Así es por dentro el Humboldt, el misterioso hotel de lujo que Nicolás Maduro quiere convertir en el primer "siete estrellas de Venezuela"

  • El hotel lo construyó en 1956 el dictador Marcos Pérez Jiménez como símbolo del progreso de la Venezuela petrolera del momento

  • Está aislado y ubicado en la cima de una montaña a 2.200 metros de altitud

  • Lleva cerrado al público más de cincuenta años y está vinculado con empresarios afines al gobierno chavista

El Hotel Humboldt es un símbolo de una Venezuela que ya no existe. Un anhelo de una década donde el país ostentaba poderío, desarrollo urbano y riqueza petrolera. Era otro país. El hotel de lujo lo inauguró el dictador Marcos Pérez Jiménez en 1956, un militar que duró seis años en el poder (1952-58), que murió huido en Alcobendas, España; y cuya obsesión era construir piezas arquitectónicas únicas, de aspiración majestuosa, que pareciesen imposibles sobre el plano y sobre la tierra.

El Humboldt fue su niño mimado. El caudillo marcó en el calendario 200 días para construirlo y lo culminó en 199. Se lo encargó a un joven y prometedor arquitecto de la época, venezolano estudiado en Harvard que se llamaba Tomás Sanabria. Tenía menos de 30 años y se encargó de la arquitectura del monstruo y del diseño de interiores.

Desde su inauguración en el mes de diciembre de ese año (1956), los 60 metros de altura de esta torre ubicada en la cima de la montaña Waraira Repano (más conocida comúnmente como Ávila), en una orografía de sierra imponente que rodea Caracas, a 2.200 metros de altitud; el hotel de lujo, que se ve imponente desde casi cualquier punto de la capital, ha sufrido los avatares de la historia pasando de manos públicas a privadas y viceversa; y tratando de sobrevivir en una ubicación donde todo se hace más difícil.

"Traer alimentos, línea de teléfono, internet, agua, trabajadores; desplazar cualquier cosa hasta aquí cuesta mucho dinero y mucho esfuerzo. Y una vez que entras ya no hay escapatoria. No puedes salir a comprar una bombilla porque de repente otra se fundió", explica a este diario Carlos José Salas, gerente actual del hotel.

Resulta paradójico para muchos como hasta este enclave con todas estas dificultades llega la luz, el agua y hasta internet de fibra óptica, cuando los servicios en Venezuela son extremadamente deficitarios, la pobreza en el país caribeño supera el 80% y el 75% de los hospitales públicos reporta no contar con agua corriente a diario.

La única manera de llegar hasta allí arriba es a través del teleférico, que inauguró el propio Pérez Jiménez un año antes de la apertura del cinco estrellas. Desde el principio, el hotel fue concebido desde un punto de vista de estrategia militar. El teleférico permitía movilizar hasta a 800 soldados en una hora para hospedarse en el hotel fortaleza si fuese necesario para defenderse de cualquier atacante. Y desde su cumbre se vigilan dos paisajes completamente diferentes: de un lado, la gran ciudad, Caracas; del otro, las playas del Estado La Guaira, el litoral más cercano a la capital.

Desde que se puso la primera piedra del Humboldt y hasta ahora, a pesar de los claroscuros que ha sufrido su historia, el hotel que Nicolás Maduro ha dicho querer convertir en "el primer siete estrellas de Venezuela", ha sido siempre un icono para los venezolanos. Los de clase alta, adinerados de la época y de décadas posteriores, lo disfrutaron hasta exprimir sus virtudes. Los pobres o los no tan ricos siempre lo miraron desde abajo, veían sus luces de colores por la noche y soñaban con subir hasta la terraza de su última planta algún día. El hueco negro de la brecha de clase continúa. Las dos venezuelas cada vez más evidentes y rotas y un halo de misterio que lo ha acompañado siempre y hasta ahora.

"Cualquiera puede venir, pero esto no es masivo. Puede venir el que pueda pagar un hotel cinco estrellas en cualquier parte del mundo. Mantener este edificio cuesta mucho dinero", explica Salas, que no quiere decir la cifra "porque puede generar controversia" que desde noviembre de 2019 ha invertido en la restauración del hotel Humboldt la Operadora Turística Humboldt 1956, el conglomerado de empresarios privados venezolanos del que forma parte y que consiguió la concesión del gobierno de Maduro para hacerse con las riendas de la reapertura del hotel, cerrado al público desde hace más de cincuenta años. Un año antes de ellos lo intentó la famosa cadena hotelera Marriots, pero desistió cuando solo llevaba pocos meses al mando, por considerar la recuperación del hotel un proyecto inviable y demasiado caro.

