Las opiniones más personales de doña Sofía

TELECINCO.ES 30/10/2008 20:45

"Sigan al coche de cortesía"

- Sigan al coche de cortesía y, por favor, mantengan su velocidad.

El suboficial del puesto de control, con la mano derecha extendida y prieta junto a la sien se cuadra, saca pecho, da taconazo. Todo a un tiempo y muy marcial. Luego informa a alguien desde su walkie-talkie:

- No va a 'Magnolias', va a 'Cristales'

'Cristales' es la entrada al pabellón donde están las salitas de la reina.

Trece años después. Mediodía de julio. Sol restallante. Los ciervos tan educados y correctos como los guardias reales. Todo igual que entonces. Las hayas, los pinos, las encinas. El camino de asfalto. Todo, hasta mi sensación de estar invadiendo un coto ajeno, improfanable y sin embargo indefenso.

En el trayecto me pregunto si tendré que recorrer otra vez aquellos tortuosos laberintos atreviéndome a tientas, un poco más, otro poco más, hasta dar con la cerradura de su caja de secretos, con la llave de su confianza para que me hable de ella misma. La reina era una mujer reservada, tímida, educada en no decir 'yo'. Le costaba abrirse. Recuerdo aquellas entrevistas como unos largos ejercicios de paciencia y ten con ten. Al final fue estupendo, le robé su historia. Y no me la quedé. Se la di a la gente de la calle.

Ahora me ha dado una cita. "Su Majestad tiene poco tiempo, porque estamos ya al filo de 'cerrar por vacaciones' - me advirtieron-, y es posible que sólo podáis hablar esta vez". Ya estamos como entonces. La incertidumbre de si será la única audiencia o la primera de una serie. Vale. Hemos de hablar de su majestuoso marido, de su alteza el hijazo, de sus altezas la nuera nuerísima y las hijas infantas, de los excelentísimos yernos duques. Y todo con la prosopopeya de "vuestra majestad por aquí, vuestra majestad por allá". Frufrú de sedas. Los protocolos, engorrosos como el miriñaque. Los tratamientos, envarados como el almidón. Pero no pueden pasar sin ellos. Son su empalizada, su armadura frente a los de fuera. Tendré que dar el rodillazo con la izquierda, inclinar la cabeza, besar sin besar su mano derecha. Volverá a hablarme de usted. Y yo a pedirle que me tutee, para ganar inmediatez y acortar distancias desde mi terreno. Desde el suyo jamás será posible.

Todo ese ejercicio de abajamiento y kenosis me fatiga sólo de pensarlo.

La escalera de madera clara, alfombrada. En el primer piso, el hall que reconozco con la escultura de cristal de roca en forma de hélice vertical, regalo del presidente de Estados Unidos Gerald Ford. Una claridad agradable se filtra por la amplia galería de ventanales. Fuera, el césped, la arboleda, el hórreo, la ermita...

Una estancia pequeña, luminosa, en la que domina el blanco. Más propia de un apartamento que de un palacio. Una de las paredes es un ventanal corrido que da al césped y a la arboleda de Zarzuela. En las otras, los paramentos están entelados en color verde manzana muy claro. Las puertas y estanterías de laca blanca. Y blanca también la tapicería de los sofás. Siguen en los anaqueles de cristal las fotografías ya empalidecidas de Elena, Cristina y Felipe en bañador, jugando cerca del agua, cuando ni ellas eran infantas ni el niño príncipe, porque corrían los años en que Juan Carlos y Sofía eran sólo Príncipes de España, a la espera de que Franco se jubilara -"Sofi, no caerá esa breva"- o se muriera. Con sentido del humor, al rememorar aquellos tiempos la reina dice "cuando no éramos nadie".

Los bibelots de antes... La porcelana tailandesa, regalo del rey Bumibol y de la reina Sirikit. El óleo de Sofía, rubiamente andaluza, zarcillos, peinetas, traje de faralaes, cabalgando sobre una yegua castaña entre jinetes ensombrerados y carretas del Rocío. Todo como entonces. Alguien ha dicho que somos tiempo cuajado. También este lugar es tiempo cuajado.

Busco algo nuevo.En una mesa rinconera, una Virgen del Pilar de líneas modernas en cerámica y esmalte dorado. Sobre pedestal de porcelana blanca. La Virgen lleva un airoso manto color cereza. Para mí es nueva aquí. La saludo.

En la mesa baja central, un gran plato de terracota griega con pie alto. No sabría decir si es un kilix o un lekane. El tema ornamental es hípico y olímpico: una cenefa de caballos rojos sobre el fondo marrón oscuro. Y libros de arte apilados como zigurats. Cuatro grandes del dibujo, los cuatro muy distintos y los cuatro de inicial D: Da Vinci, Duchamp, Dalí y Disney. ¿No está Durero? De Da Vinci tiene un libro enorme de un metro o casi de alto y ambicioso contenido: «Leonardo: Todos sus dibujos, pinturas y bocetos». Otro tomo, en cambio, se ciñe a un solo tema: «Los bocetos de la Santa Cena». Si Dan Brown lo hubiese visto... ¡adiós Código y adiós pelotazo!

