Tras haber sido directiva de Tesla en Holanda se lanza con un sueño compartido con su padre, el experto en vinos Enrique Abiega
¿De verdad los vinos caros son mejores?
Si eres aficionado al vino, sobre todo al que se elabora en Rioja o Rías Baixas, es probable que el nombre de Alba no te diga mucho, así de primeras. Pero su apellido, Abiega, ya es otro cantar. Y es que su padre, Enrique Abiega, ha estado más de 45 años trabajando para bodegas como Lan-Santiago Ruiz, de la que ha sido director general hasta que ha decidido jubilarse. Lo que no implica que vaya a alejarse del mundo del vino, ni mucho menos.

De hecho, podemos decir que ahora ha pasado a ser el partner in crime de su hija, Alba Abiega, que ha decidido cambiar su vida de directiva de Tesla en Holanda –antes había vivido en Alemania e Inglaterra– por una aventura que se antoja mucho más apasionante. Eso sí, en un pequeño pueblo de 179 habitantes de la provincia de Burgos, Olmedillo de Roa. De allí ha salido la primera referencia de Alba en Ribera, que de momento solo se puede comprar en su tienda online (están empezando a crear su canal de distribución enfocado a HORECA).

Hablamos de ese flamante vino (Alba Abiega, desde Zero) que acaba de ver la luz con esta riojana que tiene muy claro lo que quiere y cómo lo quiere. De hecho, durante la conversación nos habla de las otras dos referencias en las que están trabajando y que verán la luz en los próximos años. Por el momento quieren saborear cada instante acerca de este lanzamiento que no está pudiendo tener mejor acogida entre los amantes de los tintos de Ribera del Duero. Que son muchos y muy exigentes.
¿Cuándo empieza tu relación con el vino y cómo ha ido evolucionando con el paso de los años?
Mi relación con el vino ha estado siempre ahí. Ha sido parte de mi viaje. Mis primeros recuerdos son de mis abuelos bebiendo su txakolí. Y ten en cuenta que, viviendo en La Rioja, una tierra en la que el vino es omnipresente, siempre se habla, se ve y se bebe vino. También hemos estado siempre rodeados de viñedos, mi padre ha estado trabajando en bodegas, y en mi casa se ha hablado muchísimo de los diferentes vinos, de las tendencias, de lo que está pasando en la viña, de cómo viene la cosecha… También recuerdo que mi padre nos traía siempre ese zumo, ese mosto recién exprimido en septiembre, porque además coincide con mi cumpleaños, porque yo nací en plena vendimia, el 28 de septiembre. Y después, en Navidad, los regalos siempre eran catas de vino… O sea, el vino ha sido parte de nuestra historia y ha estado presente en cada comida, en cada cena familiar y en multitud de conversaciones.

