Vivir en el semáforo

EVA LUNA 24/11/2010 16:32

Antonio lleva trece años apostado junto a uno de los semáforos de la madrileña plaza de Méndez Álvaro. Día y noche. De lunes a domingo. Por eso todo el mundo le conoce. Para los vecinos del barrio y los conductores que pasan a diario por esta rotonda de camino a sus trabajos, Antonio es una persona "amable, sonriente, educada y que transmite bondad". La prueba es que son muchos los se paran a la altura de este hombre a intercambiar unas cuantas palabras con él antes de que la luz del disco interrumpa la conversación:

-"¿Qué tal, cómo vas?", le pregunta una conductora.

-"Vamos tirandillo"

-"¿Qué le pasa, está malo o algo?"

-"No. Se me ha muerto la parienta, todavía estoy muy afectado, está muy reciente todavía..."

-"¿Necesitas algo"

-"No, muchas gracias".

No sólo le ofrecen dinero, comida y tabaco, también algo de compañía y de calor en los fríos anocheceres del invierno. Y Antonio lo agradece, especialmente ahora que acaba de quedarse viudo. Ha perdido a la compañera con la que ha compartido los últimos 14 años de su vida. Pero necesita los 20 o 25 euros que gana aquí, así que apenas se ha permitido quince días para llorarla y enterrarla.

Para Antonio, que ha sido camarero y ha trabajado en la construcción, el semáforo será pronto la única fuente de ingresos que reciba. En muy poco tiempo dejará de cobrar la ayuda de 400 euros con la que se mantiene hoy. Vive al día. Cuando le entrevistamos sonreía porque por fin había reunido el dinero suficiente para pagar la luz: "me iluminaba con velas".

Ha soportado frío, hambre y demás penurias pero nada, asegura, como combatir la vergüenza: "Yo era la persona más vergonzosa, no podía pedir... He pasado hambre, he llegado a dormir en una estación de metro, la gente me daba sin pedir nada. Hasta que en Atocha me puse a pedir y tampoco la gente es tan mala como uno creía..."

Sorprende que Antonio nunca pierde la sonrisa ni el optimismo. Tampoco Jesús, que vende clínex en otro semáforo, a sólo unos metros de él: "La gratificación que tengo es como te he dicho la gente, el que no te den nada, simplemente con que me saluden, ya me vale", aclara este barrendero jubilado. Jesús lleva cinco años junto a este disco y ya se siente parte del vecindario: "He ido haciéndome con la gente, me conocen, muchos me llaman por el nombre, otros me ofrecen cigarros por la ventanilla…". Este hombre acumula anécdotas de la calle: "Un día que era festivo y no había sacado nada pensé: hoy no voy a tener ni para cenar, y vino uno y me dio 100 euros". Pero esto es una excepción en la dura rutina de Jesús y Antonio. Ambos forman parte del paisaje urbano de la capital, aunque pasen desapercibidos ante nuestras miradas. EBP

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