La historia de Milagros y la hostelería, un mundo marcado por el "micromachismo": "Teníamos que dejar que el cliente nos tocara"

  • Milagros es una joven argentina que fue contratada como recepcionista de uno de los restaurantes más lujosos de Madrid

  • Tratada únicamente como "la cara bonita" del local, comenzó a vivir maltratos y "micromachismos" en su jornada laboral que antes no veía

  • Tras su renuncia, analiza todas las situaciones que tuvo que atravesar y que jugaron con sus límites, unos en donde el dinero y el poder "los difuminan"

Cuando a Milagros la llamaron para confirmarle que sería al recepcionista de uno de los restaurantes más importantes y "tops" de Madrid, inmediatamente la alegría se adueñó de ella, tras un largo periodo buscando trabajo. Recién llegada de su argentina natal e Ilusionada por este nuevo desafío lejos de casa, nunca pensó que nueve meses después se "chocaría contra una pared" que terminaría derribando todo el esfuerzo acumulado y los pensamientos que solía tener sobre el mundo de la hostelería darían un giro de 180º en su cabeza.

Milagros no llegó a terminar el año. Hoy, con cierta "distancia" desde que renunció a su puesto, es consciente que las actitudes impunes de sus compañeros de trabajo, de sus directores e incluso de los clientes con las que convivía a diario hicieron que se difuminaran "sus límites" a la hora de tener que ponerlos ya que eran invisibles ante sus ojos y los de cualquiera de sus compañeras.

"Los micromachismos, por eso son "micro", son tan invisibles y están tan naturalizados que no se ven que están ahí. Necesité distancia y situaciones extremas para notarlo", cuenta la joven dejando en claro que en aquel mundo, en donde el dinero, el alcohol, y el poder se ponen en juego, "todo está permitido" y "todo puede pasar".

Etapa de orientación: "Debíamos dejar que nos toquen"

Durante los primeros días de trabajo, a Milagros le presentaron sus tareas y su equipo compuesto por todas chicas y un solo chico. Inmediatamente, la recién llegada tuvo química y "buen rollo" con sus compañeros y comenzó a generar una mayor relación con ellos. El único chico del grupo, a medida que se fue generando una relación más cercana comenzó a contarle las famosas "internas" sobre le restaurante, ya que él llevaba varios años desempeñándose allí.

"Mi compañero me decía que yo encajaba mucho por 'el perfil' y al principio yo no entendía mucho que quería decir todo el tiempo con eso", señala, pero luego entendió. "Me di cuenta sola que cuando me decía eso era porque todas mis compañeras, eran lindas y agraciadas. Eran flacas, estilizadas y simpáticas. De hecho si no lo eras, te lo marcaron todo el tiempo, pero solamente a las mujeres".

A la vez, durante la primera semana, su jefa, una joven de una edad similar (la única figura de responsabilidad mujer) y quien la entrevistó, le brindó una pequeña orientación sobre lo que significaba ser "la cara visible" del restaurante, es decir que debía cumplir con ciertos requisitos de imagen: estar maquillada todo el tiempo, llevar el uniforme requerido (una camisa traslúcida en invierno y poco abrigada), sonreír todo el tiempo y sobre todo, "ser simpática" con los clientes de forma cálida y "hogareña".

"Nos decían que teníamos que hacer sentir al cliente cómo en casa", explicó Milagros y recordó que, en aquellas primeras charlas de introducción con su superiora, esta le indicó reiteradas veces que dentro del trato con el cliente se debían permitir que pasaran cosas a su pesar. "Una de las cosas que mi jefa nos explicó en esta reunión es para 'generar cercanía' teníamos que dejar que el cliente, si quería, nos tocara mientras hizo un gesto tocándose la cintura, simulando una situación con cliente", recuerda.

Incluso durante esta etapa, una de las cosas que más llamó la atención de Milagros al entrar ocurrió durante una mañana durante una reunión de brainstorming, que estaba liderando un director y explicando a los camareros y los recepcionistas. Sin tapujos el hombre indicó a los empleados qué hacer con las amantes de los clientes: "En medio de la reunión nos explicó que si veíamos a un cliente con una mujer el lunes y con otra el sábado debíamos hacer como si no lo viésemos hace mucho tiempo y no podíamos saludarlo indicando que lo vimos antes, pues una podía ser la mujer y la otra la amante", admite.

