Opinión

Álvaro Cunqueiro y los vinos que le gustaban

Una estatua de Álvaro Cunqueiro
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Fenavin es un encuentro de vinos y palabras, capaz de concitar debates y reflexiones, conversaciones circulares para empeñarse en demostrar que el vino es generador de conversación social. El miércoles de la semana pasada, unos cuantos gallegos nos reunimos en el aula número 2 del recinto para contarnos y contar a los asistentes cómo eran Álvaro Cunqueiro y los vinos que brincaban en su taza.

Cunqueiro era un mago de la realidad y de la imaginación, capaz de desbordar todos los límites, capaz de congregar vidas paralelas de aquí y allá: a ulises atlánticos, sirenas, simbades, merlines, orestes y fantos fantinis. Congregador de tabernas submarinas, crónicas de Sochantre, tierras de Miranda, selvas de Esmelle…

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Fue también maestro de periodistas y hacedor de joyas literarias en páginas de periódicos. Encabezó una pléyade de escritores que llevaron la gastronomía a la literatura: Néstor Luján, Josep Pla, Julio Camba, Emilia Pardo Bazán, Picadillo, Jorge Víctor Sueiro, Vázquez Montalbán, Joan Perucho… En esto de la coquinaria don Álvaro impartió magisterio y estilo.

Elena Quiroga, la segunda mujer en ocupar un sillón de la RAE, en su discurso de investidura dijo del escritor gallego: “Era bueno, grande, amador de la vida, con un cendal de melancolía, su obra fue hermosa y libre”.

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Manuel Rivas, asistente a la mesa redonda comenzó reseñando que Cunqueiro cuando hablaba de vinos decía que en algunos se escuchaba el mar y en otros el brincar de las truchas en el atardecer del río. Y prosiguió diciendo que aquí dentro hay muchas geografías y psicogeografías, una de ellas se daba en el “almeiro”, esa hermosa palabra que nos legó el escritor mindoniense, el lugar secreto en el que desovan los peces y que delimita las marcas del miedo, esas marcas que también padeció a lo largo de su vida el ilustre escritor.

Manuel Villanueva y Manuel Rivas

“El vino —señaló también Manuel— no es solo un producto de la tierra sino también una expresión imaginativa de la naturaleza. Esa excitación creativa que el vino despierta es una forma de contar historias y de escuchar a la tierra”. Y dijo Rivas que “Cunqueiro era un hombre a la escucha y sus relatos en muchas ocasiones emanaban de la gente porque esos son los verdaderos tesoros”.

Las lenguas tenían que saber a pan, sostenía don Álvaro; el perfecto complemento del vino, que según él también tenía un lenguaje propio: “Quizás porque los vinos tienen mas ganas de hablar que nosotros o porque tienen un sabor fugitivo y buscándolo rememoramos tiempos, lugares, amores y despedidas”. O afirmaba del vino más antiguo de Galicia, el Ribeiro: “Es comunicativo y alentador”.

Era un bardo de voz ancha y cordial y gastaba una manera de contar. Empuñaba las palabras y las hermanaba en la calma chicha de un poema, en el tiempo medio de un relato o una novela, en la prisa exigente de la prensa.

Un día le dijo al escritor gallego, Víctor Freixanes: “Según fui madurando en la vida me fueron interesando cada vez más las cosas aparentemente sencillas, porque hay algo en ellas que las hace más verdaderas… Estoy especializándome en sabidurías inútiles”.

“El hombre lleno de palabras de rocío”, dijo de él André Beton.

El sumiller y autor de la mejor guía de vinos de Galicia, Luis Paadín señaló que Cunqueiro era un catador infalible, capaz de distinguir los ribeiros del valle del Avía de los del valle de Arnoia, y que fue el primer divulgador del maridaje. Seguidor de ribeiros, vinos de Amandi y albariños, de los que decía que eran “limpios, nostálgicos y pálidos, como un duque de Aquitania”. “Una lámpara encendida en las riberas de la Ría de Arousa”. Luis, aseveró que Cunqueiro decía que los vinos gallegos definían la personalidad de su pueblo. Eran “humildes, amistosos y al lacónico lo hacían locuaz”. Y finalizó diciendo que el escritor bebía vino para beber sueños.

Comer y beber con Cunqueiro

La disertación del historiador y escritor Xavier Castro, se refirió a la extraordinaria imaginación de Cunqueiro y su amplia experiencia en materia de vinos plasmada en “La cocina cristiana de Occidente”, “La cocina gallega” y “Viaje por los montes y chimeneas de Galicia”, en colaboración con José María Castroviejo.

