Margherita Sarfatti, la mujer que modeló a Mussolini

  • Intelectual, escritora y mecenas, Margherita Sarfatti fue determinante en la vida cultural y política durante el fascismo

  • Su figura, recordada en una exposición, va mucho más allá de la amante de Mussolini

Toda la Italia que tiene algo que decir espera ansiosa el discurso de Benito Mussolini. Empresarios, políticos y artistas se han dado cita en Milán para asistir a la inauguración de una simple muestra de siete pintores italianos que deben marcar el principio de una nueva era. Las tecnologías se abren paso, la sociedad acaba de descubrir qué es eso del deporte o el tiempo libre. Son los felices años veinte. En París se baila el charlestón, en Estados Unidos hace vibrar el jazz y en Italia ese símbolo de modernidad lleva el nombre de fascismo. Las sufragistas reclaman su derecho al voto, las mujeres se suben la falda de los tobillos.

“El arte es una manifestación esencial del espíritu humano y en un país como Italia sería deficiente que un gobierno se desinteresara del arte y los artistas”. La voz en la sala es la de Mussolini, pero quien se expresa es Margherita Sarfatti. Su amante, su guía, la persona que le ha escrito el discurso y ha cincelado la figura del Duce.

Sarfatti y Mussolini se conocen desde hace una década. Ella es una joven judía, culta, de familia rica veneciana, muy progresista. Habla cuatro idiomas, ha leído a Marx, Schopenhauer o Nietzsche y, en lugar de ir a la Universidad, ha sido educada en casa por el director de la Biennale, Antonio Fradeletto. Después se marcha a Milán, donde frecuenta los salones anarquistas que profetizan la llegada del comunismo.

Él es un muchacho de provincias, sin apenas estudios pero con una gran elocuencia. Es miembro del Partido Socialista y director del 'Avanti', el periódico de la izquierda. A ella, de apellido Grassini, le han casado con el abogado Cesare Sarfatti, 14 años mayor y también socialista. Y él, Mussolini, ha peleado para contraer matrimonio con una muchacha campesina, de nombre Rachele. Pero todos estos círculos revolucionarios han terminado por unir a Margherita y Benito. Surge una fascinación mutua y el presentimiento para la intelectual de que está ante el hombre del momento.

Mussolini se alista como voluntario en la Primera Guerra Mundial y a su vuelta lo expulsan del movimiento socialista. Para las vanguardias no es más que un cambio de timón, la corriente futurista apuesta por el horizonte que traerá el nuevo régimen, que ya no tiene inspiración bolchevique sino una impronta de derechas, ultranacionalista y genuinamente italiana. Sarfatti financia la llamada ‘marcha sobre Roma’ de los camisas negras y oculta a Mussolini en su villa milanesa por si la apuesta no sale bien y hay que salir huyendo a Suiza. Pero eso ya no es necesario. El fascismo ha triunfado y su líder es Benito Mussolini.

Rachele, la primera dama, se dedica a cuidar a los hijos, ver y callar. Margherita, en cambio, es la amante oficial, quien le espera en el Hotel Continental de Roma, donde hay mucho más que sexo. “Ella lo educa, le enseña modales, a sentarse en la mesa y a rodearse de intelectuales, que después serán determinantes para afianzar el régimen”, apunta Fabrizio Russo, propietario de la Galería Russo, en la capital italiana, que estos días acoge una muestra con varias obras de la colección privada de Sarfatti. “Ella fracasa en su intención de instaurar un arte de Estado, como sí ocurre en la Unión Soviética, pero su influencia en la vida cultural y política del país es fundamental”, añade el galerista.

En 1924 un grupo de jerarcas fascistas secuestra y asesina brutalmente al diputado socialista Giacomo Matteotti. El régimen está a punto de caer, pero Margheritta Sarfatti le aconseja a Mussolini que asuma toda la responsabilidad y defienda el recurso a la violencia como un modo de combatir el caos. Se trata de un relato suicida y, sin embargo, todo el Parlamento calla, exonerando a su presidente del naufragio.

La amante ya ha escrito una épica biografía en inglés llamada ‘Dux’, que pone al mandatario ante el mundo. Pasa a ser directora de ‘Gerarchia’, la revista de teoría política fundada por Mussolini, y una importante mecenas. Compra obras de Mario Sironi, Adolfo Wildt o Arturo Tosi, esos grandes artistas y amigos, que debían convertirse en inmortales y que finalmente quedaron relegados a un segundo plano de los libros de historia del arte. Hoy sus obras se ven expuestas en la Galeria Russo, junto a algunas frases de Sarfatti.

La Peggy Guggenheim italiana

El historiador Fabio Benzi la definió como una “Peggy Guggenheim italiana”. Para Scarlett Matassi, responsable de comunicación de la muestra, “no se puede definir únicamente a Sarfatti como la amante de Mussolini”. “De hecho, él era uno más de sus conquistas, porque cuando se entregaba a un hombre, como con los artistas, lo hacía en todos los ámbitos, incluido el sexual. El amor libre no se inventó en el 68, ya lo profesaban en los años veinte. Con Mussolini actuaba en equipo, pero ella era muy ambiciosa, era una mujer de poder y reivindicaba su parte”, sostiene.

La entrega era recíproca, como demuestra una de las cartas del dictador: “Esta noche piensa en tu devotísimo salvaje, que está algo cansado, algo aburrido, pero que es todo tuyo, desde la superficie hasta lo más profundo de sí mismo. Dame un poco de sangre de tus labios”. Y ella, ya viuda y correspondida por la pasión, se muda a vivir a Roma, a dos calles de Villa Torlonia, la mansión familiar de Benito y Rachele Mussolini.

A la esposa legítima no le hizo ni pizca de gracia. Tampoco a los aduladores del Duce, que esperaban conseguir lo suyo. La relación se fue desfigurando como lo hacen los gobernantes que acaparan el poder. La intelectual dejó de compartir las decisiones del político y el hombre terminó de cansarse de una joven e idealista que ya no era ni una cosa ni la otra. En 1935, cuando Mussolini anuncia desde el balcón de Piazza Venecia la guerra contra Etiopía, a ella la encuentran en una sala contigua llorando por la deriva del país. Para entonces él ya tiene también como amante a Claretta Petacci, veinteañera y menos respondona. Pero el golpe de gracia llegará en 1938 con la promulgación de las leyes raciales contra los judíos, por las que Sarfatti se ve obligada a exiliarse.

La erudita y socialista judía devorada por un monstruo que ha moldeado con sus propias manos. Después de haber pasado un tiempo en Estados Unidos, ve consumirse el fascismo desde Argentina y Uruguay, donde tiene a uno de sus hijos. Mussolini y Petacci han sido asesinados y colgados boca abajo en una plaza de Milán. También en ese momento trataban de huir a Suiza, pero lo que había triunfado entonces era la Resistencia.

Quién sabe si no hubiera corrido la misma suerte Sarfatti de no haber sido sustituida por una nueva amante. Había salvado la vida, aunque su mundo ya se había desvanecido. Regresó a Italia en 1947, vivió en un caserón demacrada como Norma Desmond en el ‘Crepúsculo de los dioses’ y gastó la fortuna que le quedaba en viajar por Europa. Antes de morir había escrito ‘My fault’ (mi culpa), un libro en inglés del que poco se sabe, en el que al menos reconoció que no había salido todo como esperaba.