Psicología

El mito de septiembre o cómo mantener la calma del verano todo el año: "Retomar la rutina de golpe es un error"

Sonia Díaz Rois, coach y mentora experta en gestión de la ira. CEDIDA
Compartir

Volver a la rutina después del verano supone un gran esfuerzo, no lo vamos a negar. Los que han tenido la suerte de estar unos días de vacaciones, por mucho que les llene su trabajo, vuelven con la sensación de que no les vendría mal un año sabático, en el mar o en la montaña, haciendo lo que más les gusta o dedicándole tiempo a aquello que les apasiona. Pero si no te gusta tu trabajo, y encima no te sientes realizado, la vuelta es aún más complicada. Es en ese momento, cuando entran el enfado, la frustración, la insatisfacción y el desánimo. ¿Por qué nos pasa y qué podemos hacer para evitarlo? ¿Se puede trasladar esa sensación de satisfacción que tenemos durante las vacaciones a la rutina?

Nos da algunas respuestas Sonia Díaz Rois, coach y mentora experta en gestión de la ira, y autora del libro 'Y si me enfado, ¿qué?' (VR Europa, 2024). Tras 20 años liderando equipos y experimentando en primera persona el desgaste emocional de la ira mal gestionada, decidió dar un giro y acompañar a personas que se enfadan más de lo que les gustaría. A través de su proceso GTI (Gestiona Tu Ira), ayuda a que puedan expresarse con claridad, sin explotar ni tragarse lo que sienten, y a vivir con más calma. 

PUEDE INTERESARTE

Pregunta: ¿Para qué sirven el enfado y la ira? ¿Son lo mismo? ¿Qué nos dice cada una de esas emociones?

Respuesta: Solemos diferenciar bastante bien un momento triste de una depresión, sentir miedo de experimentar un momento de terror, o sentirnos alegres frente a un momento de euforia. Pero el enfado y la ira suelen caer en el mismo saco: malas formas, energía desbordada, palabras malsonantes… Lo que más ayuda a distinguir el enfado de la ira es pensar en una escala: observar la intensidad, la duración, la cantidad y también el propósito de cada emoción. El enfado aparece cuando detectamos algo que nos incomoda, cuando una expectativa se frustra o cuando sentimos una falta de respeto. Ahí podemos parar y preguntarnos: ¿se está transgrediendo realmente un límite o toca ceder?

Bajo mi punto de vista es importante diferenciar cuándo toca levantar la mano y cuándo toca bajarla. El enfado no va siempre de poner límites. A veces va de revisar si estoy siendo demasiado rígido, intransigente o inflexible. Y eso, normalmente, puede resolverse desde la calma, con un diálogo respetuoso y asertivo que nos permita compartir diferencias, negociar o hacernos respetar sin necesidad de despeinarnos. Lo que ocurre hoy en día es que muchos enfados se resuelven desde la ira: la respuesta más fisiológica de nuestro cuerpo ante una amenaza. Actuamos como si tuviéramos un tigre delante, aunque en realidad no lo tengamos. La suerte es que los tigres de hoy rara vez son de carne y hueso: suelen ser sociales, emocionales o relacionales. Y no necesitamos reaccionar como si nuestra vida corriera peligro. Por eso la ira deberíamos dejarla para cuestiones de pura supervivencia.

PUEDE INTERESARTE

Tanto el inicio de las vacaciones como la vuelta son épocas de transición que necesitamos tratar con cuidado y cariño, por nuestro bien físico y mental

telecinco.es

P: ¿Qué es aquello que podemos hacer para enfadarnos menos? 

R: En primer lugar, permitir el enfado: sentirlo y escucharlo. El enfado lo que más necesita es sentirse atendido y comprendido, empezando por uno mismo. Cuando no lo escuchamos, alza la voz y grita. Una vez lo reconocemos, toca valorar si corresponde ceder o si de verdad es momento de poner un límite. Resolverlo por nuestra cuenta o comunicarlo con la persona implicada, pero siempre desde la asertividad: con una mente abierta, sin necesidad de tener siempre la razón y con disposición a escuchar con curiosidad otros puntos de vista. Las diferencias son lo que más nos enriquece. Si siempre estuviéramos de acuerdo, no aprenderíamos los unos de los otros.

P: ¿Qué suele ocurrir después de las vacaciones de verano? ¿Por qué aparece el enfado en nuestra ecuación? 

R: Tanto el inicio de las vacaciones como la vuelta son épocas de transición que necesitamos tratar con cuidado y cariño, por nuestro bien físico y mental. Aceleramos y desaceleramos demasiado rápido. ¿Cuántas personas enferman en los primeros días de vacaciones por bajar el ritmo de golpe y no ser capaces de disfrutar hasta pasada casi una semana? Con la vuelta ocurre algo parecido: nos adaptamos a otro ritmo y queremos retomar la rutina de un día para otro. Eso es como darle un susto a nuestro cuerpo. Durante unas semanas hemos dormido más, nos hemos movido diferente, nos hemos organizado mejor y hemos conectado con la calma. Creemos que mucho de eso se mantendrá a la vuelta, pero al regresar a los horarios y las prisas volvemos al piloto automático y dejamos de regalarnos tiempo de calidad.