El director general de la Operadora 1956 (mismo año de inauguración del Humboldt, se trata de una empresa "creada" para tal puesto de trabajo) es el venezolano español Luis Semprun Van Grieken, un empresario que tiene a su familia en España y que se declara apolítico. Fue CEO del grupo RGB, una empresa de producción audiovisual argentina, y Gerente General de la aerolínea LATAM en Venezuela. En internet, en estos momentos, hay ocho puestos de trabajo que su empresa ofrece para trabajar en la cima de la montaña, en turnos de siete días a tiempo completo y libranza de otros siete. Algunos de los empleos libres son el de ama de llaves o el de botones.

El hotel quiere ser tras su reapertura, que, según el gerente actual, podría ser en cuanto las normas por la pandemia del coronavirus lo permitan, más de lujo y exclusivo que nunca. En estos momentos, 80 trabajadores se esfuerzan por poner los últimos detalles apunto, pero el general de las instalaciones está terminado y el aspecto interior es una réplica exacta de cómo estaba el hotel el día de su inauguración con muebles que recrean los diseños de la época e incluso con varias piezas originales restauradas.

Hay 70 habitaciones, todas dobles y comunicadas entre sí. Dos suites presidenciales y el resto son suites junior, con una capacidad para 140 personas máximo. Una de las habitaciones funcionará como museo y "recrea cómo sería un cuarto de la época, cuando los inquilinos bajaron a desayunar y dejaron sus pertenencias a la vista, por ejemplo", explica Carlos Salas. En esta suite museo las sábanas son originales de los años 50, y también lo son el teléfono de manivela para comunicarse con la recepción, una cámara fotográfica sobre la mesa principal y un par de maletas de piel de la época.

La actual directiva no ha establecido todavía el precio para pernoctar en el nuevo hotel Humboldt, pero sí saben que establecerán una cantidad un 30% superior a lo que cueste una habitación en cualquier hotel de lujo de Caracas. "Esto es otro nivel, es una experiencia de altura y yo vendo glamour y experiencias neurosensoriales para crear historia", sostiene el gerente. Todo se paga.

Durante más de cinco décadas, desde que la cadena Sheraton lo abandonase en 1964, ni un solo huésped ha dormido bajo el techo del hotel, al menos de manera oficial, o siguiendo el modo común de pernoctar en un edificio de estas características, haciendo una reserva a la oferta.

Durante todo este tiempo, el Humboldt fluctuó como edificio museo, escuela de turismo o lugar para celebrar eventos públicos o privados puntuales, degradándose poco a poco, sufriendo las inclemencias del clima de altura y sin que nadie se ocupase de su mantenimiento e inversión. Fue entonces cuando apareció el Gobierno de Hugo Chávez y se hizo cargo de un edificio que para aquel momento y a pesar de su historia de grandeza, suponía un problema por los requerimientos de restauración que necesitaba. Era el año 2007 y Chávez le quitó la licencia a la Inversora Turística de Caracas (ITC), una privada que tenía la concesión desde 1998 porque la compañía "había incumplido con las cláusulas del contrato". Desde entonces y hasta la llegada fallida al Marriots casi una década después, el Humboldt pasó a manos estatales y del chavismo dependería su remodelación, en concreto de los sucesivos ministros de turismo que desfilaran por esa cartera durante ese periodo de tiempo y de la empresa estatal Venezolana de Empresas Turísticas (Venetur).

Ellos fueron los que manejaron los más de 108 millones de bolívares (más de 1.200 millones de dólares aproximadamente) que desde 2007 y hasta 2013 la Asamblea Nacional de mayoría chavista aprobó para la reconstrucción del Humboldt. Los datos los recoge un trabajo de investigación de la periodista venezolana Indira Rojas para el portal web Contrapunto. En su artículo cita como fuentes a ingenieros y obreros que participaron en la presunta remodelación que nunca se culminó porque "no se sabe a donde fueron a parar esos recursos".

Desde 2013, ya con Nicolás Maduro al mando, se prometió la reinauguración del hotel en varias ocasiones, algo que nunca pasó. Y mientras tanto, las dudas sobre quién poseía la licitación de las obras públicas salpicaba el expediente de corrupción del Gobierno. Cinco compañías, según la misma investigación publicada en Contrapunto, trabajaron entre el periodo 2013-2017 en la restauración del hotel, todas ellas concesiones del gobierno de Maduro, y dos suspendidas del Registro Nacional de Contratistas (RNC) por negarse a actualizar los datos sobre sus miembros. Las empresas ilegales que estaban trabajando en el proyecto del Humboldt recibiendo el dinero público para su remodelación eran la Constructora de Guerra y la Constructora Gargil CA, ambas pertenecientes a empresarios vinculados con el chavismo, lo que comúnmente en Venezuela se conoce despectivamente como los "boliburgueses" (juego de palabras entre "boli", de bolivariano; y burgués, para hacer alusión a su realidad de empresario acomodado afín al gobierno) o "enchufados".

