Follamos por no llorar
Últimamente he leído varios artíoculos sobre cómo vivimos el sexo los millennials, la generación de moda. Hasta la Universidad de San Diego se ha interesado por nuestro comportamiento sexual, y ha publicado un artículo en el que concluye que mi generación ya no está tan interesada en tener parejas sexuales. Concretamente, dice, los adolescentes de hoy están tres años por detrás de sus padres a la hora de iniciarse en el sexo y mantienen relaciones 16 veces menos al año que los de su misma edad hace veinte años.
Los millennials somos un poco como los nuevos gremlins. A los que son mayores que nosotros les parecemos unos bichillos de lo más exóticos… pero tan adorables que no pueden parar de mirarnos. Ni de estudiarnos. Ni de analizarnos. Aunque también te digo que a mí me parece que nos miran un poco desde la ranciedad propia de su generación, porque nos han metido a todos los nacidos en los ochenta y los noventa en un mismo saco así de cualquier manera cuando dime tú a mí qué coño tengo que ver yo con una chica nacida en 1997 que JAMÁS se ha aprendido las coreografías de las Spice Girls ni tuvo un novio Backstreet Boy. Pero bueno, ese es otro asunto.
La cosa es que nos tienen tan escudriñados, o eso se creen, que son capaces de asegurar con toda rotundidad que somos unos raritos porque, por ejemplo, ya no estamos tan interesados en el sexo o no mantenemos tantas relaciones sexuales como la generación que nos precedió (16 veces menos al año, que no es tontería). Y ya está, se quedan tan anchos. Ni siquiera se preguntan por qué. “Cómo son los jóvenes, ya ni el sexo les gusta. Ay… si les hubieran dado una hostia a tiempo, se les habría quitado la tontería”. Porque la generación anterior a la mía todo lo arregla con la hostia puntual: la que llega justo a tiempo.
Pues yo creo que sí que nos dimos una buena hostia, aunque no viniera de parte de nuestro padre. Si bien es verdad que yo no me puedo sentir identificada con una persona que no tuvo Lelli Kellys, sí que siento esa conexión con los otros millennials cuando nos definen como la generación de la baja autoestima y sentimiento de frustración constante. Porque somos “la generación más preparada de la historia”, esa que se iba a comer el mundo y al final se acabó comiendo una mierda tamaño elefante.
Así que estamos de bajona, estamos aburridos, estamos como vaca sin cencerro. Tenemos una carrera, un máster y un par de cursos de verano en El Escorial, pero también tenemos trabajos bastante regulares, sueldos bastante justicos y una desmotivación constante.
Vamos, que no tenemos el chichi para farolillos. ¿Quién iba a tener ganas de follar cuando no puede parar de pensar en cómo conseguir likes en Instagram? Y, sobre todo, ¿quién iba a querer mojar el churrito cuando se siente la persona más insegura del mundo?
Los millennials le hemos dado la vuelta a todo, sexo incluido, y hemos dotado de un nuevo significado a la relación sexual. El sexo ha dejado de ser un fin (si no tenemos dinero para mantenernos a nosotros cómo coño íbamos a empezar a reproducirnos) para empezar a ser un medio. Un medio para canalizar esa creencia tan nuestra de que nadie nos quiere ni nos valora.
Follamos por no llorar. Para eso usamos el sexo. Para no pasarnos los días, o las noches, desahogándonos sobre la almohada, que el día menos pensado nos salen setas ahí con tantas humedades. Follamos por no llorar, porque nadie nos ha enseñado a gestionar nuestras emociones y estamos cargaditos de ellas. Porque no entendemos lo que nos pasa, lo que ocurre a nuestro alrededor. Porque todo parece ir muy deprisa y queremos correr a ese ritmo aunque sabemos que no podemos. Follamos porque todos los demás son perfectos, menos nosotros. Follamos porque tenemos necesidades que no sabemos saciar. Follamos porque estamos agobiados, tristes, confundidos. Follamos porque estamos asustados o porque nos sentimos solos. Follamos porque buscamos unos minutos de desconexión y el placer inmediato, aunque en la mayoría de las ocasiones el sexo nos deje tan vacíos como estábamos.
Y de repente aparece el investigador de turno que descubre y anuncia a bombo y platillo que los millennials pasan del folleteo. Obviamente, cariño, somos diferentes, pero no tontos, y no vamos a estar interesados en hacer algo que solo sirva para recordarnos lo absurdamente desgraciados que somos.