Carbonell, el pequeño taller valenciano que elabora a mano los abanicos artesanales para los desfiles de Dior

A mediados del siglo XIX, Arturo Carbonell compró una vieja fábrica para elaborar abanicos artesanales que había sido fundada en 1810. Cinco generaciones después, su tataranieta Paula, está al frente de Abanicos Carbonell. "Lleva en mi familia desde 1860 y yo soy la primera mujer que dirige el negocio", cuenta Paula Carbonell, apasionada del diseño desde niña, y que le tocó dirigir la empresa aunque la idea no le atraía.

En 1939 el taller cambió de emplazamiento y se estableció en la calle Castellón de Valencia, donde mantuvo su esencia hasta ahora, elaborando con mimo, uno a uno, estos abanicos artesanos pintados y montados a mano. Desde ese pequeño local, se han dado a conocer en todo el mundo.

Una fama que no ha dejado de crecer desde que Dior se puso en contacto con ellos para encargarles el diseño de unos abanicos para un desfile de la firma. “Les mostramos las posibilidades que había, aunque ellos tenían unas ideas muy concretas y fuimos modelando el diseño para que fuera un abanico funcional y perfecto”, recuerda Paula.

A partir de ese momento han llegado otras grandes firmas de la moda como Loewe o Hugo Boss, que han incorporado a sus colecciones piezas salidas de estos talleres. "Es una publicidad que se agradece y es un añadido a tu producción artesanal", explica Paula, que asegura que también les ha servido para mejorar la visión de su negocio que "estaba en decandencia".

A ello también ha contribuido el reciente reconocimiento que han recibido a la Mejor Trayectoria de los Premios Maestro Artesano del Círculo Fortuny.

En peligro de extinción

En las entrañas del local, los artesanos trabajan la seda, le dan forma, hacen las varillas exteriores y un sinfín de procesos hasta conseguir estas verdaderas obras de arte que pueden llegar a costar hasta 10.000 euros. "Los abanicos se pueden hacer solo con las manos. El telar de un abanico dudo que se pueda manejar de otra forma que no sea con las manos. Mientras que la pintura puede ser una impresión, pero no tiene nada que ver a cuando se pinta a mano", afirma.

Y es precisamente su esencia artesanal la que pone en peligro esta actividad. "Hay que ser consecuentes. No se puede querer que la artesanía siga y no tener la posibilidad de que las personas interesadas se puedan formar porque no hay escuelas de artesanos", lamenta Paula, que explica que "estos oficios pasan de generación en generación y sino son reconocidos van a desaparecer".