Todo un día descalzo (1ª Parte)

telecinco.es 29/06/2011 10:02

Hace unos cuantos posts contaba cómo un cámara del equipo de Supervivientes se pasaba el día entero descalzo por la vida. Un detalle que me sirvió para dividir a quienes trabajamos aquí en dos tribus diferenciadas: Los Pies Negros y los Plantas Blancas. Los primeros, animales salvajes de cayo, viajes en barca, y pies sufridos. Los segundos, animales domésticos de monitor, sala de edición y plantas mimadas.

Ese mismo cámara me lanzó el desafío de hacer como él y olvidarme de chanclas y otras constricciones podológicas. Y lo acepté sin pensarlo. Porque como dicen Samantha Villar y Adela Úcar: no es lo mismo contarlo que vivirlo. Así que decidí que durante todo un día iba a entregarme al desenfreno de una vida sin calzado. La algarabía de una jornada sin suelas. El jolgorio de un día entero con las plantas al fresco. Algo que en Madrid no podría hacer nunca a no ser que quisiera alarmar a todo un vagón de metro.

La fecha elegida fue el domingo pasado. Que para el equipo desplazado a Honduras no es fin de semana sino el inicio de la semana laboral. Porque es el domingo cuando editamos el resumen diario que se emitirá el lunes. Amanecí en la cama con el terrible soniquete de alarma que traen de serie nuestros baratísimos teléfonos hondureños marca Bird. Una sintonía que taladra los oídos y provoca fluctuaciones en el ritmo cardíaco e incluso las mareas. Estoy seguro que cada vez que suena mi despertador una bandada de pájaros echa a volar en Madagascar.

Mi primera labor de cada día: asistir a la reunión de contenidos de la mañana, en la que los redactores nos cuentan todo lo ocurrido en Playa Uva hasta el mediodía. La reunión tiene lugar en Dirección – que está en el mismo pasillo por el que vaga el espíritu de la minutadora de los leotardos a rayas– no muy lejos realmente de la puerta de mi casa. Antes de salir hice una última comprobación de mi linaje:

Seguía siendo un Planta Blanca. Al final del día habría renunciado a mi casta para convertirme en un Pie Negro. Miré de soslayo a mis chanclas, abandonadas a su suerte junto al quicio de la puerta. Las vi de repente con su tira de goma más caída de lo habitual, e imaginé su foto impresa en un cartel estampado en una farola de la calle con la frase: “ellas nunca lo harían”. Pero cerré la puerta y allí las dejé. Se quedarían abandonadas recordando momentos mejores en que disfrutábamos juntos de atardeceres en el muelle. Oh, qué tiempos tan felices:

El primer trayecto fue sobre asfalto: el de la calle que comunica las villas Nada del otro mundo. Aunque dos peligros fundamentales me acecharon. Primero, la temperatura del suelo. Quemaba. Como cuando empiezas a correr por la playa de forma disimulada pero acabas haciendo un sprint derramando toda la jarra de sangría que pretendías llevar a la tumbona. Igualito. Y como no quería llegar a la reunión andando sobre dos tiras de bacon, tuve que caminar pegando los pies a la acera, aprovechando el poquito de sombra que el desnivel proyectaba sobre el suelo.

Y fue en dicha sombra donde encontré el segundo peligro. Abundan por nuestro entorno unos bichos alargados llenos de patas que reciben el nombre de escolopendras. Una especie de ciempiés cabreados. De noche los ves por decenas, de un lado a otro, moviendo ese montón de patas en un continuo oleaje de asquerosidad articulada. Pero por el día se enrollan sobre sí mismas y duermen. Como Sonia Monroy al amanecer. Las más listas lo hacen a la sombra, aunque también he visto bichejos de estos dormitando tranquilamente al sol durante horas. Como éste:

Me urge que alguien me explique cómo un ser vivo no vegetal puede aguantar tal exposición al sol. Se da el caso que la sombra por la que yo andaba como un funambulista es la cama favorita de estos artrópodos durante el día. Así que, a cada paso que daba, uno de esos rulitos con patas se despertaba de mal humor y comenzaba a moverse con la intención de hacerme algo malo, seguro. A éstas les pondría yo mi alarma del móvil Bird para que supieran lo que es un mal despertar. Total, que escolopendra que revivía, salto al sol que yo pegaba. Cuando me quemaba otra vez, de vuelta a la sombra. Y otra escolopendra a mover las patitas. Y venga el guionista a quemarse el pie.

Un redactor que pasaba por allí me vio dando estos saltitos y se acercó a mí. Supongo que venía a preguntarme qué demonios estaba haciendo, pero cuando me quedé mirándolo fijamente sin decir nada, me preguntó: “el blog, ¿no?”. Yo asentí y no hicieron falta más explicaciones.

Continuará...

¿Llegó El Superviviente 19 a la reunión de contenidos con los pies intactos? ¿Qué otros peligros salieron a su encuentro? ¿De verdad iba a dejar atrás su herencia Planta Blanca para convertirse en un Pie Negro? Mañana, todas las respuestas, en una nueva entrada de El Superviviente 19.