Es a finales de los 90 cuando tu familia empieza a comprar parcelas, pero tú aún eras muy joven.
A finales de los años 90 yo estaba estudiando. Yo nazco en el 84, así que 12 o 14 catorce años cuando mi padre empieza a comprar la finca en Olmedillo de Roa. Yo siempre pienso que es una finca que ha crecido conmigo porque justo la plantó cuando yo aún no había empezado mis estudios universitarios. Y a partir de ahí yo siempre he intentado ayudar a mi padre en lo máximo posible, aunque es verdad que había una distancia geográfica que no me permitía pasar mucho por la finca. Pero siempre que he podido la he visitado, hemos paseado mucho juntos, barajado opciones y tomado decisiones, como la de no decidir no venderla para cumplir nuestro propio sueño.
¿Y cuál es el papel de cada uno en la compañía? ¿Hay más familiares implicados?
Mi padre es socio de la empresa, pero la CEO y la gestión de la bodega la llevo yo. Él ya se ha jubilado y tiene un papel de consejero, ya que ha estado muchos años metido en el mundo del vino. Y el resto de la familia respalda, pero tiene sus respectivos trabajos, aunque siempre están... Es algo respaldado y apoyado por todos, empezando por mi hermano. También mi madre ha tenido un papel fundamental en esta historia. Ella es asturiana, de la cuenca minera, una persona de carácter fuerte, optimista y muy valiente, y ha sido la primera que nos ha empujado a mi padre y a mí a cumplir el sueño. Nos decía: ‘Venga, id adelante, es el momento’. Y luego está mi marido, que me ha estado apoyando siempre, pero particularmente en los últimos años, cuando nos fuimos a Holanda porque yo empezaba a trabajar en Tesla. Es el primero que, en esas noches en las que surgen las dudas, siempre me ha dicho: ‘Adelante, vete a por ello’. Así que te diría que Alba en Ribera es una empresa con muchísimo apoyo familiar. Yo soy la cara visible, pero realmente hay muchas personas absolutamente fundamentales en este proyecto.
El nombre de tu primera referencia ya es toda una declaración de intenciones: Alba Abiega, desde Zero. Háblanos de ella.
Pues se embotelló en agosto y está a la venta desde el 1 de septiembre. Es un vino tinto 100% tempranillo con nueve meses de crianza en barricas de roble francés. Y el resultado habla de lo que te encuentras en la viña. Es importante subrayar que cuando mi padre estaba explorando Ribera del Duero, a finales de los 90, era una denominación relativamente nueva porque había nacido en el 85, así que lo que él lo hace es traer las mejores prácticas que había visto en Rioja. Y eso se traduce, principalmente, en tres cosas. Una es que hacen una plantación de vaso elevado, para que haya una mejor circulación de la savia. La segunda es que eligen un clon (tempranillo) de baja producción y de grano pequeño, porque es la variedad que mejor representa Ribera del Duero y porque mi padre siempre ha tenido claro que la calidad está por encima de la cantidad. No queremos muchas uvas grandes y gordas, que sean mediocres, sino pocas uvas pequeñitas, para que en cada una se concentren muchísimo más los minerales, los taninos, los aromas, etc. Y la tercera novedad que introduce en la parcela es un marco de plantación muy estrecho. Es decir, hace que las cepas estén muy juntas. Algo que en principio pudiera parecer contradictorio, porque en teoría el viticultor debería querer más kilos y que las cepas cojan el agua más rápido, más fácil… Pero la filosofía aquí es la contraria. Buscamos que haya competencia, que tengan que enraizar, que tengan que ir en busca de minerales y agua a una mayor profundidad, y que haya poca producción. Pero, claro, que la producción sea excelente.
¿Y todo esto queda reflejado en tu primera creación?
Así es. Ten en cuenta que esos tres cambios que mi padre introdujo en Ribera hizo que incluso profesores de universidad fueran a visitar la viña porque, aunque ahora son modelos de plantación más comunes que ya están un poco más democratizados, de aquella era algo absolutamente novedoso. Y te cuento todo esto porque este vino, al tener una uva tan pequeña, lo que ocurre es que hay una proporción de hollejo mucho mayor que de agua. Y eso hace que nuestro vino tenga, para empezar, un color súper acentuado, es un vino de un color brillante entre rojo y púrpura que llama mucho la atención. Luego tiene una nariz muy afrutada, huele mucho a fruta fresca. Y en boca es muy elegante y sedoso. Decimos que es fácil de disfrutar porque tiene todo en su justa medida. Es decir, es fresco, pero se notan los nueve meses de barrica. No nos referimos a él como un vino joven porque no lo es, pero tampoco es un vino muy fuerte, con muchísima crianza, porque entendemos que eso tampoco es lo que el consumidor pide ahora.

No solo ha sido laborioso su proceso de elaboración, el diseño de la etiqueta tampoco pasa desapercibido.
La verdad es que la etiqueta tiene mucha historia. Nosotros queríamos algo elegante y contemporáneo. No queríamos irnos a esas etiquetas clásicas que llevan a pensar en vinos antiguos y de larga crianza, pero tampoco es nuestro estilo hacer algo súper moderno, con elementos muy disruptivos, porque no va con nuestra imagen ni con nuestro estilo. Así que elegimos una cápsula de damero muy distintiva, ya que el damero viene de la Antigua Grecia y representa el equilibrio, el orden. Además, hemos usado un papel de un gramaje muy alto, se ve que es una etiqueta de mucha calidad.

