Valle de Guadalupe, a la virgen le gusta el vino

Rosa Gamazo 05/10/2016 19:24

Cuando me menciona un compañero mejicano llamado Diego hace un par de meses que hay una zona en Méjico donde están saliendo unos vinos que merecen la pena, mi antena de sumiller aficionada entra en modo búsqueda. Lo mejor de todo es que me pilla a cuatro horas y media conduciendo de mi "hogar dulce hogar" en Los Ángeles. Así que para allá que me voy.

El Valle de Guadalupe se encuentra en Baja California, dentro de la municipalidad de Ensenada, y tiene una población de unos 2.700 habitantes. Fue fundada en 1834 por el misionero dominico Félix Caballero, en nombre de Misión de Nuestra Señora de Guadalupe del Norte. El pobre Félix tuvo que salir por patas tras lo ataques de los indígenas (cosas que pasan cuando uno no llama antes de entrar).

Pues eso, que me cojo el coche y me dirijo hacia la frontera. Al llegar, la verdad es que atravesarla no me supone ningún quebradero de cabeza, todo bastante fácil, la vuelta por otro lado es otro cantar. Os recomiendo tomar la ruta escénica, se va viendo el océano pacífico y es muy agradable. Tras una horita pasada la frontera llego a Casa Mayoral, que es el hotel que he elegido para quedarme durante mi estancia aquí. Son cuatro habitaciones con vistas al valle. Llevan este cuco bed&breakfast una pareja de lo mas encantadora, Adriana y Stefan. Ella mejicana y él alemán. Se conocieron en España tras vivir allí por separado muchos años y salir ambos de otras relaciones con españoles, decidieron que estaban hechos el uno para el otro y se vinieron a llevar el hotel de los padres de ella.

Casa Mayoral está situado en un lugar privilegiado, las habitaciones son sencillas, súper limpias y con muchísima luz. Tienen una terracita estupenda donde te puedes sentar y disfrutar del maravilloso paisaje. Lo más interesante para los que sabéis que me encantan los animales es que tienen gallinitas pululando a su antojo por el terreno que rodea el hotelito. Son la mar de majas y se comen a las tijeretas y varios bichillos por lo que hacen una función de lo más productiva. También tienen tres perros, uno llamado Pepi que es literalmente un bombón y un gato que Stefan trajo de Alemania llamado Pacman y que vive en total armonía con las gallinas y los perros. Esto es un auténtico paraíso.

Tras la emoción de estar en este lugar con esta estupenda energía me dirijo a uno de los restaurantes más sofisticados de la zona. Se llama Corazón de Tierra, se supone que es de lo más "pitiminí". Comienzo mi andadura en coche y para mi sorpresa me cuesta bastante rato encontrarlo. En el Valle de Guadalupe hay dos carreteras principales y el resto son de tierra por lo que conducir un 4x4 no viene mal. La señalización no es demasiado buena y empieza a anochecer. Ay madre come me quede colgada en una carretera de estas, me dan los siete males, y me está entrando un hambre de espanto y no tengo nada en el coche para apaciguarla. En fin, termino por ofrecerle una propina a un lugareño para que me lleve al supuesto cruce que no encuentro ni 'patrás', amablemente se ofrece y llego quince minutos tarde.

El lugar es muy mono, pequeñito, muy original. Es uno de estos restaurantes de alto copete donde no elijes el menú, es degustación con maridaje. Me pregunta el camarero si tengo alguna alergia y le digo que no pero que no como carne. Pero, ¿carne de pollo come?, no tengo más remedio que contenerme la risa. No, no como nada de carne. Le contesto. Parece irse un poco apesadumbrado. Lo mismo el hecho de no comerla le ha fastidiado el maridaje. Nos traen un total de seis platos, así en plan ratilla (así son las degustaciones) y bueno, no está mal pero tampoco me parece que sea para tirar cohetes. Los vinos bastante ricos, menos un tinto que olía a súper glue (aunque bien es cierto que el sabor era bueno). Los postres una decepción, la verdad, insulsos por usar un adjetivo que los describa con total acierto. Cuando llega la cuenta, era de esperar, se me ha venido la comida de golpe al gaznate. ¡Cómorrrr! Esperaba que a pesar de ser menú degustación al ser en Méjico fuera un poco más asequible. Me temo que no. Ale, a pagar y a conducir de vuelta a mi habitación. Espero que las gallinitas se hayan comido todas la tijeretas dispuestas a colarse en mis aposentos.

Me he levantado toda contenta pensando en los vinitos que me voy a meter entre pecho y espalda. La cantidad de viñedos para visitar en muy amplia, pero he elegido tres que amablemente me ha recomendado Stefan.

La Nubes, está situada en lo alto de una montaña con unas vistas espectaculares. María una chica muy ducha en cultura vinícola me explica cada uno de los vinos que voy tomando. Producen un nebbiolo bastante interesante de profundo color ciruela y con toques amaderados y sabor a grosellas que no debes pasar por alto.

Mi segundo viñedo es Vena Cava, súper original. Está construido con barcos viejos de un puerto cercano. Diseñada con la intención de provocar el menor impacto medio ambiental lo cual es un dato a tener en cuenta. La sostenibilidad parece preocuparles. Según ellos el buen vino se realiza en la viña, no en la bodega. Su misión, al menos la de Phil Grey, su dueño, es crear vinos de alta calidad para el mercado emergente. Los varietales más usados son el cabernet sauvignon, garnacha y tempranillo.

Mi última visita la realizo a los viñedos Sol y Barro, probablemente el viñedo más pequeño de todo el valle. Tienen una producción de 1000 botellas al año. La creación de su vino es totalmente artesanal. El dueño de origen suizo pone el mayor empeño en crear un vino de calidad lejos de la industrialización. Garnacha es su uva principal, seguida de cabernet sauvignon y petite sirah. Tras la visita a estos tres viñedos mi corto viaje al Valle de Guadalupe llega a su fin. No tendré más remedio que volver pronto, me quedan infinidad de restaurantes, hoteles y más viñedos. ¡Hasta la próxima!