Miguel, su vida es puro teatro

telecinco.es 13/12/2016 09:04

Andan en la casa luchando contra los virus, enemigos más molestos y correosos que cualquier concursante. Acusar a Meri de que ella se lo ha pegado a los demás es injusto. Alguien se lo pegaría a ella antes. También es cierto que no tiene defensa que restregara los pañuelos de papel que casi cubrían su cama en la almohada de Miguel. Lo peor para una broma es no tener gracia, y eso pasa con ese gesto, mucho más llamativo que importante. No es algo que pueda alejar el maletín de Meri, pero tampoco ayuda. Y, sobre todo, es una marranada importante.

Por cierto, hoy toca daguerrotipo de Miguel. No lo voy a pasar bien. Necesito aplicar un extra de autocensura y contención para no resultar demasiado impertinente. El gran conflicto en este caso es que Miguel tiene todo lo que rechazo en un concursante de Gran Hermano, y al mismo tiempo me parece un concursante extraordinariamente bueno. Miguel ha sido muy necesario, por eso sigo deseando que llegue a la final. Mucho me temo que tiene muchas posibilidades de salir este jueves. Curiosamente, Bea fue la única que no contempló marcharse antes de la final. Sospecho que está segura de ser la dueña del maletín.

Sorteando virus y con sobredosis de mocos ven pasar los días angustiados por no llegar hasta la final. Solo hay plaza para tres afortunados que estarán allí hasta el último día. Llegados a este punto eso es casi lo más importante que tienen en mente, aparte de los 300.000 euros, que no son moco de pavo. Poco pueden hacer a estas alturas para meterse a la audiencia en el bolsillo. El domingo los porcentajes estaban así: 39,9 %, 27,4 %, 20,5 % y 12,2 %. La suerte está echada, aunque vistos los vaivenes de porcentajes en esta edición nunca se sabe.

Los porcentajes son suficientemente estables como para que también dentro de la casa piensen que está todo decidido. Por eso ni siquiera creo que nada de lo que puedan hacer estos días los cuatro que todavía habitan esa casa sea de cara a la galería. ¿De verdad alguien cree que Miguel está cuidando a Meri por quedar bien ante la audiencia? No lo creo. Cualquiera lo haría en su caso. Llevan más de 90 días juntos, con más coincidencias que discrepancias, sin haber acumulado grandes dosis de odio. Y aunque tampoco hayan destacado sus afectos, lo cierto es que a estas alturas tienen una relación más familiar que otra cosa. Cuando se pelean Bea y Meri, reconciliándose cinco minutos después, estoy viendo a dos hermanas que se llaman de todo, pero ante todo sienten aprecio y tras una discusión solo desean volver a darse un abrazo.

Daguerrotipo de Miguel

Miguel el del peluquín, Miguel y su gusto por retorcer parejas, Miguel ganador de su puta vida, Miguel animador sociocultural… Si tuviera que elegir no me quedo con ninguno. Ni siquiera con el Miguel concursante, víctima de su propio guion. Transformó el consejo de “sé tú mismo” en “sé el que quieras ser”. Son cosas diferentes. Miguel había planeado su paso por el programa con bastante precisión, convirtiendo su experiencia en un teatro. Siempre se dice que es imposible fingir durante tres meses. No se trata de eso. Para alguien como Miguel, entrenado en diseñarse a sí mismo como hace el escultor con su obra, no puede resultar complicado meterse en la piel del concursante que él mismo ha planeado.

Mucho más complicado me parece eso que él mismo explica sobre su necesaria adaptación y cambio para convertirse en modelo internacional. Dejando al margen que no hay ni un solo testimonio gráfico ni rastro alguno de que lo haya sido de verdad, su prótesis de pelo sería tan solo un elemento más para ayudarle a cumplir los cánones de belleza que se llevan en la moda de hoy en día. De todas formas, sospecho que cada mentira de Miguel esconde otra dentro. Las mentiras de Miguel son como las matrioskas, esas muñecas rusas que se meten unas dentro de otras.

El lunes le decía Bea que le hubiera gustado tirarle del bisoñé, incluso le pedía que se lo pusiera para poder hacerlo ahora. Miguel contestaba que ya no lo tiene. Imposible olvidar que lo quemó en una olla a la luz de la luna (y de los focos del jardín), en un extraño ritual que culminó estrellando su secador de pelo contra el suelo del cuarto de baño. Tampoco en esto dice la verdad, porque todos sabemos que llevaba dos prótesis, por lo que sigue guardando una entre sus cosas. No me extrañaría nada que sorprendiera con otro golpe de efecto volviendo a cubrir su cabeza de pelo para la gran final, si llegase a ella. Sería una bonita forma de cerrar el círculo. Recordemos que Miguel fue el primero en entrar en la casa. Su impactante vídeo de presentación fue un buen comienzo. El chico del tupé se levantaba el pelo como quien abre una lata de atún, descubriendo que era calvo. Bueno, un calvo rapado.

Su historia del pelo comenzaba antes de entrar en la casa, y ha sido la parte más trabajada de su guion. Parafraseando a Quevedo, diría: érase un concursante a un guion pegado, érase un guion superlativo. Aunque de los versos reales, aquellos tan famosos del Siglo de Oro, cuadra en Miguel aquel que dice: “Érase un narcisismo infinito”. Ahí empezamos a centrar el tiro. Respeto mucho que un concursante haya trazado su concurso y haga todo lo posible por cumplir lo planeado. Me parece una confesión horrenda la de su casting sobre retorcer parejas y plantearse el reto de ligar con chicos heterosexuales. Pero me maravilla que lo terminase haciendo de verdad dentro de la casa, tonteando con Pol y declarándose después.

