. Aquí el arte se sirve en platos pequeños, se moja en albariños y caiños, se come con las manos y se hace con el talento de los mejores. Es Galicia y es el mundo a bocados.

Tres días con sus tres noches

En las que el recinto se llena de aplausos y vítores, de luces, de vasos que tintinean. Y se vuelven calle. Y la calle es de todos. O como murmuraba Carlos Oroza, el poeta indómito: “La calle es mía, la noche es mía”. En PortAmérica las noches se reparten, se comparten, se cantan hasta perder la voz.

Albert Adriá también formó parte de PortAmérica

Galicia aquí no es solo una comunidad autónoma: es una bandera emocional que ondea en cada acorde, en cada bocado, en cada abrazo.

Esto, en realidad no es un festival, sino un milagro con entradas. Aquí se viene a emocionarse con la propuesta alternativa e íntima de Mikel Izal, con los universos emotivos y melancólicos de La La Love You y a relamerse con el gran bombón del Jordi Roca. A dejarse envolver por la destacada actuación de esa villana del pop latino, Emilia, con ese referente indie nacional: Love of Lesbian; mientras degustas un durum de pollo a la toledana y hierbas frescas de Iván Cerdeño. A celebrar los 40 años de carrera musical de Duncan Dhu y Viva Suecia, a vibrar con la energía de ese icono pop que es Melendi, o la conexión inmediata con el 'Carreteras infinitas' de Sidonie; mientras te tomas unas croquetas de carnitas con alioli de chiles toreados que preparó ese chef mexicano que se hizo gallego por un día. Y si no te has emocionado ninguna de las tres noches, has de volver el año próximo. Porque en PortAmérica las emociones se cocinan a fuego lento, pero siempre acaban hirviendo.

No es cuestión de elegir entre comer bien o bailar fuerte. No se trata de eso. Aquí uno baila mientras come y come mientras canta. Y de fondo, siempre, esa sensación de estar viviendo algo irrepetible, como los amores de verano o los vinos y las cañas que saben a gloria cuando los bebes acompañado por las canciones que conoces y reverberan en los bosques circundantes.

PortAmérica no se cuenta. Cada edición, desde aquel lejano 2012, hasta hoy ha sido un relato nuevo que se recuerda con la boca hecha agua y los oídos llenos de ecos, con esa nostalgia gallega de hierba pisada pero de peso leve. Y cada año, cuando julio asoma en el calendario, un susurro recorre las cocinas, los escenarios y los corazones de los que ya estuvieron:

”¿Tú también vuelves a PortAmérica, no?”

Claro que volvemos. ¿Cómo no volver a donde uno fue feliz con el alma llena y el estómago aún más?

Foodtrucks de PortAmérica

Galicia canta

Galicia siempre canta y PortAmérica es su coro veraniego: música, fogones, risas, caminantes. Un pequeño país improvisado donde la última frontera es la actuación que cierra la madrugada. Un reino misterioso que se abre cada verano por estas fechas para que el alma respire, se desmelene y vuelva a casa tarareando su estribillo favorito.

Y siempre hay un eco de Rosalía flotando entre los pinos: «Adiós, ríos; adiós, fontes…». Quizás porque cada edición es un adiós que sabe a reencuentro. El de PortAmérica nunca es un final: es un punto y seguido.

Cuando los amplificadores se apagan y la última copa queda abandonada en un rincón de hierba, reina el silencio. Y ahí pesa la ausencia, como en la descripción de Arantxa Portabales: “Las ausencias también tienen peso”. Pero sabemos que volveremos. Porque, como escribió Castelao, “Un pueblo que sabe cantar siempre tendrá esperanza”.