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Lotería tradicional vs. apuestas en vivo: pros, contras y cómo se comporta tu cerebro en ambas modalidades

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Apuestas. Pixabay
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Comprar un décimo de lotería para el sorteo del sábado o apostar en directo a que el próximo córner acabará en gol no tienen nada que ver... o sí. Ambas prácticas se enmarcan en la categoría de juegos de azar, pero sus ritmos, estímulos y efectos sobre nuestro cerebro son tan diferentes como una partida de ajedrez y un tiovivo desbocado. La neurociencia ya ha demostrado que el modo en que apostamos modifica por completo nuestra respuesta emocional, nuestro grado de autocontrol… y también nuestro riesgo de caer en comportamientos compulsivos.

Un sorteo, un disparo de dopamina

La lotería tradicional, como la Primitiva, la Bonoloto o los grandes sorteos estatales, activa circuitos cerebrales asociados a la expectativa de recompensa. Uno compra un boleto, imagina cómo cambiaría su vida si gana y, durante días, alimenta esa posibilidad hasta que llega el sorteo. Es un ciclo largo, con tiempo para la ilusión y para el pensamiento racional. El resultado es binario: o aciertas o no, y se repite solo cada varios días.

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La clave está en la frecuencia y la intensidad del estímulo. El “subidón” de dopamina llega al comprar el boleto y luego, quizá, al ver los resultados. Pero no hay refuerzos constantes ni posibilidad de seguir apostando en bucle inmediato. Esto hace que el riesgo de adicción sea menor, aunque no inexistente. Uno de los sesgos más frecuentes en este tipo de juegos es la falacia del jugador: creer que, tras muchas pérdidas, “ya toca ganar”, cuando en realidad la probabilidad sigue siendo la misma.

Apuestas en vivo: el cerebro sin freno

En el polo opuesto están las apuestas en directo, donde se puede apostar una y otra vez en cuestión de segundos: quién marcará el próximo gol, quién recibirá la siguiente tarjeta, si el próximo servicio será punto o doble falta. Esta dinámica de juego rápido, altamente reactiva y personalizada activa de forma muy distinta el sistema de recompensa cerebral.

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El problema es que no solo se activa más dopamina, sino que el cerebro aprende a anticipar esa recompensa con cada jugada. Cada “casi acierto”, aunque sea una pérdida, refuerza la conducta. Es lo que se conoce como el efecto near miss: quedarse muy cerca de ganar hace que el cerebro lo interprete casi como una victoria, animando a seguir. A esto se suma la exposición constante a estímulos visuales, notificaciones, luces, cuotas cambiantes, que actúan como disparadores automáticos.

Un estudio muestra que los apostadores deportivos compulsivos presentan niveles más altos de impulsividad, búsqueda de sensaciones y angustia psicológica. En casos de adicción se ha detectado una disminución en la actividad de la corteza prefrontal, la región del cerebro encargada del control y la planificación, mientras se hiperactiva el circuito de recompensa. En otras palabras: el cerebro deja de pensar con lógica y empieza a reaccionar con impulso.

¿Qué modalidad es más segura?

No hay una respuesta absoluta, pero sí un patrón claro. Las loterías tradicionales, por su formato espaciado y su menor refuerzo inmediato, presentan un riesgo menor de desarrollar comportamientos problemáticos. Las apuestas en vivo, por su naturaleza intensiva y constante, están asociadas a una mayor vulnerabilidad neurológica, sobre todo en personas jóvenes o impulsivas.

Entender cómo reacciona nuestro cerebro en cada modalidad es clave para jugar con responsabilidad. Porque no se trata solo de lo que apostamos, sino de lo que pasa en nuestra cabeza mientras lo hacemos.