¿Qué está pasando ahora dentro del hotel Humboldt y quién lo visita?

El Humboldt es uno de los edificios, iconos o mitos que más morbo suscita entre los venezolanos, especialmente entre los caraqueños por su cercanía con la mole. Nadie sabe a ciencia cierta qué hay dentro, quién lo visita y quién lo controla. Carlos Salas dice que el hotel está aprovechando la semana de flexibilización de la cuarentena que acaba de otorgar el presidente Maduro para comenzar a hacer visitas guiadas por el Humboldt a grupos reducidos de personas. Por 60 dólares pueden disfrutar de un atardecer con vistas en la terraza del último piso donde si las nubes lo permiten la panorámica es casi 360. El hotel ofrece también un piscolabis de gastronomía típica criolla gourmetizada y "bebidas de alta gama". Dice Salas que el precio es más que competitivo, pero la realidad es que más del 90% de los venezolanos jamás podría permitírselo. El salario mínimo mensual en el país caribeño está en mínimos históricos, por debajo de los 2 dólares.

Según el gerente, Nicolás Maduro no ha pisado el hotel desde que la Operadora 1956 se hizo con el mando, aunque explica a este diario que el fin de semana pasado estaba prevista una visita presidencial que al final no se dio "por motivos de seguridad". La logística de trasladar al presidente chavista hasta la cima de la montaña, subirlo en teleférico y organizar una comida especial anti posible envenenamiento (Maduro nunca come de la carta oficial prevista, siempre acude a cualquier evento o visita con sus propios chefs que se aseguran de que su menú no esté contaminado para asesinarle), se les escapó de las manos a nivel de organización y exigencias del Palacio de Miraflores, tremendamente estrictos cuando se trata de salvaguardar la seguridad del mandatario.

Salas también niega, respondiendo así a rumores crecientes durante las últimas semanas, que la misión diplomática enviada por Josep Borrell, Alto representante de la UE para Asuntos Exteriores, a Venezuela el pasado mes de septiembre para negociar con el gobierno y la oposición un posible aplazamiento de los comicios de diciembre, subiese hasta este enclave geográfico para mantener cualquier tipo de reunión secreta.

Y sobre si la noche del pasado 14 de octubre, tal y como denunciasen cientos de usuarios a través de las redes sociales, se celebró una "coronaparty" en el Humboldt tras ver las luces de colores del edificio encendidas a todo pulmón con destellos muy discotequeros; el gerente lo niega categóricamente y se justifica señalando que "estaban haciendo pruebas de los juegos de luces que iluminan la torre. Los caraqueños inventan cualquier cosa".

Esas mismas luces de colores, sin embargo, se proyectaron en la última gran fiesta reconocida que tuvo lugar en el hotel el pasado 19 de diciembre. En aquel momento, las redes sociales explotaron con fotografías y vídeos de los asistentes VIP. Una de las más destacadas fue Nadia Chambra, la hija del empresario venezolano Antonio Chambra, dueño y fundador de Traki, una cadena de grandes almacenes venezolanos (sería el equivalente a El Corte Inglés en España), y que también se le atribuye al actual Ministro de Petróleo, Tareck El Aissami, acusado de narcotráfico por el Gobierno de Estados Unidos y uno de los hombres más fuertes del Gobierno. Nadia posteó fotos en su IG junto a su novio George Antar, un empresario venezolano conocido por ser el presidente de la Liga Venezolana de Fútbol.

Este año, en la pre-pandemia y para celebrar la cena de San Valentín, el propio Salas reconoce que hicieron una fiesta muy exclusiva a la que asistieron más de 800 personas donde hubo actuaciones estelares como la de la banda Guaco, una de las bandas de música tradicional y popular de Venezuela más famosas y demandadas; y que el mismo día en el que Nicolás Maduro estaba anunciando que confinaba al país (era el 15 de marzo), el hotel estaba celebrando un matrimonio privado que el gerente prefiere mantener en el anonimato. Tampoco quiere desvelar cuánto cuesta celebrar una boda de estas características en el hotel de lujo.

Lo que sí que parece cierto es que después de más de cinco décadas sin público, degradándose poco a poco y alejado de los ojos de autóctonos y forasteros, el hotel Humboldt está renaciendo de las cenizas del abandono, y podría abrir sus puertas de manera oficial muy pronto. El edificio es una alegoría esperpéntica de las diferencias de clase que se han acrecentado en Venezuela durante los últimos años de crisis económica. Ver su lujo de Estado duele a muchos que, aunque lo sienten un poco suyo porque la historia no tiene propietario o al menos se plantea su disputa, el derecho de admisión evidente les hace sentirse todavía más pobres y miserables, impotentes de no tener nada salvo hambre mientras esa otra realidad de luces de colores se restriega en su cara sin piedad.