Cristini estaba pletórica por su oportunidad de oro para conquistar a Albert: el muchacho había accedido a que le hiciera un masaje. Y ni corta ni perezosa, con él medio desnudo y tumbado en la cama, se subió encima y desplegó todas sus armas: “Ese hombre ahí, sin ropa y yo sentada encima de él, que me senté, pero bien…”.
Albert, muy encantado, hizo que la temperatura aumentara en el dormitorio: “Pero qué manitas tienes, Cristini”, le decía a su amiga, a lo que ella le contestó: “Me está entrando calor y todo […] Estoy enamorada”. Todo iba perfecto, Albert estaba encantado y Cristini en toda su salsa, pero el idílico momento duró poco…
Rebeca quería saber qué estaba pasando y se dispuso a investigar, con la mala suerte que acabó dándose un pedazo de golpe en la cabeza. La oportunidad de Cristini acabó, pero Rebeca no pensaba que hubiera sido por ella, sino porque su amiga no se había atrevido a lanzarse: “Estábamos conectando el alma”, explicaba Cristini, pero Rebeca le replicaba: “Has desaprovechado una oportunidad de oro”.
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