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Entrevista a Jaime Riba: "Ser actor en España es complicadísimo, y no solo por lo económico"

El entrevistado, en una foto reciente. CEDIDA
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En nombre de Jaime Riba se hizo popular gracias al papel de Giorgi en la serie ‘La que se avecina’. Sin embargo, cuando llegó el fin de este personaje, se tomó un tiempo de descanso. Un lapso que dedicó a una tarea que tenía pendiente: escribir. De ahí nació ‘Urraca, Urraquita, Urraquitita’, novela revelación que está a punto de alcanzar la tercera edición en poco más de un mes desde su publicación. Una obra en la que el escritor combina realismo mágico y costumbrismo español para narrar la historia familiar de doña Urraca, una señora mayor que se sienta debajo de un naranjo a esperar la muerte que, inevitablemente, le llegará en pocos días.

Una historia con personajes fascinantes, como uno que intenta capturar el sol en una bola de cristal, en la que los espíritus se cuelan por los oídos y que está repleta de santos, chismorreos y lápidas. Hemos hablado con su autor sobre ella, pero también sobre si están conectados el mundo literario y el actoral y sobre si es difícil sobrevivir en este último en nuestro país.

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Pregunta: ¿De dónde viene ese interés por la escritura?

Respuesta: En realidad no tengo ni idea. Yo nunca tuve esa pulsión por la escritura más allá de imaginarme mis libros en una estantería. Pero si reflexiono sobre ello, sí que tengo una pulsión narrativa que siempre he probado en diferentes ámbitos: en la interpretación, en la pintura, en la creación de contenido, etc. La único que me quedaba por explorar era la de la escritura, algo que siempre iba retrasando porque me daba mucho respeto. Pero un día me puse a escribir y ese gran monstruo se convirtió en un lugar muy cómodo.

P: ¿Tienen conexión el mundo actoral y el de la escritura?

R: En series como en ‘La que se avecina’, en las que los tiempos suelen ser frenéticos, no tienes espacio para aportar al texto. Algo que está bien porque hay unos guionistas que se dedican a ello. Pero en teatro sí que hay algo del poder masticar las palabras, de saber de dónde vienen y de entenderlas. El otro día le decía a un amigo que, cuando quiero saber el significado de una palabra, no lo busco en la RAE, sino en la etimología. En su historia. En la novela, que está gustando mucho, hay ese bagaje de familiarizarme con la palabra, Me refiero a esos términos que son sinónimos, pero que no significan lo mismo por la sonoridad. Eso hace que de manera inconsciente percibamos los significados de forma diferente. Algo que para un actor es la base de su trabajo.

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P: El libro lo empezaste durante un parón en tu carrera actoral. ¿Es complicado vivir de esta profesión en España?

R: Es complicadísimo. No solo por lo económico, sino también por lo idealizado. Te imaginas que la industria del cine español es muy grande, pero no dejamos de ser una industria muy artesanal. Cuando digo esto, las personas piensan que la hago de menos, pero para mí es al revés: es una industria más pequeña, con recursos muy limitados, donde nuestros grandes directores no tienen las oportunidades de sus homólogos en Hollywood. Por todo ello, es muy complicado ser actor en España.

P: Sin embargo, ahora sí que tienes nuevos proyectos.

R: Ahora tengo muchos más proyectos. Voy a empezar a ensayar en julio ‘La barraca’ de Blasco Ibáñez. Algo que me quitará mucho tiempo al día para la escritura. También estoy con la novela ‘Urraca, Urraquita, Urraquitita’, que acabo de publicar, y que está teniendo un éxito enorme. Y, por supuesto, estoy escribiendo otras cosas nuevas.

P: La novela arranca con la protagonista, doña Urraca, quien dice que sabe que se va a morir en una fecha concreta. Y se pone bajo un naranjo a esperarla. ¿Cómo se te ocurrió un comienzo así?