Ese choque genera frustración y, en consecuencia, enfado: porque nuestras expectativas no se cumplen y porque sentimos que hemos perdido la capacidad de autorregularnos.

P: ¿Cuáles son los principales problemas que ves en sesión en este momento del año?

R: Septiembre es como enero: volvemos cargados de propósitos y buenas intenciones. Incluso quienes no se van de vacaciones disfrutan de unas semanas con menos tráfico, menos colas y menos gentío en general. Pero cuando la masificación se activa de nuevo, aparece el agobio y con él la sensación de perder el control. La frase que más escucho es ‘no tengo tiempo para mí’, y justo ahí es donde el enfado se cuela en la ecuación. Cuando sentimos que no controlamos nuestro tiempo, que la agenda nos atropella o que las exigencias externas pesan más que nuestras necesidades, aparece la irritabilidad. Ese malestar se traduce en enfados más frecuentes, menos paciencia y más dificultad para gestionar las relaciones cotidianas.

La clave está en rescatar esos pequeños gestos de bienestar que ya sabemos que nos funcionan en vacaciones y adaptarlos a la rutina

telecinco.es

P: El verano es una estación que nos ayuda a conectar con la calma, como bien dices ¿la podemos mantener al incorporarnos a la jornada laboral?

R: Aunque parezca mentira, algunos de los hábitos que solemos adquirir durante el verano sí podemos mantenerlos el resto del año. Cosas tan sencillas como hacer una pausa de verdad en mitad del día, respirar de manera consciente, caminar más o comer sin prisas marcan una gran diferencia. Cumplir con una agenda no tendría que estar reñido con mantener la calma interior. La clave está en rescatar esos pequeños gestos de bienestar que ya sabemos que nos funcionan en vacaciones y adaptarlos a la rutina.

Y sobre todo, seguir presentes en cada momento. Evitar anticiparnos mentalmente, viajando de manera constante hacia delante y hacia atrás en nuestra propia agenda. Porque cuando acumulamos mentalmente todo lo pendiente, lo que hacemos es generarnos un peso extra que nos impide estar realmente donde tenemos que estar.

P: Septiembre también es un buen punto de partida para empezar y emprender rutinas nuevas. ¿Cómo podemos consolidarlas? ¿Qué nos puede ayudar?

R: Observa qué es lo que te hace sentir bien, pero de verdad. Elige algo concreto y pruébalo durante un par de semanas. Asegúrate de que sea sencillo, realista y específico. No vale decir “me voy a levantar un poco antes para empezar el día con mejor pie” y luego poner una alarma distinta cada noche. Eso no suele funcionar. Calcula la hora que de verdad te ayuda a empezar mejor, visualízate ahí (qué harás, cómo te sentirás, qué beneficios tendrá...) y comprométete contigo.

Si logras sostener este hábito y lo conviertes en rutina, entonces incorpora otro nuevo aplicando la misma dinámica. Paso a paso irás sumando rutinas que formarán parte de ti y te ayudarán a estar mejor. La clave no está en hacer mucho de golpe, sino en sostener lo pequeño hasta que se vuelve tuyo.

P: ¿Qué es el GTI (Gestiona Tu Ira) y cómo funciona? 

R: 'Gestiona Tu Ira' es el proceso que ofrezco a las personas que quieren comprender mejor su enfado. El enfado no es el problema; el problema es que no sabemos qué hacer con él. La palabra enfado sigue siendo un tabú por su relación con la ira, cuando en realidad no debería ser así. El enfado aporta información valiosísima, pero para reconocerla primero tenemos que permitirnos sentirlo. Cuando nos habla flojo y lo atendemos ahí, ya nos da pistas muy claras, igual que cualquier otra emoción. Cada persona siente su enfado a su manera, con sus propios detonantes y motivos. No existen enfados, existen personas que se enfadan. Y eso es tan legítimo como que algo a ti te entristezca y a mí no, o que lo que para ti sea una injusticia para mí no lo sea.

P: ¿Qué suele pasar en el proceso?

R: Durante el proceso observamos qué te enfada a ti, mientras desarrollamos la empatía hacia otros tipos de enfados (que, paradójicamente, también suele ser motivo de enfado). Trabajamos conocimiento emocional, técnicas de autorregulación desde las tres dimensiones de la emoción —neurológica, psicológica y fisiológica— y creamos una estrategia personalizada para expresarte con claridad y asertividad. El objetivo es que aprendas a relacionarte con tu enfado sin miedo: escucharlo, entenderlo y usarlo como aliado para comunicarte mejor contigo y con los demás. Lo que pretendo es que dejemos de aprender a nadar en seco y nos tiremos a la piscina. Muchas personas acuden a mí habiendo hecho cursos y sesiones… Han incorporado teoría, pero no la han puesto en práctica. Y es justo ahí donde ocurre el cambio real: en el acompañamiento entre sesión y sesión, cuando la vida sucede y donde realmente se aprende a nadar.