Salud y Bienestar

Javier Yanguas, experto en gerontología: “Cuando bañas a tu madre, algo pasa en la relación"

Un hijo y un padre se abrazan
Un padre y un hijo se abrazan. (Getty)
  • Javier Yanguas, experto en gerontología, apunta las claves para que el cuidado de nuestros mayores sea respetuoso y provechoso para ambas partes

  • Comparte sus aciertos y errores en primera persona tras encargarse del cuidado de su madre, cuando escogió ser hijo y dejarse ayudar por expertos

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Llegas a casa un domingo cualquiera y ves a tu padre mirando el móvil, tratando de recordar la contraseña del correo que, por supuesto, se ha apuntado en una libreta de las de toda la vida para no perderla. Tus 40 ya han quedado atrás hace años. Sus 70, también. Te das cuenta de que el reloj marcha sin avisar, pero que queda mucho, muchísimo, por delante siempre que la relación y el cuidado sea óptimo.

Hasta hace poco creíamos que la vejez empezaba a los 65 porque, tal y como nos explica Javier Yanguas, gerontólogo que acaba de publicar ‘Cuando los volcanes envejecen’ (Plataforma Editorial), “así lo decidió Bismarck”, en una anécdota que no tiene nada de médico: “Le informaron de que la esperanza de vida en Alemania era de 65 años y decretó las pensiones a partir de esa cifra. Punto. No hay criterio técnico; fue un dato administrativo”, ríe Yanguas. Lo interesante, añade, es que hoy vivimos más y mejor: “Un septuagenario de ahora se parece al sexagenario de hace veinticinco años”.

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Por eso, y por otras razones de pura lógica demográfica, varios estudios proponen restar quince años a la esperanza de vida de cada generación para marcar la frontera de la vejez. Es decir, y según los datos de Eurostat, en España un hombre comienza la vejez a los 66, pues su esperanza de vida ronda los 81. Una mujer tiene cinco años más, de media, para que la sociedad entienda que ha entrado en la vejez.

Gerontología y geriatría

Porque la vejez no es un estado estático. Es un proceso que evoluciona en lo físico, en lo emocional y en lo social. Y ahí entra la gerontología, el “paraguas” que, a diferencia de la geriatría —que se centra en la parte médica— abarca también la psicología, el trabajo social, la educación y la biología. Yanguas insiste en ese matiz: “Un geriatra tiene un foco, pero la gerontología mira el todo, la persona entera y su entorno”.

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Un geriatra tiene un foco, pero la gerontología mira el todo, la persona entera y su entorno

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“Nos negamos a reconocernos en el viejo que seremos”, recuerda Yanguas citando a Simone de Beauvoir. “Hacemos como si fuéramos invencibles, hasta que un día nos topamos con la realidad de la pérdida y el desgaste. Cuando vemos a nuestros padres, nos damos cuenta de que tienen años, aunque estén bien. Entonces surge la preocupación por pensar qué papel tenemos que jugar, cómo vamos a estar, qué es lo que viene. A nivel individual, nos cuesta un poco reconocernos, nos cuesta planificar. Vivimos una especie de paradoja de la invulnerabilidad, como si nada malo nos pudiera pasar, como si tuviéramos que ser felices todo el tiempo”.

Durante años practicamos el noble arte de la procrastinación, relegando la planificación y los cuidados al último lugar de la agenda. Error. “Porque cuidar no es solo cambiar pañales, dar de comer o administrar pastillas. Cuidar es un compromiso relacional. El primer paso es el autocuidado —asegurar tu propio equilibrio— y de ahí debemos saltar al cuidado de la pareja, de los hijos, de la comunidad e incluso del planeta”, explica Yanguas.

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Javier Yanguas, autor de 'Cuando los volcanes envejecen'

En su libro, él pone ejemplos muy concretos: ¿Qué proyecto de vida tenía tu padre antes de jubilarse? ¿Le apasionaba pintar? ¿Soñaba con escribir un diario de viajes? Si ahora pierde esa rutina, pierde sentido. “Cuidar bien implica rescatar esos proyectos, integrarlos en la rutina diaria. Nos obsesionamos con lo instrumental: la higiene, la alimentación, la medicación”, reivindica Javier. 

Eso imprescindible, sí, pero insuficiente. ¿De qué sirve tener a tu madre físicamente aseada si la dejas sin conversación, sin proyecto, sin futuro? Eso no es cuidado, es custodia de un cuerpo. El verdadero cuidado pone la mirada en la mente y en el corazón.

