La primera ministra italiana Giorgia Meloni se encontraba este martes en París para promocionar la candidatura de Roma para la Expo de 2030. Un viaje que le sirvió, sobre todo, para aliviar tensiones con el Elíseo en un bilateral con el presidente francés Emmanuel Macron donde se evitó profundizar, para no caer en el confronto, sobre el tema que más los separa: la gestión del fenómeno migratorio, donde ambos gobiernos sostienen posturas diferentes y donde han preferido mantenerse en la comodidad el marco europeo -que tendrá que afrontarse en un Consejo Europeo a final de mes-. En una rueda de prensa sin preguntas previa al encuentro, que duró más de una hora y media, el primero en hablar fue el presidente galo que dijo “aunque puedan darse controversias, siempre en un contexto de respeto. Este es el objetivo del Tratado del Quirinal y de la gran ambición que tenemos de trabajar juntos”.
El objetivo es que las diferencias no hagan saltar el marco común de colaboración, ni los intereses que mantienen ambos países en muchos aspectos debido a su cercanía y a la frontera que comparten. Frontera, en Ventimiglia, donde se concretan las dificultades del fenómeno migratorio con flujos continuos que intentan pasar a Francia y son, muchas veces, devueltos a Italia. Y es precisamente ahí donde las diferencias ideológicas encuentran una realidad práctica, la gestión compartida, la redistribución y el tránsito a países de segundo destino, como es Francia, no encuentra consenso en Europa. Meloni reafirma la necesidad de la defensa de las fronteras europeas, sobre todo para los países más expuestos, como el suyo y también la importancia de los acuerdos con el norte de África -muchas veces polémicos por la dudosa salud democrática de países como Túnez-. Aspecto que asume también Macron pero que, repite recordando el drama en las costas griegas, se tiene que realizar “un equilibrio entre la responsabilidad, la eficacia y la solidaridad”.
Este otoño, cuando el país galo fue “forzado” por Italia a abrir las puertas del Ocean King, barco de la ONG que había rescatado hace días a migrantes en el Mediterráneo y esperaba puerto en una situación muy precaria, se mostraron las primeras facturas. Desde entonces y durante el invierno la situación siguió siendo tensa mientras los datos de las barcas que llegaban a las costas italianas crecían y crecían. En mayo, por poner otro ejemplo, el ministro de Exteriores Antonio Tajani canceló su viaje a París diciendo que que el titular galo de Interior, Gérald Darmanin, había osado criticar a Meloni por su gestión migratoria. Era evidente que el fenómeno migratorio se convertía así en un gran caballo de batalla de Italia en Europa, donde siempre ha pedido, junto a otros países del Mediterráneo, más implicación, más repartición de cuotas y, en definitiva, una responsabilidad más compartida. Aspectos que ayer repitió la líder italiana replicando un discurso en el que, al margen de las también diferencias ideológicas, si encuentra como socio a países como España. En definitiva: un marco de mayor responsabilidad europea.
Ya en febrero la primera ministra italiana se había sentido excluida de una reunión celebrada antes de una cumbre de líderes europeos entre Macron, el canciller alemán Scholz y el presidente ucraniano Zelenski. Las contradicciones ideológicas entre ambos gobiernos, el italiano y el galo, se han manifestado en estos meses con incomprensiones constantes y con el reto de las elecciones europeas en el horizonte de la primavera del 2024 que marca aún más las diferentes sensibilidades del continente europeo. Resaltan, eso sí, un tema que los une sin fisuras, intentando poner en valor los puntos en común. “Como europeos y aliados es nuestra responsabilidad hacer un frente para apoyar a los ucranianos militar y políticamente”, dijo Macron y Meloni añadió, “apoyaremos la causa hasta que sea necesario”. Ambos se preparan para el Consejo Europeo de finales de junio y la cumbre de la OTAN de julio en Vilna donde la guerra ucraniana tendrá un rol fundamental.
Carlo Passarello, es experto en política internacional y valora para NIUS el encuentro entre ambos líderes. “Ha sido de distensión, pero no resuelto los grandes nudos que hay entre Roma y París. Era un encuentro que, desde un punto de vista práctico, tenía que realizarse debido a que París acogía el encuentro general del organismo que gestiona la Expo y Macron se vio también con los otros representantes de la candidatura de Ryad -que Francia apoya- en Arabia Saudí y la de Seul en Corea del Sur”, explica. “Se han realizado algunos pasos adelante pero yo hablaría de tregua más que de una verdadera apertura”, añade el experto. En el horizonte de las elecciones europeas del año próximo para Macron la identificación que hace la prensa francesa de su contrincante Marine Le Pen y la líder italiana, también de extrema derecha, Giorgia Meloni no ayuda. “Aunque Marine no es especialmente cercana a Meloni está claro que los temas históricos de la campaña de Hermanos de Italia, también en el tema migratorio, son muy símiles a los de Frente Nacional”, finaliza.
La zona cero del problema: la frontera de Ventimiglia
La frontera entre el sur de Francia y el norte de Italia es desde hace unos tres años un punto caliente del tránsito migratorio europeo. Muchos de los migrantes que llegan a través de la ruta del Mediterráneo del norte de África o de Turquía, atraviesan luego toda Italia hasta el norte donde intentan pasar a Francia para quedarse en el país galo o llegar a otros puntos de Europa. Son migrantes que en muchos casos ya han estado dentro de una estructura de acogida italiana y a los que han rechazado una solicitud de asilo, otros que no han tenido la oportunidad de pedirla. La gestión del número de personas que intentan pasar es así muy complicada, también la atención primaria, en muchos casos en manos de las ONG. Se sabe que Francia devolvió a unos 33.000 migrantes, pero muchos, al margen de los números oficiales, consiguen llegar siempre de otros modos. Mientras tanto el Gobierno francés incrementa los controles, manda más gendarmería, como si la frontera común no fuese también una frontera europea de gestión, valga la redundancia, común, y no de dos países que se pasan la pelota del problema.