Vivir en un barco: la experiencia de Celeste y Carlos tras un año habitando en un velero

  • Hablamos con Celeste Marí y Carlos Tortajada, una pareja de jóvenes de Barcelona que decidieron irse a vivir a un barco hace un año

  • Más allá del problema del espacio, al que confiesan que ya se han acostumbrado, todo son puntos a favor para ellos

  • Nos cuentan cómo es habitar en uno y anécdotas del día a día, como cuando casi lo hundieron nada más mudarse a él

Desde pequeños, Celeste Marí (1993) y Carlos Tortaja (1988), ambos de Barcelona, siempre tuvieron la idea romántica de que su casa fuera un velero. Un proyecto que nació tras ver la película de 'Lilo y Stitch', cuando “esa forma diferente de vivir fue entrando poco a poco en nuestras cabezas”. Más tarde, Carlos comprobó que era posible, al ver que dos compañeros de su trabajo lo hacían. Y se hizo realidad hace un año, después de residir un tiempo en Japón y en Bali, cuando volvieron “a España para acompañar a familiares y amigos en los momentos más difíciles de la pandemia. Decidimos aprovechar la situación para comprar el velero, ya que nadie en esos momentos pensaba en adquirir un barco, así que los precios estaban por los suelos. Fue un buen business”, cuentan a Yasss.

Desembolsaron un total de 27.000 euros y desde noviembre de 2020 están viviendo su vida soñada anclados en el Port Olimpic de Barcelona. A partir de entonces, esta pareja formada por una artista visual y un publicista se dedican a navegar, trabajar creando contenido para redes sociales desde su empresa BolaBola Studio y a viajar. “Sobre todo cuando la maldita pandemia nos lo permite”, comentan.

Cada día, Carlos y Celeste se levantan con una ventana abierta directamente al mar. Algo que les permite vivir una experiencia diferente y aprender nuevas cosas. “Como que los cormoranes son esos pájaros que entran en el agua y nunca salen porque pueden bucear durante minutos o escuchar el agua desde la cama y ver los pececitos que hay alrededor”.

Los pros y los contras de vivir en un velero

Para ellos casi todo son puntos positivos. Como por ejemplo, que un barco no acarrea un gran compromiso como comprar un piso o una casa “que luego vas a estar pagando toda tu vida. Nos permite irnos durante un tiempo y mientras tanto lo alquilamos y el velero sigue produciendo dinero. O levantarte un día y decir ¡me voy a Mallorca! No es muy común, pero bueno, se puede hacer”.

“También te llevas bien con tus vecinos porque todos tienen una vida diferente, como la tuya, así que es fácil encajar con ellos y se acaba generando mucha comunidad. Aparte de todo esto, la ventaja principal es sentir que de alguna manera estás siempre moviéndote y aprendiendo. Vivir en un barco es muy romántico y divertido”, comentan. Y terminan: “Además, puedes ver 'Tiburón' o 'Náufrago' en el escenario más emocionante posible, y las fiestas en barco son las mejores”.

Nos toca trabajar y vivir juntos cada día, por lo que a veces apetece perder al otro de vista

¿Y los contras? Lo que más les pesa a día de hoy es el espacio, ya que es muy reducido. “Al principio obviamente lo peor es acostumbrarte a vivir en un lugar que no es tierra firme. Pero después es el espacio, ya que al estar muy limitado hace que tengas menos intimidad. En nuestro caso nos toca trabajar y vivir juntos cada día, por lo que a veces apetece perder al otro de vista”, ríen. Una contrariedad a la que se acostumbraron cuando vivieron en Japón, ya que los pisos en los que habitaron allí eran de 15 metros cuadrados. Aun así, admiten que el poco espacio les obliga a dejar algunas de sus cosas en un trastero o en casa de sus padres.

Respecto al oleaje, apuntan que no se nota absolutamente nada, a no ser que haya un tornado o algo similar, ya que los amarres están muy resguardados. “En cambio el viento sí que se nota más, pero es todo muy llevadero. Lo máximo que nos ha pasado es que en invierno, un día de muchísimo viento, el barco se inclinó un poco e hizo que una botella se cayera. No se rompió, así que no fue nada dramático”, dicen Celeste y Carlos. Unas condiciones que cambian cuando se encuentran navegando, ya que el oleaje y el viento pueden jugar indistintamente a ser una bendición o un problema. Aunque, si en caso de que naufragaran, tienen “el balón de Wilson que aparece en la peli de 'Náufrago' para que nos haga compañía”, comentan entre risas.

¿Y qué gastos supone?

Otra de las razones por las que se fueron a vivir al velero, aunque no fue el motivo principal, fue por el elevado precio de los alquileres de Barcelona. Al contrario de lo que pudiera parecer, vivir en un barco les sale mucho más barato. “Si solo contamos el precio del amarre, que incluye agua, luz, internet y acceso a las duchas del puerto, pagamos 380 euros al mes entre los dos”, comentan.

Eso sí, conlleva muchas más obligaciones que una casa y cualquier cosa que se rompe, siempre es más cara. “Hay que limpiar el casco todos los días e ir arreglando las cositas que se estropean, como en cualquier lugar. Lo que pasa es que aquí siempre va a ser infinitamente más caro, porque se supone que tener un barco es cosa de ricos, así que hay que cuidarlo muy bien”, sostienen. Unos sobreprecios que se compensan con la comunidad de marineros “muy simpática y apañada que hay en el puerto, que siempre se preocupa de ayudar cuando algún vecino lo necesita”.

Si solo contamos el precio del amarre, que incluye agua, luz, internet y acceso a las duchas del puerto, son 380 euros entre los dos

Como cuando casi hunden el barco el primer día que se mudaron a él. “Pensamos que el depósito de agua se llenaba en media hora, cuando realmente lo hace en cinco minutos, así que decenas de litros de agua se salieron del tanque inundándolo todo. No es una experiencia agradable cuando te acabas de comprar un barco. Verlo lleno de agua el primer día, ¡menudo miedo! Pero bueno, también es lo bonito del barco, que aprendes constantemente. Aunque a veces sea a base de sustos”, ríen.