La nueva mirada de Florencio: un estudio de Sevilla le tatúa en el párpado el ojo que perdió hace 50 años

  • Florencio perdió su ojo cuando tenía 25 años al recibir una coz de un caballo en la cuadra en la que trabajaba

  • Después de rechazar tres implantes, decidió tatuarse el ojo sobre el párpado para recuperar su mirada tras las gafas

  • Las zonas más peligrosas donde hacerse un tatuaje

Tenía solo 25 años y trabajaba en una cuadra de un pueblo de Sevilla, hasta que un accidente le cambió la vida. Florencio recibió en la cara una coz de un caballo tan fuerte que acabó perdiendo un ojo. Desde entonces lleva intentando recuperar su mirada. Se ha llegado a operar hasta tres veces para colocarse una prótesis, pero las tres veces su cuerpo la ha rechazado y ha acabado expulsándola.

Así ha pasado más de cincuenta años, escondiéndose tras unas gafas de sol que nunca se quita... hasta que se le ocurrió una solución: pintarse el ojo que no tenía. La idea se la dio un amigo de Sanlúcar la Mayor después de encontrar en internet al sevillano Manu Madrigal, uno de los mayores expertos en tatuajes de reparación del país.

A sus 80 años, Florencio le pidió que le tatuara en el párpado la imagen del ojo que había perdido para que con las gafas de sol diera la impresión de que tenía sus dos ojos propios. "Lo primero que le dije fue que no", recuerda ahora Manu. Sin embargo, el reto era demasiado grande como para rechazarlo y terminó aceptando.

Durante nueve largos meses, el tatuador se estuvo reuniendo con Florencio y con su cirujano para analizar los riesgos y sopesar los pros y los contras de un tatuaje tan complejo. Nunca había trabajado sobre una piel tan delicada, la más fina de todo el organismo, con una dermis cuyo grosor mide entre 0,6 y 1 milímetro.

El primer problema que tuvieron que afrontar es que en una piel tan fina apenas había espacio para la tinta. El segundo problema era que, con la cuenca del ojo vacía, la piel no estaba estirada y así era imposible dibujar sobre ella. La solución la dio el cirujano cosiéndole el párpado para poder tensarlo y facilitar el trabajo del tatuador.

Y llegó el día del tatuaje. En la sede del estudio Twotattoo, junto a Manu estuvo en todo momento el cirujano de Florencio... También asistieron sus hijos, a los que allí mismo les contaron que lo que su padre se iba a poner no era un implante, sino un tatuaje. Una vez que todos entendieron lo que iban a hacer, la tinta empezó a correr.

Durante una primera sesión de tres horas, Manuel fue perfilando cada detalle del ojo que no tenía. Pintando las pestañas hacia arriba, el lagrimal vencido por la edad, la eterna juventud de su pupila y hasta un reflejo de luz colándose en el iris. Todo con la única referencia de una fotografía de su otro ojo invertida, para que no mirara al mismo sitio que el ojo sano.

A las dos semanas, cuando curó, una segunda sesión de dos horas sirvió para repasar su trabajo. Perfeccionista siempre, Manu buscó entre un millón de combinaciones de colores dar con el mismo tono de azul de su otro ojo. "Es imposible que sean iguales", dice Manu, "uno ojo tiene vida... y el otro no". Pero juntos le han devuelto una mirada que hacía más de cincuenta años que Florencio no veía.

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