Venezuela: así son los pueblos (fantasma) de pescadores libre de coronavirus

  • Los pescadores de Chirimena, un pueblo de la costa norte del país, aseguran haber perdido el 70% de su economía durante la cuarentena

  • El aislamiento y la falta de turismo han agravado la crisis económica y han convertido estos pueblos en zonas fantasma

  • Ante la falta de combustible los pescadores han comenzado a pescar mediante la técnica de la apnea

Chirimena es un pueblo de la costa caribeña de Venezuela perteneciente al Estado Miranda, en el norte del país. Es un pueblo de pescadores de apenas 1.500 habitantes y de playas vírgenes y de colores azul turquesa que hace no tanto tiempo hacían las delicias de los turistas capitalinos. Caracas no está lejos, a poco más de dos horas en coche por unas carreteras anchas, de cemento viejo, con baches y huecos en el asfalto que deberían arreglarse, pero que no son prioridad en la Venezuela de la crisis y de la debacle.

Conducir hasta Chirimena hoy es hacerlo a través de un paisaje montañoso y verde en extremo silencio por la cuarentena eterna que se prolonga en el país. Apenas hay vehículos en la ruta. La falta de gasolina y los controles constantes de policías y militares mal pagados que buscan beneficiarse pidiendo coimas (dinero) a los conductores despistados sin salvoconducto ni permiso para estar allí, desincentivan a cualquiera que piense en pasar un fin de semana como los de antes.

Sin casos y donde nadie usa mascarilla

Chirimena y otros pueblos de pescadores de la zona, que tradicionalmente han vivido del turismo y de vender el pescado fresco a esos turistas, se han convertido en pueblos fantasma desde que comenzó la pandemia del coronavirus, y son resilientes ajenos a unos y otros, a autoridades y políticos de cualquier color que les ignoran por inercia.

Tanto es el aislamiento por la fuerza y la desidia ajena, que Chirimena es un pueblo libre de COVID-19. Los casos son cero y absolutamente nadie lleva mascarilla dentro de la urbe, aunque su uso es obligatorio en Venezuela. Pero este pueblo se ha detenido en el tiempo y los propios pobladores se cuidan in extremis de que la enfermedad no penetre en sus casas de ladrillos de colores que miran al mar y a la brisa constante.

Hace dos meses, el gobierno del Estado, chavista, quiso traer al pueblo a un grupo de enfermos de coronavirus ante la falta de espacio en los hospitales de Caracas y de otros municipios de la zona. Los vecinos se plantaron y dijeron que allí no llevarían el virus, que dónde los iban a meter, si en el pueblo no hay hospital, ni centro de salud ni nada que se le parezca.

Tampoco hay médicos ni personal especializado que pueda atender las necesidades de las personas infectadas. Así que las familias de Chirimena se organizaron día y noche en la entrada del pueblo para que allí no pasara nadie. Y así fue. Fueron varios días de guardias intensas para defender su estado de salud cero. Al final, el gobierno desistió y ellos continúan con el buen dato, pero también con la falta de todo.

Los pescadores apenas se alejan de la costa

"Lo peor es la falta de gasolina", dice Joel, pescador, 50 años, toda su vida dedicándose al mar. Hasta hace unos meses tenía un Centro de Información Turístico al que le puso su nombre y hacía viajes en lancha con los turistas por las playas de la zona, lugares paradisiacos y prácticamente inaccesibles a no ser por personajes como Joel, capitanes autóctonos y conocedores de las rutas y las mañas para llegar a los cayos de arena blanca, desconocidos para los de fuera y principal atractivo para volver y recomendar el pueblo. Todavía había flujo turístico a pesar de la crisis económica pero el maldito virus lo mató todo; y como Joel otros 119 pescadores que forman la Asociación de Pescadores de Chirimena y de la que dependen decenas de familias.

Hace meses que Joel no sale en lancha a llevar turistas a ninguna parte y debido a la falta de combustible ha cambiado la pesca tradicional de palangre en alta mar por otro tipo de pesca más rudimentaria. Encender los motores ya no es tarea fácil y hay que elegir muy bien el momento imprescindible para usarlos porque solo hay una gasolinera cerca de Chirimena. Está en otro pueblo más grande que se llama Higuerote, a unos 20 minutos en coche (más gasolina), y los camiones de PDVSA (Petróleos de Venezuela, la empresa estatal) llegan sin fecha fija y sin avisar para cargar los tanques secos de la estación de servicio solitaria. A veces pasan días sin aparecer mientras la cola de vehículos esperando aumenta pacientemente.

Esperar durante horas y días en colas para todo es parte de la rutina de los venezolanos en época de crisis. La falta de combustible ha provocado que prolifere un mercado ilegal donde quien consigue gasolina la vende de contrabando a precios desorbitados. Los pescadores, desesperados, terminan comprándola en ocasiones por hasta tres o cuatro veces su precio original, lo que encarece a su vez el precio del escaso pescado que consiguen vender a los espontáneos.

