Incendio

Nueve horas al día en el aire para frenar el fuego: así trabajan los ‘apagafuegos’ del Ejército

Nueve horas al día en el aire para frenar el fuego: así trabajan los ‘apagafuegos’ del Ejército
Francisco Javier Gimeno, capitán del 43 Grupo del Ejército del Aire. Redacción Galicia
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Santiago de CompostelaDesde el 1 de julio, el rugido de los hidroaviones del 43º Grupo de Fuerzas Aéreas rompe el cielo de Santiago. Y seguirá así hasta el 1 de noviembre. Son 26 militares que viven en alerta permanente para atacar las llamas desde el aire.

En campaña de verano, la base cuenta con dos aviones listos para despegar en minutos, aunque a veces hay refuerzos. Hoy, por ejemplo, se ha unido otro para sofocar un incendio cercano.

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La rutina es tan dura como milimétrica. “Volamos cuatro horas y media, volvemos, repostamos, comemos algo, y salimos otras cuatro horas y media”, explica el capitán Francisco Javier Jimeno. En total, nueve horas al día sobrevolando humo, calor y turbulencias.

Aquí no hay pista de aterrizaje

Cada aparato lleva a bordo dos pilotos y un mecánico. La misión empieza con una maniobra de precisión: entrar en pantanos, ríos o mar abierto a 160 km/h para cargar agua. No hay pistas, ni torres de control, ni indicaciones de viento. En apenas 10-12 segundos, los depósitos se llenan: 6.000 litros cada uno, hasta completar seis toneladas.

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La descarga es igual de exacta. A 220 km/h, la masa de agua golpea el terreno como un muro líquido. “Hay que coordinarse al milímetro con los bomberos para no descargar encima de nadie y trabajar de la manera más segura posible. Es como entrar en un aeropuerto con un tráfico brutal: un montón de aeronaves, gente de tierra y todo”, recalca Jimeno.

A ello se suman otros imprevistos. “Volamos constantemente a la misma altura que los pájaros, que aves de grandes dimensiones, tenemos muchos encontronazos con cables de alta tensión, con helicópteros, entonces es un tipo de vuelo que tiene quizá unos riesgos mayores que otro tipo de vuelo”, explica.

Este año, la campaña es especialmente complicada. La abundante lluvia de invierno y primavera ha hecho crecer la vegetación… y con ella, el combustible para el fuego. “Verlo desde arriba es un desastre natural. Da muchísima pena para los que amamos el campo y nuestro país”, confiesa el capitán.

Entre vuelos, cables, aves y llamas, los ‘apagafuegos’ del aire siguen. Y seguirán, desde Santiago, hasta que el último incendio se apague.