Bárbara usó durante tres años parches de fentanilo: "La sanidad pública me convirtió en una yonqui"

  • El fentanilo es una droga devastadora que en EE.UU está provocando más de 100.000 muertes al año por sobredosis

  • Su consumo en España ha crecido mucho por la expansión de su uso médico

  • "No solo eres adicto al fentanilo si lo has comprado en el mercado negro, lo eres en el momento en que te rebajan la dosis y empiezas a a desvariar, aunque te lo haya recetado el médico"

Cuando Bárbara Manzanero (Ávila, 1983) escucha la palabra fentanilo se le "revuelven las tripas". "Se me pone la piel de gallina y me empieza el miedo. Es algo incontrolable". Aunque ya han pasado 13 meses desde que logró desengancharse, le da pavor solo oír nombrar este opiáceo que le recetaron los médicos para calmar sus dolores, pero que le ha acabado destrozando la vida. "Física y psicológicamente", confiesa a NIUS.

El fentanilo es una droga devastadora que en EE.UU está provocando más de 100.000 muertes al año por sobredosis. En España solo se puede adquirir bajo receta médica y está sometida a un control férreo. Eso hace muy difícil que pueda saltar del uso médico al consumo ilegal y recreativo, como ha sucedido en Norteamérica, pero no impide que quienes lo toman bajo prescripción médica puedan convertirse también en adictos. Esa es la historia de Bárbara, en la que un cúmulo de circunstancias se aliaron para convertirla en drogadicta sin que ella se enterara.

Pregunta. Sabes que en España el fentanilo solo está indicado para aliviar dolores muy fuertes cuando no funciona otro analgésico. ¿A ti cuándo y por qué te lo recetaron?

Respuesta. Fue en abril de 2019. Desde finales de 2018 había tenido más de quince ingresos en el hospital a causa de la enfermedad de Chron, que padezco. Había partes de mi intestino que estaban dejando de funcionar, eso me había provocado muchas obstrucciones, acompañadas de episodios de vómitos y un dolor muy agudo, insoportable, en el abdomen.

La única solución era operarme, quitarme esas partes y ponerme una bolsa, pero estaba muy delgada, pesaba 45kg y entrañaba demasiado riesgo. Me dieron cinco meses para engordar 15 Kg. Fue entonces cuando me recetaron los parches de fentanilo para sobrellevar el dolor hasta la intervención.

P. ¿Te informaron en algún momento de los efectos secundarios de ese medicamento, de que podía provocar adicción?

R. Nunca. Fíjate que yo en un principio pensaba que era un parche de morfina, que fentanilo era el nombre comercial de esos parches. Pero no, era otra cosa. La única pauta que me dieron es que tenía que cambiarme el parche cada tres días exactos. No me hablaron jamás de los problemas de adicción que podía crear. Si lo hubieran hecho yo de entrada lo hubiera rechazado. Hubiera preferido estar aguantando el dolor a lo que he tenido que sufrir.

P. ¿Cuándo fuiste consciente de lo que estaba ocurriendo?

R. Tardé mucho, porque al principio todo fue bien. Conseguí engordar, no tenía dolores y me operaron. Cuando aún estaba recuperándome llegó el covid, la hecatombe. Imagínate, servicios médicos saturados, urgencias llenas, nadie se ponía en contacto conmigo desde el Hospital Txagorrituxu de Vitoria, donde me los habían mandado. Y yo seguía con la misma dosis de fentanilo, 100 microgramos/hora, que entonces no lo sabía, pero es una barbaridad.

En abril de 2020, cuando ya llevaba un año con los parches, llamé a su Unidad del Dolor porque quería dejarlos. Tuve un momento de lucidez, porque esto te anula completamente como persona, pierdes el control de tu cuerpo, de tu mente, pero conseguí contactar con el centro. Les pedí que me los quitaran porque yo no tenía dolores, y si los tenía, no los sentía. Les dije que prefería sentirlos que vivir en ese estado en el que estaba. La sorpresa fue que contestaron que no tenían mi historial, que no constaba en ningún sitio que yo estaba utilizando parches de fentanilo.

P. Parece una película de terror. Lo que cuentas es grave, porque tu estado ya era límite.

R. Yo era una cosa. No era una persona, era un objeto más de la casa, algo inerte puesto en el sofá, como un cojín. De vez en cuando me movía, de vez en cuando hablaba o chillaba. Es que casi no me acuerdo, tengo unas lagunas de esa época grandísimas. No tenía nunca ganas de hacer nada. Ni si quiera de jugar con mi hijo, que tenía cuatro años. Eso no me lo perdono, ni se lo perdono a nadie, lo mucho que mi hijo sufrió de verme así. Casi me cuesta mi matrimonio y mi familia.

Por las noches cuando me metía en la cama me quedaba sentada porque no quería dormirme por las pesadillas terribles que tenía. Unos sueños macabros, oscuros, siniestros, de muerte, de desesperación... Aún cuando me despertaba continuaba asustada, con una ansiedad enorme.

P. ¿Y cómo consigues ponerle fin?

R. Como no recibía respuesta de la Unidad del Dolor, donde me dijeron que iban a mirar si mi expediente se había traspapelado, decidí hablar con mi médico de cabecera y que fuera él quien me fuese bajando la dosis. Empezamos con el proceso en octubre de 2020. Y ahí es cuando comenzó lo más fuerte. Según me disminuía un poquito la dosis a los tres o cuatro días, me tenían que ingresar con unos vómitos tremendos y unos dolores terribles.