Miguel ha sido fiel a sí mismo. Por eso le considero víctima de su propio guion. Una esclavitud de la que no ha podido ni querido zafarse. Se habrá considerado dueño de su propia vida, pero yo lo veo esclavo de su propia mentira. El gran error de Miguel no ha sido utilizar la historia de su prótesis con un ritmo excesivamente lento, con lo que consiguió que terminase perdiendo todo el interés. Hasta eso tiene un pase. Lo peor es que desde el minuto uno vimos que se había tenido que rapar la cabeza para pegarse ese apósito de pelo con el que dormía y se duchaba cada día.

Aunque quizá fue peor que intentase convencer a la audiencia de que nadie de su entorno lo sabía, cuando en la casa todos los sospecharon desde la primera semana. Recuerdo a Candelas preguntándole qué era eso que se le veía en la supuesta raíz del pelo. Y sus excusas de una crema para fortalecer el cuero cabelludo, que nadie creyó jamás. Fue descubriendo su cabeza delante de sus compañeros, uno a uno. Comenzó con Clara, y lo primero que le dijo fue: “Ya lo sabía”. A ninguno le pilló por sorpresa.

Solo Adara y Meri se quedaron sin pase privado, porque volvió a intentar el golpe de efecto ante los que quedaban en la casa. Fue justo la semana que estaban todos nominados. Su prótesis entendida como tabla de salvación, último cartucho para evitar la expulsión. Sorprendentemente, todos asistieron con respeto a su performance. Faltó Bárbara, que había abandonado ese mismo día. Y yo solo puedo pensar en que otro gallo hubiera cantado con ella dentro, asistiendo estupefacta a ese giro de guion, tan esperado por otra parte.

Si me dejasen hacer mi “director’s cut” de esta película hubiera acortado los tiempos, poniendo la performance para la que Miguel esperó casi exactamente dos meses en los primeros quince días. Golpe de efecto mágico con el que habría dado carpetazo a esta trama del pelo, por otra parte insustancial, además de medio falsa. Pero como golpe de efecto vale. Ahora bien, a partir de ese momento olvidado el Miguel del tupé, evitando cualquier mención al tema. De ese modo hubiera sido posible creerse a Miguel. Porque, queridos amigos lectores, si me apetece ver teatro voy al María Guerrero. Cuando veo Gran Hermano prefiero que el guion se escriba cada día y sobre la marcha.

La otra gran trama de Miguel fue su intromisión en la pareja formada entre Pol y Adara. En la coctelera, Miguel, el chico al que le gusta retorcer parejas; Pol, víctima propiciatoria dispuesta a seguirle el juego; y Adara, incapaz de contener la ira que le provocan sus celos. La combinación se me antoja explosiva, como así pudimos ver. “Me has hecho sufrir mucho”, le dijo Adara cuando descubrió que se había declarado a Pol. Lo vimos todos, aunque Miguel fue capaz de negarlo. Me sorprende la poca empatía de muchos ante esta historia. Sin ser especialmente intuitivos podemos tener claro que Adara está sintiendo lo que dice: Miguel la hizo sufrir. Y sin ser especialmente celosos podemos considerar lógico y normal que así fuera.

De nuevo Miguel siguiendo su propio guion y convirtiendo su paso por el programa en un teatro. El experimento contaba con la necesaria colaboración de terceras personas en este caso. La suerte de Miguel fue que Pol tontease con él desde el principio, aunque fuera entre bromas y veras. También que formase carpeta con Adara, concursante de gran personalidad y coraje, incapaz de pasarle una. Cuando Miguel se acercó a Adara para intentar poner paz entre los dos se encontró con la primera piedra importante en su camino.

Adara no se lo puso fácil. Sin aparente esfuerzo le arrancó la careta de un plumazo. Detrás de esa máscara de hipocresía y falsedad estaba Miguel, menos frágil y vulnerable de lo que quiso vender, pero tan dañino como habíamos comprobado. Fue incapaz de rebatir los argumentos de Adara, y desde entonces destiló odio en contra de ella. Ni siquiera supo agradecer que se lo pusiera tan fácil para no defraudar la expectativa creada por él mismo en los castings.

Todo lo demás fue accesorio, aunque ayudó a que Miguel construyera ese personaje, evidentemente basado en su propia personalidad y con indudable base en su propia historia. No tengo razón para no creer lo que cuenta de su vida, aunque me cueste. Cada vez que Miguel cuenta algo supuestamente importante, siempre dramático, temo que al hurgar un poco pueda encontrar otra mentira y otra más adentro, como las matrioskas. Si Miguel quería convertir su concurso en un puro teatro debería haberse esforzado en recordar todo lo dicho. No puede ser que hoy diga que desde hace tres años ha vuelto a vivir la Navidad con ilusión y un par de meses después conviertas en un nuevo drama tu odio a la Navidad.

A pesar de todo, insisto en que Miguel ha sido un concursante enorme. Nadie se ha esforzado tanto como él. Insólito que haya dado tanto contenido, en su mayor parte planificado desde antes de entrar en la casa. Pero es que Miguel tiene algo que engancha. Se maneja como nadie en las reuniones sociales. Mejor animador de las fiestas no verá esa casa. Hasta cuando extremó el drama me dejó pasmado. Con su acento de telenovela mexicana, gritando “ya no puedo más” tras verse descubierto por Adara, o contando que lleva pelo postizo porque la sociedad margina a los calvos. Por muy absurdo que fuera lo que dijera, ejerció en mí un poder narcótico. El magnetismo de Miguel es más sugestivo que somnífero, aunque también.

Moleskine del gato

Dice Meri en la radio: “Me acuerdo que cuando entré aquí me dije: ‘Estás pisando un sueño, toma Meri, lo has conseguido’”. Pisando un sueño como concepto.

Y ya no estoy.