“Ahora hacemos pesca con carrete en la orilla o muy cerca, apenas nos alejamos una milla de la costa”, explica Joel. Otra modalidad que ha proliferado entre los pescadores ante la falta de combustible es la pesca a pulmón que otrora practicaban unos pocos valientes especializados y ahora es obligatoria para casi todos por pura necesidad.

“Salimos por la mañana muy temprano, a las 4 ya estamos camino a la playa; y vamos sin comer porque no puedes llevar el estómago lleno para bucear a esas horas”. Practican apnea, cada uno lo que aguante y pueda, y pescan lo que haya: pulpos, coro coro, cojinúa o pargo”.

Después no lo venden como antes porque ya no hay mercado fresco o lonja para los turistas. Así que, con un poco de suerte, venden algo de la mercancía del día a un restaurante de la playa que casualmente tiene un encargo puntual para hacer almuerzo o cena, y el resto se lo comen o lo cambian a comerciantes y agricultores por otros productos y alimentos necesarios. El trueque es su manera de sobrevivir y no depender de dinero físico y forasteros que lleguen al pueblo “a gastar real”.

“Tenemos la suerte de vivir junto a esa perla”, dice Joel señalando desde su casa el mar infinito que está tranquilo mientras habla, como esperando la actividad de otros tiempos para ponerse a punto. Y precisamente por esa perla que señala, hambre no pasan en el pueblo, y hasta se sienten afortunados a pesar de todo en comparación a la situación que están sufriendo otros venezolanos que no tienen la opción de salir a pescar.

"Como los balseros de Cuba"

Ellos tienen, al menos, un pescado fresco y frito para el desayuno, el almuerzo y la cena. Pelao (solo), o no, llena el buche hasta el día siguiente. Y así vuelta a empezar en esta ruleta del tiempo sin cambios que es Venezuela en crisis y confinamiento.

Joel ha salido a pescar ese día con su sobrino adolescente en una balsa de caucho color naranja partida por la mitad. Se la encontraron hace unas semanas en la orilla, llegó sola seguramente arrastrada por la corriente, y parece un bote salvavidas de algún barco grande de pasajeros. En cualquier caso, su hallazgo les ha venido muy bien y ahora la usan casi todos los días.

Otros pescadores han improvisado embarcaciones similares con materiales flotantes como neumáticos de vehículos y los utilizan para salir al mar sin necesidad de motor ni gasolina, ayudándose solo de unos remos o de sus propias manos para moverse en el agua. Dicen que son “como los balseros de Cuba” que se lanzaban sin nada más allá que sus ganas de salir de la isla y de la pobreza hacia las costas de la Florida en EEUU. Y eso lo dicen entre risas, con un sentido del humor que sorprende por leerse entre líneas un desamparo y un sufrimiento poco apto para todos los públicos.

Las lanchas a motor, paradas ahora casi todo el tiempo con el amarre en la costa, las sacan de manera muy puntual y cuando lo hacen los pescadores desaparecen dos y tres días de Chirimena, “para ahorrar combustible”. Se van y sus familias no saben nada de ellos en todo ese tiempo porque no hay cobertura telefónica de ningún tipo en alta mar.

“Antes”, explica Joel, “salíamos y volvíamos en el mismo día. Ahora no. Nos vamos y volvemos después de unos cuantos días. Dormimos en la lancha y lo que haga falta para aprovechar el viaje. Es muy duro”. Las lanchas de madera son espacios rudimentarios sin nada más que unas cuantas tablas lijadas para lo indispensable. No hay techo ni lona, por ejemplo, que les proteja de las horas de sol caribe a quemarropa.

Joel y el resto de pescadores calculan que la economía del pueblo ha caído más de un 70% desde que comenzó la pandemia. Antes, ya venía mal, pero el coronavirus ha sido el remate de la decadencia.

En la playa de Corralito, una de las más bonitas de Chirimena, cae la tarde con las tumbonas de playa destinadas a las jornadas de turisteo ahora ausentes, vacías y solitarias. Detrás de ellas hay unos chiringuitos abandonados que ahora frecuentan unos perros callejeros buscando compañía y alimento mientras el polvo de la brisa no perdona. Hay una paz incuestionable que atrapa como en una burbuja de espacio tiempo donde la lista de pros y contras de permanecer en su interior antinatura resulta difícil de dilucidar.

Chirimena es como Fuenteovejuna por necesidad. Es “la unión del pueblo contra la opresión y el atropello” de no tener por la culpa ajena de una mala administración soberbia; y de no ser más para lo que nacieron. Y mientras tanto, los pescadores saludan el fin de la tarde jugando al dominó por aburrimiento. El dominó de horas eternas es deporte nacional en Venezuela.