Dormir a bajo cero

EVA LUNA 16/12/2009 15:09

Héctor es ecuatoriano. Ha elegido un rincón que le protege del viento. A él y a los siete compatriotas que le acompañan cada noche. "Somos un puño, cuando el puño se une, nada nos pasa", nos explica. No tienen miedo porque no están solos, se protegen entre ellos. Cada noche se acurrucan bajo unas mantas que esconden durante el día "Ya nos las han robado más de una vez". Pablo, uno de los compañeros de Héctor explica: "Yo trabajaba con Fomento, en los túneles de la M30. ¿Y ahora?. Ahora nada...". Todos tienen papeles y títulos, pero no pueden desarrollar su profesión, no encuentran trabajo: "A veces comemos una vez al día. Por la mañana vamos temprano a la iglesia para recoger ropa", nos cuenta Pablo. Llevan años en España y semanas en la calle: "nunca dormí en la calle en mi país. Una habitación aquí cuesta 300 euros al mes, ¿De dónde vamos a sacar 300 euros si no tenemos nada?" se pregunta resignado. Aún así aseguran que cada mañana reanudan la búsqueda de trabajo, que no quieren delinquir, que no han venido a eso a nuestro país.

Nos despedimos del grupo camino de la Plaza Mayor de Madrid. Según nos vamos acercando a los soportales encontramos más bultos: bajo cada uno de ellos, hay una historia. "Estaba trabajando y me fue mal la vida", nos cuenta Julio, un joven que oculta su rostro porque no quiere ser reconocido por familiares y amigos. A pesar de ser un indigente Julio nunca pierde la sonrisa ni el optimismo. Quizá por eso su historia tiene final feliz: acaba de encontrar trabajo después de cuatro meses durmiendo a la intemperie: "En cuanto cobre mi primer sueldo me alquilo una habitación". Su día a día consiste en tratar de sobrevivir: "Esto me lo dan cada noche en Rodilla", explica ante una bolsa de sándwiches y bollos. Además él y sus compañeros de acera reciben la visita de unos jóvenes voluntarios de la ONG Solidarios para el Desarrollo que les traen café y compañía unos tres días en semana. "Antes éramos 27 o 28, ahora somos 5 o 6...". La explicación la dan los 2 grados bajo cero que hace esta noche en la capital. La mayoría de los sin techo acuden a buscar refugio en los albergues, como el de la Casa de Campo.

A pesar de la crisis, explica Darío Pérez, Jefe de Departamento del Samur Social, no se nota el incremento de personas en la calle: "Mucha gente con problemas económicos ahorra el dinero de la comida comiendo en albergues para poder pagarse el alojamiento". Lo cierto es que los albergues están al 98 % de su capacidad. Aunque sólo hay plazas para 1630 personas -y hay más de 2.000 en la calle- no se puede decir que falten albergues porque muchos de los indigentes prefieren la libertad de las aceras a los albergues sociales. Eso explica que estos no lleguen al 100 % de su capacidad. Tener que convivir con otras personas con drogadicción, alcoholismo o problemas mentales hace que muchos opten por la calle.

La última historia que nos encontramos en este desolador recorrido por la capital es la de Juana, que también renuncia voluntariamente a un techo, aunque por otro motivo: ella ha elegido la calle como protesta. Con un hijo en coma por una negligencia médica reclama ayuda de la justicia. Y lo hace abandonando su acogedor hogar para trasladarse a vivir bajo una tienda de campaña y unos plásticos improvisados que su familia ha colocado en una céntrica plaza de Madrid. Allí está también Antonio, su hijo enfermo de 41 años que no puede moverse, y al que asean calentando agua en un hornillo en el interior de la tienda. Entran en calor con un camping gas que vigilan permanentemente para que no se prendan los edredones bajo los que descansa Antonio: "De todas formas aquí tengo un extintor por si acaso", nos explica esta dura mujer. Está decidida a continuar la lucha que la llevó hace ya 6 meses a la cruda vida de la calle.

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