Un Gran Atlas Mundial, la Carta Municipal de Madrid, un volumen sobre la Generalitat de Catalunya, un par de libros de museos griegos y un catálogo de Esculturas Cicládicas exhibidas en el Museo Reina Sofía. Eso tiene su historia.

Me acuerdo ahora de un suceso de hace años, gobernando José María Aznar. En noviembre de 2000 y durante la Cumbre Iberoamericana, celebrada en Panamá, un periódico del lugar, El Universal publicó una fotografía de los reyes de España, y como texto al pie: "El Rey Juan Carlos con su esposa Doña Ana Botella." A partir de ese craso error del diario panameño, en los mentideros madrileños se apostaban conjeturas sobre si Ana Botella trataba de robar relumbrón público a la reina. Meses después, en mayo de 2001, Ana Botella, como esposa del presidente del Gobierno, protagonizó un acto de política cultural que parecía más propio de la reina: España cedía temporalmente al Museo de Arte Cicládico de Atenas la serie de dibujos que formaban parte de la colección permanente Pablo Picasso: Estudios para el Guernica. No hizo falta un gramo más de pólvora para que las radiotertulias montasen enseguida sus artificios de pirotecnia verbal.

La información que yo tuve entonces fue "la reina desea mantenerse al margen de este asunto". Meridiano. La familia Goulandris, armadores navieros griegos y dueños del Museo Cicládico, eran viejos amigos de la familia real de Grecia. Evangelos Nomikos Goulandris y Pablo de Grecia se conocieron en Sudáfrica durante el exilio en plena la guerra mundial. Nunca cesó la buena relación. Cuando Juan Carlos y Sofía eran novios hicieron algunas travesías entre las islas griegas embarcados en el Vagrant, un yate del hijo de Evangelos, Nikolas P. Goulandris y Dolly su mujer. Y poco después de la boda, en su viaje alrededor del mundo, sus anfitriones en Nueva York fueron Alejandro Goulandris y Marietta, su esposa. Tenían una casa en la Quinta Avenida. Y además de la amistad con Goulandris, Marietta y Sofía eran íntimas desde muy pequeñas.

Por lo demás, en 1999 Goulandris había permitido que se exhibieran en el Museo Reina Sofía algunas piezas de su exquisita colección de la Edad del Bronce de las Islas Cicladas. No salían de Atenas desde hacía más de quince años. En reciprocidad, el Gobierno español facilitó que los Estudios para el Guernica, de Picasso, se expusieran en el Goulandris de Atenas. La intervención de Ana Botella dos años después escenificaba simplemente una cesión ad tempus de esos dibujos.

Llega José Cabrera, el jefe burocrático del entorno de la reina y sus actividades. Era coronel y ya es teniente general. Me distraigo mirando su llamativa corbata rosa. Nunca entiendo cómo aciertan los hombres con el tono de la corbata sin dar nota estridente.

Al poco, un ayudante militar anuncia a media voz "ya está aquí la reina".

He doblado la rodilla izquierda, el ángulo del protocolo, la reina con su apretón de mano me alza. Vigor. Me da un par de besos. Esto es nuevo.

- ¡Estás estupenda y muy rejuvenecida!

Yo remedo a Nelson Mandela en su reciente visita a la reina de Inglaterra: "¡Cada día está más joven, señora!". Y la inmediata respuesta de la reina Isabel: "El día ha amanecido así de luminoso por usted, señor Mandela.»"

Ríe la broma mientras pasamos a su gabinete.

- Mandela, qué interesante personaje.

- Es un anciano nonagenario pero se mantiene enhiesto como un ciprés.

- Ha llevado una vida austera, y eso da su fruto. Lo mejor es que sigue teniendo las luces encendidas aquí- y aquí -con la punta del dedo índice se ha dado unos toquecitos como de morse en la frente y otros dos, morse también, en el pecho.

Viste hoy la reina un traje de falda y chaqueta corta de tejido liviano gris perla y blusa camisera en tonos rosas intensos. Bisutería moderna de diseño y escaso maquillaje. La encuentro muy ágil y expresiva. Sonríe mucho. Y su castellano es más suelto que antes, salpicado de giros castizos y con argot de calle.

- ¡Cuántas cosas, en trece años! Lo he pensado viendo tus preguntas. No da tiempo a pararse a recordar y ver qué ha hecho una. Yo pienso que esto será así hasta el final del final. Hay que seguir, cada día con sus propios asuntos, la agenda llena. Y al día siguiente más. Mirando para adelante siempre. No habrá modo, no ya de hacer 'las memorias', sino de decir siquiera mentalmente "voy a hacer memoria". Y si lees un listado de viajes, te caes muerta: ¡por la cantidad de miles y miles de kilómetros te has metido en el cuerpo!

En 1995 y 1996, cada tarde o cada mañana que subía a La Zarzuela, debía pedirle que no me tratara de usted. Era mi recurso hábil para acortar distancias por mi parte. En cambio, hoy el tuteo le ha salido espontáneo. Y eso que nos hemos visto poco, en la Feria del Libro, en el Premio Cervantes, en algún besamanos, en alguna recepción.

