Paul Newman, un pedacito de cielo

ELENA VILLEGAS 27/09/2008 00:00

¿Dónde estarán ahora esos ojos azules, ese cielo que traspasaba la pantalla? Quizá donde les corresponde, en el firmamento, continuando la función que venían desempeñando desde principios de los 50, la de iluminar. Esa es la misión de las estrellas, proporcionar luz y, si se está lo suficientemente cerca, dan calor. Paul Newman alumbraba con sus interpretaciones, con la identificación con personajes muy diversos, con la inmersión en personalidades excepcionales, en definitiva; con la creación de realidades inventadas, con el origen de vidas inexistentes, permitiendo que la magia del cine cambiara, al menos por unas horas, el mundo, ese mundo marcado por la Segunda Gran Guerra primero y por la Guerra Fría, después.

Cuando el espectador se adentraba en esa mirada cristalina, se olvidaba de batallas y destrucción, de enfermedades y problemas. De nuevo, la magia traspasaba la gran pantalla, como lo ha venido haciendo siempre y como lo seguirá haciendo, pero no todos los actores consiguen que el personaje sea real, que verdaderamente exista durante el tiempo que dura la cinta. Por eso, se puede afirmar que Paul Newman es mágico, por convertir un cuento, una invención, en verdad. ¿A quién no le gustaría tener el poder de insuflar vida a aquello que únicamente ocurre en su imaginación?

Hay muchos Geppettos en el mundo del cine y, sin unos, los otros no podrían avivar el sueño, no verían crecer a Pinocho. Sin embargo, Newman no es un actor más, es un maestro. ¿Quién si no un maestro podría agobiar al espectador con el dolor que le desesperaba en 'La gata sobre el tejado de zinc'? ¿Podría un aprendiz conseguir que el público fuera benevolente con un atracador y deseara librarlo del peso de la ley, como en 'Dos hombres y un mismo destino'?

Para un maestro, su trabajo y su mundo se funden y son indispensables el uno para el otro. Eso le ocurrió a Paul; en su trabajó se enamoró -de Joanne Woodward- y en su mundo sufrió tanto por la muerte de su hijo mayor que llevó la historia a la gran pantalla. Su hijo Scott, fruto de su matrimonio con la actriz Jacky White, murió por sobredosis a los 28 años en 1978 y Paul Newman saldó cuentas consigo mismo en 'Harry e hijo' (1984), la quinta película dirigida por él. A Joanne Woodward la conoció durante el rodaje de 'El largo y cálido verano', en 1958, año en el que se divorció de su primera esposa. Tan largo y cálido fue aquel verano que Joanne y Paul han permanecido juntos hasta el último momento.

El último momento no existe en el cine; uno de los poderes más maravillosos de la magia cinematográfica es la inmortalidad. Paul Newman no podrá verse nunca más a sí mismo, pero tampoco pudo ver nunca el auténtico brillo de sus ojos color cielo a causa de su daltonismo. En ocasiones, la belleza es tan resplandeciente que, aunque ilumine a otros, ella permanece ciega. Ahora el esplendor de la mirada de Newman pasa, para siempre, al paraíso de la imaginación, a competir con la transparencia de los ángeles. Muere el hombre; nace la leyenda.