Anular una identidad

Si cuidas a tu padre y le das solo medicación y cambios de pañal, acabarás anulando su identidad. El gran reto es mantener vivo al individuo: sus pasiones, sus recuerdos y sus ganas. “Cuidar exige implicación. El principal error en el cuidado de personas mayores es que hemos malinterpretado qué es cuidar. Un buen cuidado es cuidar del proyecto de vida de la persona a la que cuidamos. Cuidar es intentar ayudar o facilitar que tu proyecto de vida siga adelante y a menudo nos olvidamos de eso. Anulamos al otro a pesar de que lo cuidamos”, repite Yanguas.

Hemos malinterpretado qué es cuidar. Cuidar es intentar ayudar o facilitar que tu proyecto de vida siga adelante y a menudo nos olvidamos de eso

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En el fondo, cuidar bien es un acto de humildad. Yanguas, experto en gerontología (recordemos), lo aprendió en carne propia cuando su madre sufrió una hemorragia cerebral que desembocó en demencia. “Perdió el lenguaje y el carácter cambió. No teníamos conversaciones profundas, pero intentamos hacer lo que ella hubiera querido: acompañarla, respetar su historia, sus silencios”. 

Fue un choque entre teoría y práctica: “Me puse en el papel de hijo y pedí ayuda. Es complicado desprenderte de lo que eres, pero es importante abrirte a la realidad. Intenté aplicar terapias e intervenciones que yo mismo había diseñado, y me di cuenta de que no sirven para todo. Es una cura de humildad. Te coloca en tu sitio, te quita tonterías. Hay publicaciones y conferencias, pero la realidad del cuidado te supera”.

Esa experiencia le enseñó que el cuidador también necesita cuidador. Todo lo que dominaba pasó a un segundo plano. Necesitaba un guía. Si tú te desgastas, tu capacidad de acompañar se resiente. Un cuidador equilibrado es un cuidador eficaz.

“Cuidar enseña muchas cosas: renunciar, tomar decisiones, comprometerte, perseverar, ser generoso... Enseña a ponerte en la piel del otro, a intentar comprender. Te da un pantallazo de lo que es la vida real. Es verdad que te cercena muchas cosas, pero también te abre puertas. Te permite tener una mínima conversación contigo mismo si es que no te agobia. Enfrentarte al sufrimiento de alguien a quien quieres te confronta con tu propia naturaleza. Te hace sentir culpa, tristeza, ambivalencia. Son sentimientos complicados. Todo esto te abre una ventana de autocomprensión, siempre que tengas una narrativa interna activa” describe Yanguas. 

Quizá te preguntes: ¿Por qué debería importarme esto ahora, si mis padres están bien? Precisamente por eso. Porque planificar el cuidado no lo adelanta sino que lo convierte en algo más sereno y comprensible para ambas partes. Y eso, a día de hoy, es una rareza.

“Las generaciones del baby boom han cuidado de sus padres, pero tienen pocos hijos, más divorcios, más parejas que no conviven, modos de vida distintos. Son las generaciones más formadas de la historia de España, pero creen que el cuidado es algo personal, que tenemos que resolverlo nosotros, no podemos traspasarlo a nuestros hijos. Lo que asusta es la parte oscura del cuidado, la que no queremos ver, como cambiar el pañal o asumir tareas que consideramos indignas”, explica un Javier que añade: “Cuando bañas a tu madre, algo pasa en la relación. Yo lo he hecho. Es un momento duro, no por el baño, sino por lo que significa”.

Cuando bañas a tu madre, algo pasa en la relación. Yo lo he hecho. Es un momento duro, no por el baño, sino por lo que significa

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Esa invitación al cuidado choca de frente con la cultura del “yo, me, mi, conmigo” que domina nuestro entorno según Javier. “Hemos perdido valores de especie y de comunidad. Si cada uno solo piensa en sí mismo, jamás llegaremos a acuerdos para enfrentar retos globales que van desde el cambio climático a la atención a los mayores. No me gusta esta sociedad en la que parece que cada uno va a su bola”.

Cuidar bien es, en su lógica, un ensayo de ciudadanía. Aprender a estar al servicio de otro fortalece la empatía, la cooperación y el sentido de pertenencia. Una llamada diaria, una visita o las que hagan falta cada semana, un paseo, revisar un álbum de fotos… son acciones mínimas que, al sumarse, crean una red de sentido y seguridad. A ti te van a generar un vértigo nuevo pero será entonces cuando recuerdes que cuidar no es una carga, sino un privilegio.