"Mi palabra no tenía validez"

El restaurante de Milagros se fundó y pertenece a la clase alta de Madrid. Diariamente recibe a celebridades, personajes políticos y personas adineradas y empresarias como comensales, mayormente hombres. Al igual que sus clientes, la dirección del local también cuenta con una plantilla solamente de cuatro hombres, al igual que el equipo de los maîtres, es decir, los encargados de velar por el buen funcionamiento del restaurante. Únicamente el equipo de recepcionistas y camareros tienen un mix y cuentan con mujeres entre sus grupos, indicando que en el ambiente dominaban en número los hombres.

Según cuenta Milagros, en su día a día, eran estos mismos directivos y responsables los que la hacían sentir "menos" ya que se empezó a dar cuenta que su palabra ni la de sus compañeras no tenía validez para ellos. "Cuando los directores querían ir a algo importante, no iban a preguntártelo a ti, sino que iban a buscara mi compañero chico. Por ejemplo, si nos preguntaban algo básico como 'cuantas mesas quedan' y yo le respondía “quedan 20 mesas en 2 horas”, se daban la vuelta en mi cara y le preguntaba a mi compañero, "¿Cuantas mesas es que quedan?", expresó la argentina.

"Me di cuenta que el respeto era solamente con mi compañero hombre. Lo notaba en las cosas básicas, como cuando nos acusaba a las mujeres de hacer las cosas mal, ya que a mi compañero nunca le dijeron nada, porque sabían que a una mujer le iba a molestar y se iba a sentir menos", recuerda.

Como parte del combo, la humillación también era algo de todos los días. "En mis últimos días un director gritó a una de mis compañeras al frente de todos cuando no era una situación grave, ni era necesario hacerlo", señaló y añadió: "Pero era un hombre de 40 años con poder contra una mujer de 20". De hecho, el factor de que Milagros supiera defenderse y justificar sus ideas, hizo que su relación con el directivo fuese tensa durante todo ese tiempo.

Con la misma impunidad con la que se humillaba a las empleadas, también se dirigían a ellas: "Una vez vino uno de mis jefes y me preguntó si tenía "amigas para traer", para presentarlas a un equipo de fútbol (conocido) que se encontraba comiendo en el local. Inocente como quien no sabe "las reglas del juego" por ser "la nueva", Milagros cuenta que no se percató que le estaban pidiendo "damas de compañía", porque lo hizo "como si se tratase de cualquier otro pedido".

"La mayoría eran hombres de 40 y con dinero"

En sus primeros contactos con el público, Milagros creía que cuando un hombre en traje, mayor de 40 años, rodeado de clientes o amigos, se le acercaba al mostrador y la llamaba "guapa" era "de simpático o de adulador", pero poco a poco aquellos halagos comenzaron a coger rechazo por parte de ella. "Nos lo hicieron un montón de veces a mí y a mis compañeras. Siento que la gente se sentía empoderada de poder decirnos y hablar de nuestro físico, ya que en ese contexto estaba bien", admitió al recordar que siempre le generó extrañeza el hecho de que hablaran de su aspecto en su lugar de trabajo.

En este plano, el dinero era algo que también un factor importante del ambiente ya que según la joven, "siempre era algo que se traía a la charla". Muchas veces, clientes utilizaban el dinero como "arma de poder" sobre las empleadas con el objetivo de conseguir algo. "Una vez a una compañera mía le ofrecieron dinero por darle el Instagram", describe Milagros quien explicó que también le ofrecían dinero a ella y a sus compañeras para conseguir algún beneficio dentro del restaurante, pero a su compañero de equipo nunca le ofrecieron nada.

"El perfil que me decía estas cosas era un hombre adinerado de 40 años en adelante y no con sus familiares en frente, sino entre amigos o solos cuando iban a una reunión de trabajo. Quizás a la noche pasaba también entre amigos, pero no con las novias o las mujeres ahí", explicó ya que según lo que recuerda los muchachos jóvenes nunca eran tan directos. Pero un día aquella impunidad llegó muy lejos y sobrepasó lo "aceptado".

Hubo dos momentos bisagra durante los meses de trabajo en el restaurante que hicieron a Milagros replantearse su continuidad, ya que los límites personales se habían traspasado, pero al parecer, los institucionales aún no.