Una ojeada rápida por la sala de recibir. Todo igual, el ventanal en ángulo, los sofás los sillones, todo como estaba. Pero aquí sí hay más fotos de las que había: una fotografía de Felipe Froilán, otra de la reina con su madre, Federica de Grecia ya viuda, sentadas en un bancal de piedra al aire libre. Nueva también, una foto de los reyes durante su viaje oficial a Grecia. Juan Carlos y Sofía, ellos solos con Atenas al fondo.

- Por su gusto -la reina ha seguido mi mirada-, nos hubiésemos quedado allí una semana a callejear, a revivir.

Fue su viaje de Estado a Grecia de Mayo de 1998. Empezó a prepararse desde mucho tiempo antes. La reina quería ir a su tierra, y no de un modo vergonzante, como una turista anónima, y menos aún ni de tapadillo. Existía un contencioso con el Gobierno griego por el patrimonio familiar que les habían confiscado, pero no se pleiteaba desde España, sino desde Londres y en nombre del rey Constantino.

En una reunión eurocomunitaria, Aznar se lo dijo al primer ministro griego, Kostas Simitis.

- Grecia es el único país de la Unión Europea donde Juan Carlos no ha estado todavía como Rey. Me gustaría que fuesen los Reyes, siempre que ese viaje no os crease problemas...

- ¿Problemas? A mí no me crea ningún problema que venga a Grecia el Jefe del Estado español. En absoluto. Otra cosa sería que, al hilo de esa visita, se montase allí una reunión de miembros de la Familia Real y manifestaciones de grupos monárquicos.

Dejó así patente que quería una visita de Estado, una visita de Juan Carlos y Sofía como Reyes de España.

Entre los dos gobiernos organizaron el programa, los actos oficiales, las vistas a los lugares más entrañables y los encuentros de valor más afectivo para la Reina.

Javier Jiménez Ugarte, embajador en Atenas, lo preparó todo con tacto y con sensibilidad.

- ¿Tu sabes lo que es volver a tu casa? Porque el Palacio Real de Atenas era mi casa mientras viví allí, de soltera, y cuando volví ya casada. Volver a tu casa y ver que es la misma pero... todo es distinto. Entrar en el despacho de tu padre y los mismos cuadros, los mismos muebles, el mismo olor al cuero de los sillones, pero... detrás de la mesa está sentado otro. Legítimamente, legalmente, pero otro. Donde siempre vi al rey ahora veo al presidente de la República. Era como para hacer una profunda meditación. Temí que se revolviera algo demasiado fuerte dentro de mí, no queriéndolo yo, y que quizá no fuese capaz de aguantarme. Sentí un malestar muy embarazoso... Me repugnaba estar allí, viviendo aquella extraña escena, tanto que tuve un golpe de náusea física.

-Me dije, Sofía, tienes que dominar esto. Estás educada para afrontar momentos así. Tú eres princesa, tú eres reina. Él no. El presidente Karolos Papoulias es un político y habrá tenido que luchar quién sabe cuánto para llegar a este puesto. Es un señor encantador. Pero no es él sino tú quien ha de darle la vuelta interiormente a esta situación.

Hice un esfuerzo drástico para salir de mí, olvidarme de mí y ponerme bajo su piel. Enseguida se me fue la incomodidad, y pude sonreír y hablar afablemente, como se podía esperar de la Reina de España.

Al salir ya había recuperado el humor, y le dije al Rey:

-Juanito, mira las escalinatas: han cambiado las alfombras. ¿Te acuerdas? Cuando reinaba mi padre, y después con Constantino, eran azules.

- Sí eran azules, pero éstos las han puesto rojas porque son socialistas... El rojo les va más.

- Y todavía faltaba un trago bastante amargo -sigue relatando la reina-: el regreso a Tatoi, la casa que había sido de mi familia durante generaciones. Una casa sencilla, particular, no oficial. Tantos recuerdos, tantos juegos de adolescencia, tantas risas... y tantas tumbas, porque allí están enterrados casi todos mis antepasados directos. Se me cayó el ama a los pies. Estaba viejo, descuidado, desportillado, sucio, invadido por las malezas. Fue un trallazo en todos mis recuerdos. Como si me hubieran acuchillado un sueño. Y allí mismo, en el acto, me desprendí del pasado.

- ¿Un ejercicio de catarsis?

- Llámalo hache. De aquel viaje vine cambiada. Los periódicos titulaban "Sofía vuelve a Grecia", pero yo hubiese titulado "Sofía vuelve a España".

»Cuando los periodistas me preguntaron sobre mis impresiones, les dije "ha sido un viaje de Estado más". Así era. Yo había aislado mis sentimientos personales para hacer esa visita no como una princesa, hija del Rey de Grecia, sino como la mujer del Rey de España. Y con toda mi alma añadí "me siento española al cien por cien". No tuve que mentir.

Aquella fue la primera y única ocasión en que la Reina hizo "balance" de una visita oficial con el Rey. Y dijo exactamente lo que el Gobierno español y el griego querían oír: "ha sido un viaje de Estado más".