Sorpresas en la Antártida más salvaje: ¿un chino con un mando a distancia?

Hilo Moreno 17/03/2016 09:52

(Atardecer rosado en el campamento Byers.)

Llevaba dos años sin pisar el campamento Byers, en la Isla Livingston, Antártida. He pasado mucho tiempo en este lugar, a veces durante temporadas de más dos meses (no hay duchas y las necesidades se hacen en un bote y te las llevas de vuelta para no contaminar el lugar). Esta vez sólo estaré durante una semana pero la ilusión es la misma que hace ocho años cuando puse el pie aquí por primera vez.

(Aproximación a la península Byers con el buque Sarmiento de Gamboa al fondo.)

El lugar es increíblemente salvaje. Al llegar con las lanchas neumáticas hasta la playa lo primero que te recibe es una gran colonia de elefantes marinos, por lo general un solo macho y su harén, formado por, a veces, decenas de hembras mucho más pequeñas en tamaño. El campamento se encuentra a unos cuatrocientos metros en el interior por lo que hay que transportar todos los víveres y demás provisiones a la espalda. Aquí dormimos en tiendas y comemos y nos refugiamos en unos iglús de fibra establecidos de manera perenne.

El primer día, el de llegada al campamento, teníamos mucho trabajo por hacer. Primero había que levantar las tiendas y luego acondicionar el lugar para dejarlo preparado para vivir en él unos días. Pero nos encontramos una sorpresa: un grupo de investigadores chilenos y chinos habían llegado esa misma mañana. El primer testimonio de su llegada fue un avión no tripulado que nos sobrevoló nada más desembarcar. Los drones están de moda. Llegar a uno de los sitios más retirados y salvajes del planeta para encontrarte a un chino con un mando a distancia dirigiendo un avión teledirigido es difícil de creer, pero es cierto. Parecía un niño con un juguete recién traído por los Reyes Magos mirando al cielo y guiando su avión blanco y rojo con un gran mando. Aterrizó el avioncito frente a nosotros como para demostrarnos su poderío y darnos la bienvenida.

(Recorriendo la austera península con los investigadores el primer día de trabajo.)

Tras montar el campamento volvimos a embarcar en las lanchas neumáticas para que nos aproximasen a un lugar de muestreo. Yo acompañaba a cuatro científicos y los conduje desde ese punto hasta el campamento caminando durante cerca de siete horas. Revisamos varias instalaciones científicas de la zona y recogimos numerosas muestras. Por la noche nos refugiamos cansados en nuestro iglú donde cocinamos y comimos la comida que el cocinero de la base Juan Carlos I nos había preparado. Tras veinte horas de actividad entre viajes, desembarcos y muestreos nos dormimos plácidamente al calor del saco de dormir en nuestras pequeñas tiendas.

(Trabajo de campo con los científicos.)