“Hoy día el vino es una fuente de placer y un producto que favorece la relación social, y no es poco", aseveró el profesor Castro. Pero antaño, el vino lo era todo en la Galicia tradicional: un alimento, bebida, para refrescar en verano y calentar el cuerpo en invierno (calefacción interior), estímulo para trabajar en el campo, indispensable para la fiesta, el amor, las relaciones sociales: la taberna, en la feria: para rubricar un trato (alboroque). Y medicamento (para catarros, etc, tradición desde los antiguos griegos). Por la botica del padre de Cunqueiro en Mondoñedo iban paisanos con extrañas recetas de menciñeiros, en las que el vino tinto (el más popular) era un ingrediente esencial. Vinos medicinales: Santa Catalina, Sansón. Una fuente además de cordialidad y empatía. El vino cumplía, por lo tanto, múltiples funciones, y todas ellas primordiales. En realidad, nada más razonable que el empeño de nuestras gentes en el cultivo de la viña, puesto que les iba mucho en ello; en cierto modo, les iba la vida, la buena, o la más o menos pasable.

La ponencia en la que se habló de Álvaro Cunqueiro

Por eso la gente se esforzaba en cultivar vino, cuando no había alternativas, y a pesar de que a veces el clima o el suelo eran inadecuados. Disponer de vino suponía tener una cierta calidad de vida, y no tenerlo representaba vivir una vida miserable.

Por lo demás, la preferencia tradicional por el vino de la mayor parte de la gente hundía su raíz en la generalizada convicción de que constituía no solo una bebida más grata, espiritosa y estimulante, sino también más saludable que el agua de la fuente (en cuyo pilón bebía el ganado y se realizaba a menudo el lavado de ropas) o bien del pozo, con frecuencia contaminada (por filtraciones fecales y en general bacterias coliformes) y propagadora del tifus. Después de todo, el alcohol, no dejaba de ser un desinfectante. La sabiduría popular lo dejaba bien claro: “Agua pura de la fuente / madre de ranas y sapos, / donde vos laváis los trapos / ¿queréis que la beba yo? / -No”.

Un médico vigués refirió que la carestía del vino hizo que la gente consumiera más agua de la fuente y ello fue causa de que la epidemia de fiebres tifoideas se propagara en mayor medida”.

Muchas veces se ha dicho que Álvaro Cunqueiro fue un precursor del realismo mágico, y más bien fue un mago de las palabras, capaz de intercomunicar narrativa y poesía con un estilo propio y original. Le dio a su Mondoñedo natal la música del Macondo de García Márquez, o del Comala de Juan Rulfo. Fue también un socarrón irredento, cargado de inteligencia e ironía.

Un día un amigo tabernero le acercó unas perdices guisadas y le dijo: “no sé si puedes tomarlas”, a lo que él respondió. “Mira, tengo un papel del médico que dice: 'volátiles todas”. Y en otra ocasión en Madrid, Paco Umbral le preguntó. ¿Qué te hubiera gustado ser? Y respondió: “A mí, lo que me hubiera gustado ser es cocinera de un ministro”. Era divertido y muy ocurrente.

Paco López, sumiller, jefe de sala y copropietario del Restaurante España (abierto en Lugo en 1907), un lugar que a buen seguro frecuentó Cunqueiro, nos contó que “don Álvaro no entendía la comida sin acompañarla de un buen vino”. Le encantaban los buenos cocidos y la lamprea de la que decía que “sabía a besos de sirena”, le entusiasmaban los pescados y mariscos pero si tuvieran que volver a darle de comer en su restaurante de Lugo, Paco apostaría por una propuesta de la Galicia interior, de esa cocina más tranquila y de tradición, y propuso. “Le daríamos una carne desnuda, un tartar de buey para que apreciara esa carne desde su inicio”. “Y le daríamos a probar, para conocer su opinión, nuestro chorizo de buey”. Y para acompañar esto platos sugería Paco un mencía profundo y sedoso de la Ribeira Sacra.

A buen seguro que Cunqueiro hubiera disfrutado mucho de una jornada entre los López en Recelle, ese paraíso rústico y hermoso en donde crían a sus propios bueyes.

Periodismo, poesía y tabernas

Siendo director del Faro de Vigo, lo fue desde 1965 a 1970, el periódico se llenó también de poetas que él mismo traducía y se publicaron más de mil poemas, algo impensable para la época. Cunqueiro amó el periodismo y contribuyó a enriquecerlo literariamente. Era un ser humano de primavera. Hace ya tiempo su biógrafo y redactor jefe en el periódico, Xosé Francisco Armesto, me contó que Cunqueiro soñaba con dar la noticia en portada del canto del cuco y decía que el olor de las manzanas era el olor del cielo. Pidió mil primaveras para Galicia.

Se interesó por el mundo de las tabernas y fue amigo amigo de taberneros. Imaginó la Taberna de Galiana, un yacimiento literario submarino, una biblioteca sumergida, “una profundidad habitada”, como decía el pintor Urbano Lugrís, de la que tanto escribió sin haberla escrito. Creó un espacio imaginario en el que todos creímos haber estado. Una escritura irrepetible.

Al finalizar esta tabla redonda de gallegos vocacionales de Cunqueiro, la lluvia andaba lenta por Ciudad Real y entonces brindamos para saber que el vino sirve para recordar, para hermanar la escucha con la conversación, la serenidad con la contemplación. “El vino no se bebe, se siente y ¿qué es eso sino literatura? ¿Qué es eso sino vida?”, sentenció Manuel Rivas.

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