Al principio no lo relacioné con el fentanilo. Pensaba que era algo del Chron. Desde octubre hasta abril de 2021 me ingresaron un montón de veces. Hasta que en unos de esos ingresos todo saltó por los aires.

P. ¿Qué sucedió?

R. Que las enfermeras, que no quiero culparlas, se olvidaron de cambiarme el parche a pesar de que yo insistí muchas veces en que lo hicieran, en que había que ser supermetódico, cada tres días exactos, a la misma hora que te lo pusiste, porque media hora más te podía hacer volverte loca totalmente. Y eso pasó. Después de un día y medio sin parche tuve una crisis de ansiedad terrible que no sabía cómo gestionar, estuve casi 7 horas vomitando y luego empezaron las alucinaciones.

P. ¿Qué es lo que veías?

R. Una especie de bolas negras, peludas, con ojos, que venían hacia mí. Me cuentan que me tiraba al suelo, que incluso llegué a pegarme puñetazos a mí misma. Mi hermana estaba conmigo, que es integradora social y trabaja con personas con enfermedades mentales derivadas de las drogas, y ella fue la que se dio cuenta enseguida. Dijo, "lo que tiene mi hermana es un mono gordísimo. Es un síndrome de abstinencia brutal".

Me cambiaron el parche, me pusieron un chutazo de morfina y me quedé tranquila. Cuando pude volver en mí y fui consciente de lo que me pasaba se me cayó el mundo encima. Me habían convertido en una yonqui.

P. ¿Cómo fue la desintoxicación?

R. Infernal, con un intento de suicidio incluido. Desde la Unidad del Dolor me volvieron a preguntar si de verdad quería dejarlo, aún no lo entiendo, pero finalmente me acompañaron hasta el último día en el proceso de desintoxicación. Quisieron darme metadona para contrarrestar el mono, pero lo rechacé. No quería sustituir una droga por otra. Me avisaron de que lo iba a pasar muy mal, pero con fuerza, apoyo y voluntad lo conseguí.

P. ¿Cuánto duró el proceso?

R. Casi otro año, porque tuvieron que ir bajando la dosis muy muy lentamente. Después de cualquier cambio que hacían en la dosis mi cuerpo se rebelaba, pedía lo que le habían quitado. Necesité mucho apoyo psicológico, pero logré quitarme el último parche en agosto de 2022.

P. ¿Te ha quedado alguna secuela?

R. Muchas, psicológicas y también físicas. Me he quedado sin dientes, como cualquier yonqui. Tengo la boca destrozada. Dientes me quedan cinco y muelas dos. Es muy duro que te pase esto con 40 años. No quiero sonreír, no tengo ganas. Me tapo la boca continuamente porque me da mucha vergüenza. He empezado a arreglármela poco a poco, pero es muy caro, así que voy despacio. También tengo lagunas mentales, estoy hablando contigo y de repente me quedo en blanco y soy incapaz de seguir porque no sé de qué te estaba hablando.

P. Cuando ves las imágenes de los adictos al fentanilo en EE.UU, la legión de zombis, les llaman ¿te reconoces en ellos?

R. Sí, totalmente. Igual que ellos van andando por las calles iba yo. La única diferencia es que yo duermo en mi casa y a ellos solo les queda el suelo duro. Pero les miro y pienso que sufren lo mismo que he sufrido yo. Ellos no van a salir, seguramente, porque su consumo es ilegal y no cuentan con un sistema de salud público como el nuestro, que a mí me ha ayudado a desengancharme. Al final tengo más suerte que ellos.

P. Has querido contar tu historia en un hilo en la red social X (antes Twitter) que se ha viralizado ¿Por qué te has decidido?

R. Porque hay mucha desinformación sobre el fentanilo. He llegado a escuchar que es como si te fumaras un porro. Me sentía en la obligación moral de contar mi experiencia. No se puede banalizar con un tema tan serio. La gente tiene que saber que no te vuelves adicto al fentanilo solo si lo consumes en el mercado negro. Es que a mí me hicieron adicta desde una unidad del dolor. Eres adicto desde el momento en que te rebajan la dosis y empiezas a desvariar, aunque te lo haya recetado el médico.

Lo he contado por si alguien que lo está usando se siente identificado y puede decir, yo también soy adicto. A mí me está sucediendo lo mismo. Si ayuda a una sola persona habrá merecido la pena.

P. ¿Te quedan fuerzas para culpar a algo o alguien de lo que te ha sucedido, al covid, a los médicos?

R. Yo creo que el covid hizo evidenciar toda la deficiencia que existe en la sanidad pública. No creo que lo hicieran ni muchísimo menos a propósito. Nadie va a dejar a una paciente con una dosis así de fentanilo queriendo. Pienso que les pudo la situación. Se vieron tan sobrepasados por la pandemia que igual pensaron que había cosas que se podían dejar para un poco más adelante. Y conmigo se equivocaron. A mí me destrozaron la vida.

P. Eres muy generosa y valiente...

R. En los últimos días me lo están diciendo tantas veces que al final voy a creer que es cierto. Pero solo soy una persona que ha hecho lo posible por sobrevivir.

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