Diez años de la Primavera Árabe en Marruecos: logros, esperas y esperanzas

  • El país magrebí destaca en la región por su estabilidad política y crecimiento económico, pero la pandemia ha deteriorado gravemente la situación social

  • El activismo por los derechos humanos, ausente de las calles, subraya la regresión en materia de libertades

“Poco ha cambiado por desgracia desde febrero de 2011 en Marruecos”, lamenta el activista Mohamed Lmossayer a NIUS. Han pasado diez años y algunas semanas desde que los ecos de la primavera del descontento se hicieran oír en el extremo occidental del mundo árabe. La sacudida contestataria tomó cuerpo en el país magrebí en una plataforma denominada Movimiento del 20 de Febrero, convertido ya hoy en recuerdo nostálgico. El 9 de marzo de 2011 el jefe del Estado marroquí, el rey Mohamed VI, sorprendió con el anuncio de una nueva Constitución que profundizara en el proceso de democratización y autonomía regional.

Tras el referéndum constitucional del primero de julio, las elecciones generales de aquel año arrojaron la victoria del islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo y la llegada a la jefatura del Gobierno de Abdelilah Benkirán. Desde entonces –siempre con ejecutivos de coalición liderados por islamistas- Marruecos combina un crecimiento económico sostenido, logros diplomáticos palpables y estabilidad institucional y política, aunque observadores locales y foráneos advierten de la pervivencia de grandes desigualdades sociales y de un retroceso en materia de libertades. “Hay una regresión clara en derechos individuales”, asevera Safae Darkaoui, exmiembro del Movimiento del 20 de Febrero, quien atiende a NIUS desde Casablanca.

“Después de diez años la Constitución ha permitido el desarrollo de algunas cosas, como el reconocimiento del carácter multicultural y plurilingüístico de Marruecos, pero en otras hemos ido hacia atrás. Se sigue encarcelando a personas por expresar sus ideas y los poderes económicos continúan mandando. Hay una gran brecha entre la ley y la realidad”, advierte esta animadora cultural. La desafección con la clase política es muy acusada. Baste un ejemplo: las elecciones legislativas de 2016 registraron una abstención del 62%.

El activismo, una sombra de lo que fue

Hace tiempo que el activismo pro derechos humanos ha cambiado la calle por las redes sociales. Apenas un eco de aquellos meses de 2011 en que estuvo espoleado por la Primavera Árabe, las campañas contestatarias se hacen notar solo de manera puntual. Por ejemplo, en las últimas semanas el activismo marroquí –en el propio país magrebí y desde Estados europeos donde residen nutridas comunidades con raíces norteafricanas- se ha movilizado para pedir la derogación del artículo 490 del código penal marroquí –que prescribe las relaciones sexuales fuera del matrimonio- a raíz de la condena de la joven tetuaní Hanaa, madre soltera de 24 años, a un mes de cárcel tras haberse divulgado un vídeo de contenido sexual.

En un caso similar, también lo había hecho en el otoño de 2019, cuando 490 personalidades marroquíes firmaron un manifiesto para denunciar el citado artículo tras la detención de la periodista Hajar Raissouni por haber practicado un aborto ilegal y mantenido relaciones sexuales fuera del matrimonio. Tras 47 días en la cárcel, una gracia real permitió su liberación. Igualmente el activismo marroquí se hizo sentir en las últimas semanas para reclamar la puesta en libertad del historiador Maati Monjib, conocido por sus críticas al poder marroquí. Fue condenado a finales de enero a un año de cárcel por “fraude” y “atentar contra la seguridad del Estado”.

Lo cierto es que el Movimiento del 20 de Febrero que, aglutinando a laicos e islamistas, izquierdistas y conservadores, se erigió en aquel año de 2011 como plataforma para la defensa de la justicia y la dignidad es ya meramente testimonial. “Puso la cuestión política en el centro de la escena y le dio a los jóvenes la palabra para manifestar sus reivindicaciones sobre la libertad, la dignidad y la justicia social. Ha obtenido logros vinculados a la modificación de la Constitución, el reconocimiento del tamazigh bereber en la misma y la liberación de varios presos políticos”, resume Lmossayer.

En una línea similar se manifiesta Yassin Rguig, militante de la citada organización y profesional del diseño gráfico que atiende a NIUS en Rabat: “Con la creación del Movimiento del 20 de Febrero nació una cultura de la protesta en el seno de múltiples grupos. Se rompió la barrera del miedo”.

“Fue una época de nuestras vidas. Hoy apenas celebramos en las redes los aniversarios. El sueño se nos robó”, evoca Darkaoui. “El régimen se ha podido infiltrar en las organizaciones en defensa de los derechos humanos, e impide la llegada de recursos financieros y su funcionamiento, así como detiene a militantes por estos derechos”, deplora Lmossayer.

Con todo, hay quien estima que el deterioro de la situación social como consecuencia de la pandemia vírica puede encender la mecha. “Como un ave fénix, el Movimiento del 20 de Febrero podría renacer de sus cenizas para agitar a un régimen político frágil”, advertía el pasado 11 de marzo el politólogo Aziz Chahir en un artículo en el digital Middle East Eye.

Motivos para la esperanza

Globalmente, las autoridades marroquíes gestionaron exitosamente la Primavera Árabe si se compara la situación del país magrebí con otros países de la región, incluido Túnez. Marruecos ha logrado estabilidad política, un crecimiento económico sostenido y logros diplomáticos indudables, como el reconocimiento estadounidense de su soberanía sobre el Sáhara o el restablecimiento de relaciones con Israel en diciembre pasado, además de mantener buenas relaciones con EEUU, Rusia, China, Turquía y la UE a un tiempo.

Lo cierto es que el régimen marroquí es sensible a la presión social, sobre todo cuando las campañas contrarias a determinadas actuaciones de los poderes del Estado traspasan las fronteras nacionales. El último ejemplo de esta capacidad de reacción se ha manifestado el pasado día 23 de marzo, cuando las autoridades marroquíes ponían en libertad provisional al citado Maati Monjib. La gran noticia sobre la gestión pública en Marruecos tiene que ver con la pandemia y con el conjunto de la gestión sanitaria: bajos índices de contagio y un ritmo de vacunación –en el top ten mundial- que es la envidia en Europa y África.

“En muchos aspectos de su desarrollo y particularmente en sus infraestructuras, Marruecos ha logrado mayor modernización que los países de América Latina, del Magreb y de África. Eso lo veo admirable”, observa a NIUS Clara Riveros, politóloga colombiana estudiosa del país magrebí. Con todo, la analista advierte de que “la gran tarea pendiente de Marruecos, además de las libertades individuales, es la libertad de expresión”. “Marruecos experimenta un proceso de transición prolongada e inconclusa. Y, desde una perspectiva liberal, me permito decir que en tanto que un Estado mantenga su carácter confesional, será autoritario y no es un Estado de derecho”, remata.

La pandemia, centro de la preocupación para Rabat, ha eclipsado el décimo aniversario de la Primavera Árabe y el recuerdo de sus reivindicaciones. En vísperas del Ramadán –mes de letargo para la vida política y social- reina en el país un sentimiento de tristeza y preocupación generalizada. La situación económica es grave. Los marroquíes, centrados en cuestiones más perentorias, aguardan tiempos mejores.