"Que me llamen puta y me agarren del brazo fue mi límite"

La sonrisa constante y la "calidez con el cliente", antes mencionadas, eran aspectos intrínsecos de la orientación y del día a día, pero irónicamente, no existía ningún "protocolo de acción" a la hora de tener una agresión por parte de un cliente. Aunque constantemente se lidiaban con malos tratos de clientes y el publico, no fue hasta que ocurrieron cosas "extremas" que la joven tuvo que vivir para que se tomaran cartas en el asunto y se dejara de lado el lema "el cliente siempre tiene la razón".

"A mi que en mi lugar de trabajo me llamen puta, fue lo que colmó mi cerebro y todo. No es que me llamo puta un compañero o un director, sino un que cliente", relató y añadió, "Encima cuando ocurrió, mi compañero se rio, me hizo chistes al respecto y se lo contaba a todos".

Lejos de sentirse protegida en su lugar de trabajo, luego de que un cliente (borracho) le señalara con el dedo y la llamara "puta" sin razón alguna, no fue razón suficiente para que Milagros sintiese que si lo reportaba, sus superiores iban a hacer algo ya que estaba a acostumbrada a estos tratos: " Yo dije '¿que le van a decir?' No vale la pena porque sabia que no iban a hacer nada", admitió. Milagros ya llevaba meses en el local trabajando.

La lógica de su pensamiento encajaba con el contexto ya que muchos de sus compañeros pensaban lo mismo de muchas clientas. "Uno de mis compañeros que era camarero, siempre que una mujer con escote y voluptuosa entraba al local me pedía que le asignara la mesa en donde se iba a sentar la mujer".

Tras el episodio, contra todo pronóstico solamente uno de los camareros se acercó a consolarla y sugirió a la joven que hiciera algo al respecto, pese a que sabia que nadie haría nada. Tuvieron que pasar varias "red flags" y acercamientos del cliente con ella para que finalmente lo echaran del lugar y la joven cuenta que "por primera vez en su año de trabajo, vio que se habían involucrado".

Al contar lo ocurrido a su jefa esto no les pareció grave. "Cuando se lo conté a mi jefa al pasar, diciéndole que me sentía una imbécil en este trabajo por el mal trato, lo único que me dijo fue 'estas cosas pasan'. Le pareció todo súper normal y no le llamo la atención de hecho. No me pregunto nada, ni qué cliente, ni cuándo, ni qué día para ponerlo en la lista roja ni nada", relata.

Pero el insulto no fue lo peor. Al poco tiempo la agresión no solo fue verbal, sino que se convirtió en física. Un hombre se le acercó enfadado y cansado de esperar por su mesa, la cogió del brazo con fuerza y amenazó con llamar al dueño del restaurante: "Por suerte solo una amiga mía lo vio y lo saco con su cuerpo y lo movió. Yo casi me muero. Dentro mío quería llorar e irme, pero me dije a mi misma que no servía de nada y muy educadamente le dije que me estaba amenazando. Hasta hoy, no se como siempre cuidé mis formas".  

Cuando todo pasó a mayores, la joven acudió a su jefa, como la vez pasada, pero esta vez fue diferente ya que se sintió más escuchada por ella. "Después que lo conté pasaron distintas cosas raras. Se lo describí a mi jefa y ahí se se preocupó más, pero siguió diciéndome que estas cosas pasan, dando por sentado que el mundo de la hostelería estas situaciones son normales, incluso me hizo entender que como me pasó esta vez, me puede volver a pasar".

Al enterarse, su jefa optó por contárselo a los directores del restaurante. Solamente uno de ellos se le acercó a Milagros y le preguntó con detenimiento sobre lo ocurrido, mientras que el otro responsable no tuvo mejor idea que bromear agarrándole del brazo gritando "dame mi mesa" dejando a la argentina boquiabierta por bromear en lugar de tomar cartas en el asunto. Tampoco nadie le pidió perdón.

El después

Aquellas dos situaciones fueron las que hicieron a la argentina, dar el paso al costado, pese a que no tenía un plan B. Tras varios meses soportando todos los maltratos, "seducciones", sobornos y desprecios, pese a que hoy en día, no ha quedado ningún trauma en ella, pero sí ha ganado unos nuevos "ojos" y una "especial atención" a la naturalización que existe sobre estos machismos "pequeños e invisibles; al ser aceptados e intrínsecos en el ADN en un universo de dinero y poder, la han llevado a "moverse con más cuidado" en el mundo exterior. Algo que el día que se fue advirtió a su reemplazo, quien seguramente, hoy se encuentra viviendo el mismo calvario ya que "estas cosas pasan".