P Me vino la idea a la cabeza. Yo no puedo descansar la mente y me pregunté qué pasaría si una mujer mayor se quedara debajo de un árbol y no se pudiera mover. En esa primera imagen era ese tipo de señora que se rinde; sin embargo, doña Urraca es todo lo contrario. Si no, no tendría ese nombre tan potente. Ella se queda debajo de un naranjo como un acto de rebeldía. Y luego ya no pude parar de escribir.

P: Se vertebra sobre tres conceptos: costumbrismo español, herencia familiar y realismo mágico. ¿Por qué unirlos? ¿Qué te permitían?

R: Yo nací en Vera, un pueblo que visto desde fuera es un tanto extraño: se trata de un lugar muy antiguo, en una provincia muy pobre, y al mismo tiempo a día de hoy se intenta cubrir con mucho turismo, con muchas casas blancas, con piscinas enormes, con campos de golf. Y aunque se intenten poner esas capas, siempre surge la tragedia. Algo que tiene su componente bello. Yo nací allí, pero mi padre es de la capital y mi madre de León, por lo que siempre nos han considerado los forasteros. Lo que me ha permitido estar dentro y a la vez fuera. Para mí son realidades que conviven.

P: Gracias al realismo mágico consigues que historias no reales encajen. Como el personaje que consigue encerrar el sol en un cristal, los espíritus que se cuelan por las orejas o incluso un niño que nace de la tierra.

R: El realismo mágico tiene credibilidad sobre el papel, pero no se aleja tanto de la realidad. Por ejemplo, me parece fascinante el ciclo del agua: cuando bebo un vaso de agua, me pregunto cuántas gotas contendrá, si habré bebido agua que ha tocado el Titanic, etc. Me pasa igual con las rocas o los animales. Todo me sorprende mucho. Al trasladarlo al papel, no es más que una representación que suena más onírica.

P: Con la herencia familiar muestras ese legado que a todos nos pesa de nuestros antepasados y del que es muy complicado huir.

R: El legado familiar para mí es el tema trasversal de toda la novela. Sobre todo por cómo está estructurada la obra. La herencia familiar es algo que se impregna. Cuando pensamos en esa palabra, se nos viene a la cabeza lo monetario. Pero, como dice doña Urraca, “hay una herencia que siempre duele”. Como cuando te recuerdas a tu madre, aunque tuvieras una buena relación con ella. Otra que viene de la tierra, de tu contexto, de tus amigos.

P: Al costumbrismo español le das fuerza con todos esos santos, esas lápidas y esas habladurías que pueblan la novela.

R: Está muy presente en la novela porque le pasa como al realismo mágico; no podía desvincularlo de la historia que estaba contando. La obra transcurre en Ventaquemada, un pueblo ficticio pero no por ello menos real. Bebe de todos los pueblos de Almería, de la zona de Granada, de la Alpujarra, etc. Esta tierra seca, de los pueblos aislados por decisión propia de los vecinos porque tienen todo lo que necesitan, que no sabemos en qué año viven. Y en los que hay mucha belleza. ¿Cómo iba a arrancar el costumbrismo de todo esto?

P: De la mano de ese costumbrismo va la oralidad: esas palabras y lenguaje que hacen que te transportes allí.

R: Yo quería dar dignidad a todas esas palabras que son rebajadas a vulgarismo. Aquellas que quizá son inventadas por una comunidad sin siquiera saberlo o que han evolucionado y se quedan para determinados objetos antiguos. También expresiones que son de la tierra, de lo rural, del mundo de los carneros y las gallinas. Es algo sobre lo que siempre he puesto el ojo y cuando lo he exportado, todo el mundo me miraba con mucho asombro. Me preguntaba cómo podíamos darle la espalda a esto y decir que hay que hablar de manera correcta. Esta novela no se lee con acento, pero sí con acentillo. Un tempo que invita a tomarlo como algo muy arraigado a la tierra.